lunes, 30 de octubre de 2017

Historia de un héroe efímero y desechable.

Jorge Zepeda Patterson.

La declaración de Miguel Ángel Osorio Chong no tiene desperdicio: el gobierno no puede ser omiso ante las faltas de Nieto, dijo a los diputados, para justificar el despido de Santiago Nieto como fiscal de delitos electorales. Lo que no dijo Osorio es que la falta del funcionario no fue jurídica, sino política y se trata de un pecado imperdonable para el sistema: exhibir a miembros del primer círculo de poder del país.

En teoría Osorio Chong, secretario de Gobernación, se refería a la supuesta violación del secreto jurídico que cometió el funcionario cuando reveló al diario Reforma que había recibido una carta de Emilio Lozoya, ex director de Pemex, en la que este presionaba al fiscal para que lo declarara inocente de la acusación de haber recibido sobornos de la empresa brasileña Odebrecht durante la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto. Las declaraciones de Nieto incendiaron Troya. Bastaron algunas horas para que el sistema se revolviera en contra del arranque de honestidad del funcionario y le aplicara todo el rigor de la “justicia” política punitiva. El viernes 21 fue despedido, una semana después lucha para no terminar con sus huesos en la cárcel.

El gobierno, que sí puede ser omiso con gobernadores que robaron durante seis años lo inimaginable o con directores de Pemex enriquecidos a mansalva, encuentra ahora inadmisible el arranque de honestidad, autonomía y ligereza de Santiago Nieto y se dispone a despedazarlo.

Con súbita indignación los abogados de Emilio Lozoya y de Arturo Escobar (ex dirigente del Partido Verde, procesado por Nieto por delitos electorales) presentaron denuncias penales en contra del ex fiscal. El propio Reforma, resentido quizá por el hecho de que un Nieto asustado llegó a decir que el diario había sacado de contexto sus declaraciones, tituló este sábado que el ex fiscal “acumula denuncias en su contra”, aunque solo revela las de los dos políticos, Lozoya y Escobar, que claramente forman parte de la estrategia persecutoria del sistema. Y en su columna Templo Mayor, el diario menciona que “andan circulando archivos con información reveladora sobre un asunto personal que tiene que ver con su pasado y que, de hacerse público, lo pondría en una posición muuuy (sic) comprometida”. Una filtración que seguramente salió de círculos oficiales para beneficio del diario, que se presta al linchamiento de Nieto incluso sin necesidad de precisar su supuesto delito o pecado. Por no hablar del hecho de que esa filtración es también una violación del secreto jurídico si es que se trata de una investigación en proceso. Castigan a Nieto echando mano del mismo recurso por el cual lo están crucificando.

No tengo idea del cadáver en el closet que puedan estarle fincando a Santiago Nieto ni meter las manos al fuego por su inocencia (nadie llega a fiscal en este sistema por ser la Madre Teresa de Calcuta). Lo que sí me queda claro es que, con el aparato mediático al servicio del poder, pueden destruirlo incluso por haberse disfrazado de ratón en una fiesta infantil hace 40 años.

La miscelánea fiscal es tan compleja y tan sujeta a interpretación que cualquiera puede convertirse en defraudador fiscal si la autoridad así lo determina. En todo caso, es evidente que Nieto ya no quiere queso sino salir de la ratonera (si se me permite extender la alegoría del roedor). Por lo pronto ya le avisó a Gamboa Patrón y a sus otros Torquemadas, que renuncia a sus intentos de ser reinstalado en la fiscalía y se dedicará a defenderse de las denuncias jurídicas. O en palabras de Andrés Manuel López Obrador, ya tiró la toalla.

Las reconversiones de Santiago Nieto en los últimos diez días ilustran, mejor que cualquier otra cosa, la sociedad política pre moderna en la que vivimos. El ex fiscal de delitos electorales pasó de ser un funcionario más del sistema y relativamente desconocido, a efímero paladín de la honestidad, para convertirse, horas después, en un paria perseguido por el sistema. El mensaje es evidente: “al que se mete con nosotros lo destruimos”.


Habrá que ver qué juez o fiscal se atreve a procesar a un poderoso del primer círculo después de la moraleja que deja este terrible capítulo. Y si lo hace, ahora ya sabe que no terminará como héroe sino como mártir o, peor aún, como delincuente.

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