Raymundo Riva Palacio.
Santiago
Nieto, quizás involuntariamente, es un genio de la distracción. Habló pública,
aunque indirectamente, de la investigación en la Fiscalía Especializada para la
Atención de Delitos Electorales contra Emilio Lozoya, el exdirector de Pemex, a
quien denunció el PRD de haber recibido dinero de Odebrecht para la campaña
presidencial de Enrique Peña Nieto, por lo que lo cesaron. Esto detonó un
escándalo, y al unísono fuerzas políticas y sociales gritaron que el gobierno,
para impedir que profundizara en sus pesquisas, lo defenestró. Abusados. Lo que hizo Nieto es mucho más grave de
lo que ven, pero al mismo tiempo, no están viendo.
Su destitución se debió a que violó
el debido proceso, por lo cual, aun si fuera repuesto en el cargo, muy
probablemente la defensa de Lozoya podría alegar ante el juez que violaron sus
derechos humanos, por lo cual se violentó el debido proceso. Como sucedió con
Florence Cassez, el
delito de secuestro y delincuencia organizada quedó de lado ante la Suprema
Corte de Justicia, frente al hecho de que violaron sus derechos. El garantismo
se aplica a tabla rasa. Lo que fue para
Cassez, también tiene que ser para Lozoya, por lo cual Nieto habría rescatado a
Lozoya de una eventual cárcel por un delito electoral, al haber prostituido el
caso.
El garantismo de la Corte tendría que
ser aplicado por cualquier juez, no como prueba de inocencia, sino porque la
posibilidad de que fuera juzgado de manera justa fue socavada por el ex fiscal.
En este caso, como deslizó el periodista Rafael Cardona, en Foro TV, Lozoya
tendrá que comprarle al ex fiscal electoral un Pétrus, ese vino de Burdeos que
se encuentra entre los más finos del mundo, en agradecimiento por sus buenos
oficios, cualesquiera que hubiera sido la razón de ello. Con su acción ilegal,
lo blindó, y Lozoya tendría que ser exonerado –si se le confirmara una
ilegalidad– si se
aplica la Doctrina Zaldívar, del efecto corruptor que liberó automáticamente a
Cassez.
Eso es la
primera parte. La segunda tiene que ver
con los senadores, convertidos en maestros en la simulación. Juegan con las
sombras de la Cueva de Platón al salir a la defensa airada de Nieto, y exigir
su restitución. Para efectos prácticos de esta investigación, que regrese o no
a la Fiscalía es irrelevante. Lozoya, como ya lo anunció, lo demandará por
haber violado sus derechos humanos y vulnerado el debido proceso, por lo que en
el eventual caso de que fuera llevado a tribunales, un juez podría determinar
si al violar el principio de secrecía en la investigación, se perdió la
posibilidad de un juicio justo. De esta manera, lo que hizo Nieto fue
extenderle inmunidad e impunidad a Lozoya, en caso de que fuera culpable del
uso de dinero de procedencia ilícita en la campaña presidencial.
En este
sentido, toda la agitación y movilización en defensa de Nieto se está dando
para la protección de un exfuncionario que actuó exactamente en contra del
postulado que dicen respaldar: la
imparcialidad de las investigaciones de delitos electorales. El apoyo es para
quien, contradictoriamente a lo que promueven, protegería al exdirector de
Pemex.
Si uno
revisa la gestión de Nieto en la Fiscalía, difícilmente se le podría adjudicar
el papel de títere del gobierno o del PRI. Su exceso de protagonismo e ingenuidad
al desbocarse ante un micrófono es lo que podría alegar como algunas de sus
mayores debilidades. Pero, aun así, para
efectos de argumentación, en el peor de los escenarios, el efecto para Peña
Nieto y el PRI sería marginal. Peña Nieto no sería destituido, ni habría acción
legal. El PRI tampoco perdería el registro, como afirmó la dirigente del PRD,
Alejandra Barrales. En el mejor de los casos, para quienes buscan una sanción
por ese delito, sería una multa.
El caso al
que se podría asemejar este delito, de probarse, sería el del llamado
Pemexgate, cuando en 2001 se demostró que el sindicato petrolero desvió mil 500
millones de pesos para la campaña presidencial de Francisco Labastida, en 2000.
En aquél entonces, el desenlace del
primer asunto de corrupción electoral fue una multa al PRI por mil millones de
pesos. Y en 2011, un juez federal declaró prescrito el caso, por lo que tampoco
procedió el delito de peculado electoral que le imputaron al líder del
sindicato, Carlos Romero Deschamps. El dirigente petrolero, para que no se
olvide lo que sucede, es actualmente senador del PRI.
La energía
de los senadores de oposición está muy mal canalizada. Nieto no tendría que ser
el objeto de la defensa, sino del procedimiento mediante el cual se realizó su destitución. No es la persona, sino el cargo al que hay
que proteger. Pero no es lo único. En toda esta discusión se ha desviado el
foco entre tanta politiquería y banalidades: la corrupción de Odebrecht a funcionarios y exfuncionarios de Pemex.
Testigos de la Fiscalía de Brasil han acusado a Lozoya de haberle dado sobornos
millonarios para ayudarles a ganar concursos. Adicionalmente, pagó más de 10
millones de dólares a funcionarios de Pemex durante tres administraciones,
entre 2011 y 2014, para asegurar que les dieran obra pública, con lo cual
obtuvo un beneficio de 300 por ciento.
Este es el tema de fondo, oculto por
participar los senadores en ruidosos juegos pirotécnicos que sólo distraen y
aplazan que esta corrupción tenga nombre y apellido.
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