miércoles, 29 de noviembre de 2017

Meade-Videgaray: el Maximato o la sobrevivencia de los tecnócratas.

Jenaro Villamil.

“Me da la impresión de que caímos del sartén a las brasas. Estoy incómodo y me siento manipulado. Nada se ganó con la devaluación y, contra mi decisión, seguimos perdiendo reservas. Tendré que hacer algo heroico a partir de la próxima semana”.

Esto escribió José López Portillo el 17 de abril de 1982. Era el fin del sueño petrolero. La administración de la abundancia se venía abajo. La medida “heroica” fue anunciada el 1 de septiembre de ese año: la nacionalización de la banca. No informó al candidato priista que ya andaba en campaña: Miguel de la Madrid, el secretario de Programación y Presupuesto que hizo sentir a López Portillo manipulado.

“México ha sido saqueado…Por lo menos, 14 mil millones de dólares en cuentas de mexicanos en Estados Unidos; 30 mil millones en predios de los cuales ya han pagado nueve mil millones en enganches y servicios, 12 mil millones de mex dólares. He acordado y lo anunciaré mañana, nacionalizar la banca y un control total de cambios”, sentenció López Portillo (Mis Tiempos, p. 1232).

Fue el fin de una era y el inicio pleno de otra. Terminó en el descrédito total el “último presidente de la Revolución” y comenzó el gobierno de la “familia feliz”, el núcleo de tecnócratas que antes se concentraban en la Secretaría de Hacienda y el Banco de México, pero que tomaron el poder presidencial con Miguel de la Madrid y su principal mancuerna, Carlos Salinas de Gortari. Desde entonces, no lo han dejado.

La crisis del final de la era del Estado de bienestar permitió el ascenso de la era de la “disciplina financiera”, “el cumplimiento cabal” con el Fondo Monetario Internacional, los economistas egresados de Harvard, los adscritos a la ola neoliberal de Thatcher y Reagan. Los tecnócratas. La crisis de la deuda fue el gran caballo de Troya para que ingresaran a los altos mandos de la política y ya no sólo se concentraran en el manejo de las finanzas públicas. Colonizaron todo: desde el PRI hasta las gubernaturas.

Nunca más una nacionalización bancaria. Nunca más “medidas populistas”. Nunca más una era de excesos retóricos. Llegaban los Chicago Boys.

Esa primera generación que ascendió a la presidencia de la República tramó el asalto al poder desde 1977, hace 40 años. En 1979, al ser nombrado titular de Programación y Presupuesto, Miguel de la Madrid, encabezó a la primera generación de tecnócratas que sin tener experiencia en cargos de elección popular ni experiencia en las áreas de la “gobernabilidad” (Secretaría de Gobernación, del Trabajo o la SEP) tomaron el control también del PRI hasta colonizarlo por completo.

Los tecno-dinosaurios fueron una especie híbrida surgida de ese ascenso vertiginoso que terminó con otra segunda gran crisis financiera y otra devaluación: en 1987, el gobierno de Miguel de la Madrid volvió a devaluar el peso e impuso el primer Pacto de Solidaridad Económica que determinó la contracción del ingreso salarial para que no se “derrumbara” el modelo.

La segunda generación de tecnócratas llegó con Carlos Salinas de Gortari a la presidencia de la República en 1988. Llegaron con la fractura histórica del PRI. Ascendieron bajo el signo del fraude electoral. Fue y sigue siendo la más poderosa, la más ambiciosa y también la que terminó más confrontada.

No hay rivales más peligrosos entre sí que los dos máximos tecnócratas que gobernaron México entre 1988 y 2000: Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. Ambos del mismo “grupo compacto” de la Secretaría de Programación y Presupuesto. Ambos afines a la ortodoxia fondo monetarista. Ambos hicieron hasta lo imposible por tener la máxima estrella del FMI y del Consenso de Washington.

El pleito no fue por el modelo económico o una disputa entre “neoliberales y liberales sociales” (como plantea Salinas de Gortari en todos sus libros recientes). El pleito fue por el poder y la corrupción. ¿Quién debía pagar los saldos de la enorme crisis que volvimos a vivir en 1994-1995? ¿De quién fueron los “errores de diciembre” que llevaron al país al desfalco y a comprometer el futuro por 30 años más?

Salinas de Gortari pretendió ejercer un neo-maximato, al estilo de Plutarco Elías Calles. Y Zedillo pretendió obedecer a los lineamientos de Washington, sobrevivir a los demonios sueltos del salinismo y deshacerse de los pesados compromisos y las redes de intereses de su antecesor. El pleito fue por el poder y la permanencia. Zedillo mandó al exilio a Salinas de Gortari, encarceló a su hermano Raúl Salinas y le impuso al país una de las medidas más dolorosas de los últimos años: convertir en deuda pública los 552 mil millones de pesos del Fobaproa para evitar “la quiebra de los bancos”.

Todo, antes que repetir la medida de López Portillo. Todo, con tal de salvar al capital financiero, aunque el saqueo haya sido igual o mayor al de 1982.

Del Fobaproa de 1997 y del IPAB de 1998 viene la historia de la tercera generación de tecnócratas que sobrevivieron a la agria disputa entre salinistas y zedillistas.

Dionisio Meade García de León, padre de José Antonio Meade Kuribeña, integrante de la “familia feliz” del Banco de México y de la segunda generación de tecnócratas, ideó el modelo del IPAB y dejó ahí a sus dos hijos: José Antonio y Lorenzo. El más ambicioso y con intención de llegar al poder presidencial fue, desde el principio, el talentoso José Antonio Meade, alabado por sus maestros, contemporáneos y amigos.

Meade pertenece a la tercera generación de tecnócratas que siguió la ruta trazada por Zedillo: la alternancia bipartidista. Lo importante no era ser del PRI o del PAN. Lo urgente era mantener el poder y proseguir con el modelo. Construir la ficción de una “transición a la democracia” que no descarrilara el Consenso de Washington. Atacar como “populistas” a quienes los confrontaran. Dar aspirinas a la pobreza que siempre es conveniente tener millones de pobres para tener un “mercado electoral” (Pronasol, Progresa, Prospera, la Cruzada Nacional contra el Hambre y la inasible Estrategia Nacional para la Inclusión fueron los sucedáneos).

En paralelo, la corrupción fue creciendo a niveles escandalosos. Las privatizaciones y los acuerdos con los bancos para el pago del “servicio de la deuda” se convirtieron en el eje. El crimen organizado se desbordó desde Salinas de Gortari hasta la fecha.

Con Vicente Fox y Felipe Calderón los tecnócratas siguieron: Francisco Gil Díaz, Agustín Cartens, Ernesto Cordero y la estrella en ascenso de José Antonio Meade, por mencionar a algunos.

Sin embargo, ningún tecnócrata de la tercera generación como Luis Videgaray –contemporáneo en el ITAM de Meade y de Cordero-, alumno y ex socio de Pedro Aspe (el referente académico más respetado entre los tecnócratas), tuvo la misma ambición de Salinas de Gortari: prolongar su influencia más allá de un sexenio. Construir un maximato personal.

Videgaray recordó a Plutarco Elías Calles para alabar a Meade en su “pre destape” del 22 de noviembre. Por supuesto que no andaba “despistado”. Fue un discurso que los psicoanalistas bien pueden clasificar como una transferencia de ambiciones tecnocráticas: el verdadero Jefe Máximo quiere ser él, aun cuando tenga que sacrificar la candidatura presidencial.

Este es el verdadero dilema de la tercera generación de la “familia feliz” del ITAM-Banco de México-Secretaría de Hacienda: ¿cómo permanecer con una institución presidencial debilitada, un modelo económico excluyente, una crisis social que ha degenerado en violencia, en una espiral de “eliminación social de los prescindibles” y en una corrupción más escandalosa que en la era de López Portillo?


Los escenarios para Meade son cada vez más claros. Algo se aprende en la historia de las dinastías y las cofradías: si juega a perder, se volverá una pieza del juego de poder de Videgaray; si quiere ganar la candidatura y la presidencia de la República debe desplazar al grupo que lo llevó al poder. Y los “errores” y horrores de diciembre de 1994 es muy probable que se repitan, anticipadamente, en 2017.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario.