Salvador Camarena.
En el Metro
de Buenos Aires hay internet. De estación a estación puedes navegar online
gracias al Metro de la capital argentina. No se corta a los cinco minutos, no
te piden cosas raras para conectarte, no se atora si le pones a un video.
En el Metro de la Ciudad de México te
das de santos si la señal del plan de datos de tu compañía celular llega
medianamente bien.
En los aeropuertos de Buenos Aires
hay internet para que el viajero que no tiene plan de datos se conecte y avise
que ya llegó, o que el vuelo en el que saldrá se retrasó. Para eso o para usar
redes sociales o trabajar enviando correos. Al conectarte no te piden nada
raro.
En el aeropuerto de la Ciudad de
México hay internet. Pero si te conectas te pide mail, y si se lo das a los
cinco minutos adiós, entonces tienes que darle otro mail, y otra vez a los
cinco minutos adiós, y a la quinta vez (si llegaste a tener cinco cuentas de
mails para entregar esos datos) ya no te dejará conectarte porque ya reconoce a
tu celular, sí, a ese mismo al que en otro aeropuerto internacional no le piden
cosas raras para conectarlo.
Hace cuatro años, cuando se iba a
aprobar la reforma de telecomunicaciones, había gente que pedía que nos
pellizcáramos para comprobar si no estábamos soñando, porque la nueva ley
prometía un paraíso donde nunca más un jugador usaría su dominio en el sector
para imponer el son al que habríamos de bailar todos, competidores y clientes.
Colegas como
Bárbara Anderson han dicho por estos
días que gracias a la reforma en telecomunicaciones los precios de la telefonía
móvil en México han bajado hasta 43 por ciento, y que sobre todo los más pobres
se han beneficiado de esa ley, insignia del peñismo.
(https://goo.gl/Bn76bZ)
Al mismo
tiempo, ahora se dice que está en riesgo
algo de esa reforma luego de que en agosto la Suprema Corte de Justicia de la
Nación ratificara que toca al Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), y
no al Poder Legislativo, establecer las tarifas de interconexión que se han de
pagar en un mercado desigual, con un agente económico preponderante como es
América Móvil, de Carlos Slim.
La tarifa de interconexión asimétrica
contribuye, entre otras cosas, a nivelar la cancha de la competencia. El que
tiene más paga más por interconectar llamadas con otros competidores.
Desde
España, nuestra embajadora Roberta Lajous ha escuchado, y transmitido, las quejas de la empresa Telefónica porque
sienten que con la resolución de la Corte les pueden cambiar la jugada: la
interconexión asimétrica desaparecería, o se volvería no relevante, y con ello
el negocio se tambalea. ¿Y la seguridad jurídica que presumían los mexicanos?,
preguntan. Incluso el embajador legítimo de México en España, Valentín Diez
Morodo, ha recibido esas quejas.
Y si Trump quisiera darnos un rayón
en medio del tortuoso proceso de la negociación del TLCAN, podría preguntar a
AT&T que qué tal pintan los negocios en México luego de la resolución de la
SCJN.
Lo anterior no quiere decir que los
extranjeros son los buenos y Slim el malo. Si en México conectarse en internet
en lugares públicos, como el Metro o el aeropuerto, es un dolor de espalda, es
culpa de empresarios que siguen regateando todo al consumidor.
¿Qué toca?
¿Pellizcarnos? No, en todo caso
pellizcar al IFT para que sea un árbitro que privilegie el sentido público de
las telecomunicaciones sin desbalancear ese mercado. No está fácil, pero es su
chamba.
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