Jorge Javier Romero Vadillo.
Hace ya un tiempo que se ha puesto de
moda, no solo en México, la supuesta confrontación entre políticos y
ciudadanos. Según esta fantasía, mientras los primeros son la representación
misma de la opacidad, la corrupción y los intereses particulares, los segundos
se imaginan prístinos, desinteresados, buscadores del bien común sin pretender
nada a cambio. Esta paparrucha se ha vuelto un tópico en casi todas las
democracias contemporáneas y sirve para hacer todo tipo de demagogia, sobre
todo la de los políticos que se envuelven en la bandera ciudadana para hacer
precisamente lo que saben hacer: política.
No falta hoy el pretendiente a
candidato “independiente” que se dice desencantado de los partidos, después de
haber militado en varios, sin muchos remilgos ideológicos, y que ahora llama a
no votar por políticos, sino por alguien como él, impoluto ciudadano. Abundan
también los próceres de la sociedad civil que dedican su vida a construir
acuerdos políticos, pero siempre desde la atalaya de la pureza ciudadana, sin
ensuciarse en las turbias aguas de la política electoral.
Se trata de una dicotomía falsa, ya
que no existen los actores sin intereses, aun cuando estos puedan ser
altruistas. Es evidente que si la política no tuviera consecuencias distributivas
nadie la haría y cuando desde las organizaciones civiles se impulsa una agenda
o se frena otra se hace política, aun cuando no se tenga por objetivo hacerse
con cargos de elección. Por eso suelo desconfiar de quienes se presentan como
paladines de la ciudadanía frente a la “clase política”, pues sus clamores me
suenan a farsa.
Creo, sin embargo, que la política
representativa requiere siempre del contrapeso de la sociedad organizada en
grupos de intereses específicos, que reclamen rendición de cuentas, promuevan
agendas y defiendan causas desde fuera de los espacios electivos y de poder. La
vida de las sociedades democráticas requiere de ambos tipos de política: la de
los profesionales de tiempo completo especialistas en ganar elecciones y la de
los activistas civiles que ponen temas en la agenda pública o se movilizan para
evitar abusos y arbitrariedades. Unos y otros confluyen en la arena pública y
contribuyen a generar soluciones de cooperación social en la diversidad.
El problema de la distancia entre
sociedad y política se agudiza, empero, cuando el
acceso a la organización para competir electoralmente es estrecho y se reserva
a determinado tipo de grupos. En México hoy existen fuertes restricciones para
organizar un partido: el sistema de registro, heredero del arreglo ideado
originalmente para proteger al PRI de la competencia y para permitir la entrada
a la organización política solo a aquellos grupos que no significaran una
amenaza a la hegemonía de la coalición estrecha de intereses que controlaba el
poder político, sigue siendo un obstáculo mayúsculo para el surgimiento de
expresiones electorales basadas en programas y una listas de candidatos.
Con las
reglas vigentes se privilegia a los grupos de intermediarios con clientelas, por lo que los únicos partidos que pueden
cumplir con los requisitos son aquellos organizados a imagen y semejanza del
PRI. La nueva vía de acceso a la boleta electoral, la de las candidaturas
pretendidamente independientes, no es más que una tomadura de pelo que requiere
de una fuerte organización, también de preferencia clientelista, para poder
alcanzar el número ingente de firmas que la ley exige. De ahí que muchos ciudadanos con vocación política pero poco afectos al
acarreo y la intermediación clientelar, que pretendería convencer a los
electores con argumentos y propuestas, se sientan hoy desplazados y busque que
los partidos registrados, considerados como entidades de interés público por la
Constitución, abran sus candidaturas a personas no afiliadas que puedan
representar causas civiles.
Ese es el
sentido del desplegado publicado el lunes con las firmas de una lista amplia de
activistas, académicos, artistas, periodistas e intelectuales que le piden al
frente formado por el PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano que abra sus listas de
candidatos a ciudadanos no militantes en ninguno de los tres partidos, en lugar
de repartir sus candidaturas exclusivamente entre sus redes de lealtad y
disciplina. Se trata de un llamado
problemático, ya que no es fácil generar mecanismos claros y transparentes para
la inclusión y puede generar malestares entre las militancias por el
desplazamiento de cuadros con carrera interna que podría provocar. Con todo,
sería una buena manera de ampliar el espectro de la alianza y contribuiría a la
construcción de una agenda amplia para ofrecerla al electorado.
Insisto en que la electoral no es la
única vía para hacer política hoy en México. Nosotrxs, por ejemplo, es una
organización que sin ambages se reconoce como política, aunque no opta por la
vía electoral para hacer avanzar su agenda. Su actividad se ha centrado en
construir acuerdos en torno a propuestas concretas, como el llamado a la
creación de un fondo único para la reconstrucción de lo destruido por los
terremotos de septiembre, y en la movilización social para hacer cumplir
derechos establecidos por la ley. Se trata de una manera válida y necesaria de
participación en la vida pública que no es excluyente sino complementaria de la
competencia electoral.
A pesar de
que en México la participación de la ciudadanía en organizaciones sigue siendo
precaria, cada vez es más relevante el papel que estas juegan en la arena
pública, como límites a la arbitrariedad y la corrupción. Lo que el país
necesita no es una dicotomía entre supuestos ciudadanos enfrentados a los
malévolos políticos, sino cada vez más participación en la vida de la polis,
desde diversas posiciones y con distintas estrategias.
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