Francisco Ortiz Pinchetti.
Me asombra la vehemencia con la que
Andrés Manuel López Obrador sale a defender a su aliado Alberto Anaya
Gutiérrez, dueño del Partido del Trabajo. El tabasqueño pareciera dispuesto a
jugar una carta crucial para su carrera por la Presidencia de la República, en
la que ha invertido casi dos décadas de su vida, cuando en realidad el apoyo
del PT a su candidatura le representaría un porcentaje insignificante de la
votación nacional. No me checa.
López Obrador calificó como una
persecución contra el PT las acusaciones por fraude en contra del líder del
partido en Aguascalientes. A través de las redas sociales el aspirante a la presidencia
por Morena, escribió que las acusaciones en contra de Héctor Quiroz –quien fue
detenido el lunes por las autoridades por su presunta participación en un
fraude de 100 millones de pesos–, nacen por la declinación de ese partido a
favor de la maestra Delfina en las pasadas elecciones en el Estado de México.
“El candidato del PT en Edomex
declinó a favor de la maestra Delfina; EPN (Enrique Peña Nieto) se enfadó.
Ahora persiguen a los dirigentes del PT. Los defenderemos”, escribió el Peje en
su cuenta de Twitter.
El “Beto” Anaya, como se conoce al
dirigente único del PT desde su fundación, hace 27 años, tiene una historia
pública que no abona precisamente a su honestidad y menos a su independencia.
Lo más difícil de entender ante la
actitud de AMLO, es la certidumbre de que ese partido fue creación en 1990 del
entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, el mismísimo innombrable, jefe
de la mafia del poder, con el objetivo de dividir a la izquierda. Anaya
Gutiérrez, dirigente del Frente Popular Tierra y Libertad en Monterrey, fue el
escogido para ese proyecto político, de cuya instrumentación se encargó
personalmente Raúl Salinas de Gortari, el hermano incómodo.
“Beto”,
originario de Aguascalientes, fue compañero y amigo de estudios de CSG en la década
de 1960 en la entonces Escuela Nacional de Economía de la UNAM, y de ahí viene
también su cercanía con Raúl. La relación entre ambos ha sido reconocida por el
propio dirigente petista, al declarar sin ambages que “de su amistad con ellos
no tiene nada de qué avergonzarse”.
Con el
tiempo el PT, que en un principio recibió amplio apoyo económico y político del
salinato, se convirtió luego en una exitosa franquicia electoral, hoy ya
sumamente devaluada, que ha producido a sus propietarios vitalicios un ingreso
sorprendente. Según datos oficiales del
Instituto Nacional Electoral (INE), entre 1997 y 2017 han recibió de
financiamiento público más de 5 mil millones de pesos. En 2018 recibirá otros
118.4 millones de pesos.
Pero eso es sólo por la vía de las
prerrogativas legales. Ahora se sabe que también han disfrutado de canonjías
millonarias otorgadas por el gobierno federal y por administraciones estatales
de las que a nadie han informado. Ahora sabemos que, en los últimos ocho años,
el PT ha recibido 4 mil 163 millones de pesos en fondos federales por manejar
centros educativos que hoy están en la mira de la PGR. La dependencia investiga a líderes
de ese instituto político por un presunto lavado de 100 millones de pesos
entregados por el Gobierno de Nuevo León a los Centros de Desarrollo Infantil
(Cendis).
La franquicia PT no tiene escrúpulos
ideológicos ni partiditas. A lo largo de su historia se ha aliado
indistintamente lo mismo con el PRD que con el PRI o el PAN y con Morena, como
ocurrió este año en el Estado de México y como ocurrirá en las elecciones
presidenciales de 2018. Alberto Anaya ha sido tres veces diputado federal (1994-1997, 2000-2003
y 2012-2015) y dos veces senador de la República (1997-2000 y 2006-2012), siempre por la vía plurinominal. Es decir,
durante 18 años ha sido legislador federal… sin haber ganado una sola elección.
Y seguramente espera llegar otra vez al Senado por el mismo camino en 2018, a
los 72 años.
Ahora
atribuye las acusaciones contra dirigentes del partido a represalias por su
verticalidad política. “Estamos ciertos
en que el verdadero origen del problema es la molestia del gobierno federal que
está presionando al Partido para que renuncie a su alianza con el proyecto de
Andrés Manuel López Obrador”, indicó el “Beto” Anaya muy en serio.
Tuvo la cara dura de denunciar el uso
de la PGR como “instrumento de persecución, chantaje y represión política
contra las fuerzas de oposición, estamos claros que también somos objeto de
estos condenables ataques”. Y aseguró que esta persecución se debe que el PT
fue el único que no firmó el Pacto por México y estuvo en contra de la reforma
educativa, de la privatización del petróleo y se opusieron al gasolinazo. Como
si eso hubiera tenido alguna repercusión.
Hace rato que el “Beto” prestó las
siglas de su partido a López Obrador “para lo que se le ofrezca”, a cambio de
salvar su registro como partido político. Así, le permitió al Peje repartir a su arbitrio entre
sus cercanos las candidaturas plurinominales petistas para la Cámara de
Diputados y el Senado de la República. Gracias a ello pudo AMLO contar con un
grupo parlamentario postizo en la Cámara Alta en la actual legislatura,
encabezado por otro aliado suyo de gran prestigio político en el país: Manuel
Bartlett Díaz.
La verdad es que la posible
aportación electoral del PT no parece ser siquiera significativa. No pinta. Ya
ocurrió, a escala en el Edomex. Su peso electoral a nivel nacional no llega a
un dos por ciento de las preferencias, según diversas encuestas. Y, es más: el
desprestigio de ese partido y de sus dirigentes, ahora involucrados en un
fraude, podrían restarle en vez de sumarle.
¿Cómo explicarse entonces que el
aguerrido y experimentado pelotero de Macuspana se vaya con esa bola mala? El Peje se ha visto habilidoso en
los varios casos recientes de corrupción atribuidos a militantes y candidatos
de Morena e inclusive a personajes cercanos a él. Ha sabido nadar de muertito y
dejar pasar acusaciones y evidencias. Ahora
en cambio parece ir a poner él solito la cabeza –y su cuantioso capital
político– en momentos cruciales del proceso electoral, para defender a sus
indefendibles cuates. A mí, perdón, eso me huele a otra cosa que a una simple
solidaridad con sus aliados electorales.
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