jueves, 30 de noviembre de 2017

El gran perdedor.

Raymundo Riva Palacio.

Hasta el último momento, Miguel Ángel Osorio Chong, el poderoso secretario de Gobernación, intentó desbarrancar a quien veía como su único adversario real para quedarse con la candidatura presidencial del PRI. Fue el jueves. Un video donde el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, llenó de lisonjas al entonces responsable de Hacienda, José Antonio Meade, llegó a los medios de comunicación, que lo tradujeron como el destape del candidato a la presidencia, fue aprovechado por el equipo de Osorio Chong para quemar esa posibilidad. Se hicieron llamadas a periodistas para que dieran gran difusión al video con énfasis en que el exceso de Videgaray había cancelado la oportunidad de Meade. La difusión del video molestó al presidente Enrique Peña Nieto, pero no suficiente para cambiar su decisión. El viernes por la noche comunicó a los cuatro rivales de Meade que la nominación no caería en ellos.

Osorio Chong le informó a su equipo que él tendría la candidatura, que había visto como suya la noche del 7 de septiembre del año pasado, cuando festejó con sus cercanos la caída de Videgaray, que había renunciado como secretario de Hacienda tras el escándalo por la visita de Donald Trump a Los Pinos, que él organizó. Sin Videgaray y con el secretario de Educación, Aurelio Nuño, golpeado por la oposición magisterial a la reforma educativa, parecía que el camino hacia la candidatura presidencial estaba allanado. La tríada de poder que todas las noches definía con el presidente la agenda se había desarticulado.

Videgaray estaba fuera del gobierno y Nuño había sido marginado en forma humillante por Osorio Chong en las negociaciones con la disidencia magisterial de una forma abierta. El golpeteo contra Nuño provocó un enfriamiento en la relación con el presidente, que le había tolerado que se le escapara Joaquín El Chapo Guzmán, permitido que organizara la distribución de armas a los paramilitares en Michoacán disfrazados como grupos de autodefensa civil. Pero, sobre todo, que no rindiera cuentas por el colapso de la estrategia de seguridad, que planeó desde los días de la transición en 2012.

El inicio de la pesadilla de Peña Nieto fue permitir la fusión de las secretarías de Gobernación y Seguridad Pública. Era un error, le dijo a Osorio Chong el entonces secretario de Seguridad, Genaro García Luna, porque el cargo demolía carreras políticas. Osorio Chong lo ignoró. A mes y medio de entrar el nuevo gobierno, se cuestionó a Osorio Chong sobre ese movimiento. Apuntó que era una recomendación de Santiago Creel, quien le dijo que cuando fue secretario de Gobernación tuvo problemas permanentes con el secretario de Seguridad Pública, porque carece de las herramientas para reforzar la gobernabilidad con una fuerza pública. La propuesta de Creel era otra, la creación de una Secretaría del Interior en Bucareli, encargada de la seguridad pública, y una Secretaría de la Presidencia dedicada a la política, como la tuvo el presidente Luis Echeverría.

Amasar poder en menoscabo de la gobernabilidad le costó a Osorio Chong, quien quedó atrapado en menesteres policiales con una estrategia de seguridad que estalló en pedazos a mitad del sexenio. Su limitada capacidad lo hizo decidir el cargo de comisionado de Seguridad Nacional por encuesta, y nombró a Manuel Mondragón, que desmanteló el sistema de inteligencia criminal construido por años. Pero, aun así, el presidente cerró los ojos y le mantuvo confianza, pese al recelo por el maltrato a Nuño.

Osorio Chong mantenía sus expectativas presidenciales, y por razones de trabajo tenía una estrecha relación con los gobernadores, que le fueron benéficos durante las elecciones para gobernadores en 2016, donde jugó contra el PRI de Manlio Fabio Beltrones, Videgaray y el propio Peña Nieto en Veracruz, Tamaulipas y Puebla, donde la dirigencia del partido se quejó de él, acusándolo de traición. El siguiente episodio que orilló más a Osorio Chong fuera de la contienda se dio el 4 de junio, cuando el presidente convocó a muchos de sus colaboradores a seguir desde Los Pinos los resultados en el Estado de México.

La cita era a las nueve de la noche, pero el secretario llegó cerca de la una de la mañana del lunes con bastantes copas encima. En un momento dado se hizo un círculo, donde Osorio Chong, a quien le encantan los caballitos de tequila, retó a varios secretarios. José Narro, el secretario de Salud, fue el primero. Videgaray vino después y luego Nuño. Meade, que no bebe, se abstuvo. Después, tomó la palabra y dijo frente al presidente que le daba gusto verlo sonreír, porque hacía mucho tiempo que no lo hacía. La frase no cayó bien. Muchas de las críticas al presidente habían sido por el fracaso de las políticas bajo responsabilidad del secretario de Gobernación, quien sistemáticamente dejó que todos los negativos por sus fallas le cayeran al presidente, sin casi nunca protegerlo.


Aun así, tras los sismos de septiembre insistió en privado que sus posibilidades se habían fortalecido, y continuó trabajando su cuarto de guerra, creado desde 2013 para acompañar sus aspiraciones presidenciales. Al cierre de la semana pasada, la instrucción era estar atentos porque el destape era inminente. No esperaba en ese momento que el desenlace tendría otro derrotero. Pero muy él, aprovechó las lisonjas de Videgaray a Meade para dar un tiro de gracia al equipo enfrentado con él durante casi todo el sexenio. Frente a los resultados, su fracaso se escribe en piedra: Meade derrotó al secretario de Gobernación y a quien mejor representaba, la nomenclatura del partido. Punto.

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