El ejercicio es ya conocido: un
despliegue publicitario que presenta la actuación, o quizás la historia real,
de una persona agradecida porque una obra o programa de gobierno le cambió la
vida; un presidente, Enrique Peña Nieto, coloquial y sin el esmerado aspecto
que suele procurársele, acudirá a grabarse al encuentro de los beneficiarios –o
presuntos beneficiarios– para recitar luego las cifras macro con las que
aquella historia se pretende multiplicada en millones.
El pretexto
es el Quinto Informe de Gobierno, penúltimo de su mandato, a unos días de que
inicie el proceso de sucesión presidencial.
Un slogan acompaña el ejercicio –los
ejercicios– que esta vez resulta extensión del usado desde el año pasado, pero
con un mensaje añadido que, por futurista, evidencia la intromisión
presidencial en los comicios de 2018: “lo bueno cuenta y queremos que siga
contando”.
Aunque el
despliegue publicitario es más que conocido en la estrategia peñista desde que
en 2005 se convirtió en gobernador del Estado de México, en los primeros tres
meses de este año fue más allá de la sutileza, como preámbulo de la elección
local.
A partir de
la primera semana de febrero, unos 30 anuncios destacaban obras y programas
implementados en su mayoría en esa entidad, así como en Nayarit y Veracruz,
donde estaban a punto de iniciar las campañas electorales locales. El mensaje,
reiterativo, era similar: “en el Estado de México, hay historias que cuentan”,
para rematar “lo bueno cuenta y cuenta mucho”.
A la publicidad se sumó la presencia
y la ampliación de los padrones de beneficiarios. Como en ningún otro lugar en
el país, las visitas de secretarios, cargados de anuncios y dádivas, se
concentró en las zonas mexiquenses más populosas, apuntalando así al primo del
presidente, Alfredo del Mazo, evadiendo con habilidad, en fechas y formas, los
mecanismos de control electoral.
Así,
jurídicamente incontrovertible –a la luz de las posiciones asumidas por el
órgano y la justicia electoral— la intromisión favoreció a Del Mazo,
convirtiéndolo en gobernador, si bien con escaso margen.
Sin embargo,
los estrategas del peñanietismo saben que no basta la publicidad. Desde el inicio de la administración y
hasta diciembre de 2016, el gobierno alcanzó un récord histórico en gasto
publicitario al sumar, oficialmente, cerca de 26 mil millones que, sin embargo,
no permitieron al mandatario remontar los bajos niveles de aprobación ciudadana
y de irritación, ante las precariedades económicas, la violencia similar o
mayor a la del sexenio anterior y los escándalos de corrupción que semana a
semana aparecen, a veces por indagación periodística doméstica y otras por procesos
de justicia en el extranjero.
La
estrategia también es anticipable: desviar
la observación sobre el entorno presidencial hacia otros escándalos, así sea de
priístas, como ocurre con los exgobernadores; sobreexponer a opositores en su
corrupción (que también la tienen), aunque sean menores como en el caso de Eva
Cadena en abril; mostrar el lado amable de sus colaboradores o prospectos,
reforzando el mensaje de “unidad” y, ante las condiciones internacionales, de
unidad nacional.
Y todo eso, como el despliegue
publicitario, ya está ocurriendo.
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