Jenaro
Villamil.
“Me da la
impresión de que caímos del sartén a las brasas. Estoy incómodo y me siento
manipulado. Nada se ganó con la devaluación y, contra mi decisión, seguimos
perdiendo reservas. Tendré que hacer algo heroico a partir de la próxima
semana”.
Esto
escribió José López Portillo el 17 de abril de 1982. Era el fin del sueño
petrolero. La administración de la abundancia se venía abajo. La medida
“heroica” fue anunciada el 1 de septiembre de ese año: la nacionalización de la
banca. No informó al candidato priista que ya andaba en campaña: Miguel de la
Madrid, el secretario de Programación y Presupuesto que hizo sentir a López
Portillo manipulado.
“México ha
sido saqueado…Por lo menos, 14 mil millones de dólares en cuentas de mexicanos en
Estados Unidos; 30 mil millones en predios de los cuales ya han pagado nueve
mil millones en enganches y servicios, 12 mil millones de mex dólares. He
acordado y lo anunciaré mañana, nacionalizar la banca y un control total de
cambios”, sentenció López Portillo (Mis Tiempos, p. 1232).
Fue el fin
de una era y el inicio pleno de otra. Terminó en el descrédito total el “último
presidente de la Revolución” y comenzó el gobierno de la “familia feliz”, el
núcleo de tecnócratas que antes se concentraban en la Secretaría de Hacienda y
el Banco de México, pero que tomaron el poder presidencial con Miguel de la
Madrid y su principal mancuerna, Carlos Salinas de Gortari. Desde entonces, no
lo han dejado.
La crisis
del final de la era del Estado de bienestar permitió el ascenso de la era de la
“disciplina financiera”, “el cumplimiento cabal” con el Fondo Monetario
Internacional, los economistas egresados de Harvard, los adscritos a la ola
neoliberal de Thatcher y Reagan. Los tecnócratas. La crisis de la deuda fue el gran caballo de Troya para que ingresaran
a los altos mandos de la política y ya no sólo se concentraran en el manejo de
las finanzas públicas. Colonizaron todo: desde el PRI hasta las gubernaturas.
Nunca más una nacionalización
bancaria. Nunca más “medidas populistas”. Nunca más una era de excesos
retóricos. Llegaban los Chicago Boys.
Esa primera generación que ascendió a
la presidencia de la República tramó el asalto al poder desde 1977, hace 40
años. En 1979, al ser nombrado titular de Programación y Presupuesto, Miguel de
la Madrid, encabezó a la primera generación de tecnócratas que sin tener
experiencia en cargos de elección popular ni experiencia en las áreas de la
“gobernabilidad” (Secretaría de Gobernación, del Trabajo o la SEP) tomaron el
control también del PRI hasta colonizarlo por completo.
Los tecno-dinosaurios fueron una
especie híbrida surgida de ese ascenso vertiginoso que terminó con otra segunda
gran crisis financiera y otra devaluación: en 1987, el gobierno de Miguel de la
Madrid volvió a devaluar el peso e impuso el primer Pacto de Solidaridad
Económica que determinó la contracción del ingreso salarial para que no se
“derrumbara” el modelo.
La segunda generación de tecnócratas
llegó con Carlos Salinas de Gortari a la presidencia de la República en 1988.
Llegaron con la fractura histórica del PRI. Ascendieron bajo el signo del
fraude electoral. Fue y sigue siendo la más poderosa, la más ambiciosa y también
la que terminó más confrontada.
No hay
rivales más peligrosos entre sí que los dos máximos tecnócratas que gobernaron
México entre 1988 y 2000: Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. Ambos del mismo
“grupo compacto” de la Secretaría de Programación y Presupuesto. Ambos afines a
la ortodoxia fondo monetarista. Ambos hicieron hasta lo imposible por tener la
máxima estrella del FMI y del Consenso de Washington.
El pleito no fue por el modelo
económico o una disputa entre “neoliberales y liberales sociales” (como plantea
Salinas de Gortari en todos sus libros recientes). El pleito fue por el poder y
la corrupción. ¿Quién debía pagar los saldos de la enorme
crisis que volvimos a vivir en 1994-1995? ¿De quién fueron los “errores de
diciembre” que llevaron al país al desfalco y a comprometer el futuro por 30
años más?
Salinas de
Gortari pretendió ejercer un neo-maximato, al estilo de Plutarco Elías Calles.
Y Zedillo pretendió obedecer a los lineamientos de Washington, sobrevivir a los
demonios sueltos del salinismo y deshacerse de los pesados compromisos y las
redes de intereses de su antecesor. El
pleito fue por el poder y la permanencia. Zedillo mandó al exilio a Salinas de
Gortari, encarceló a su hermano Raúl Salinas y le impuso al país una de las
medidas más dolorosas de los últimos años: convertir en deuda pública los 552
mil millones de pesos del Fobaproa para evitar “la quiebra de los bancos”.
Todo, antes que repetir la medida de
López Portillo. Todo, con tal de salvar al capital financiero, aunque el saqueo
haya sido igual o mayor al de 1982.
Del Fobaproa de 1997 y del IPAB de
1998 viene la historia de la tercera generación de tecnócratas que sobrevivieron
a la agria disputa entre salinistas y zedillistas.
Dionisio
Meade García de León, padre de José Antonio Meade Kuribeña, integrante de la
“familia feliz” del Banco de México y de la segunda generación de tecnócratas,
ideó el modelo del IPAB y dejó ahí a sus dos hijos: José Antonio y Lorenzo. El más ambicioso y con intención de llegar
al poder presidencial fue, desde el principio, el talentoso José Antonio Meade,
alabado por sus maestros, contemporáneos y amigos.
Meade pertenece a la tercera generación
de tecnócratas que siguió la ruta trazada por Zedillo: la alternancia
bipartidista. Lo importante no era ser del PRI o del PAN. Lo urgente era
mantener el poder y proseguir con el modelo. Construir la ficción de una “transición a la
democracia” que no descarrilara el Consenso de Washington. Atacar como
“populistas” a quienes los confrontaran. Dar
aspirinas a la pobreza que siempre es conveniente tener millones de pobres para
tener un “mercado electoral” (Pronasol, Progresa, Prospera, la Cruzada Nacional
contra el Hambre y la inasible Estrategia Nacional para la Inclusión fueron los
sucedáneos).
En paralelo, la corrupción fue
creciendo a niveles escandalosos. Las privatizaciones y los acuerdos con los
bancos para el pago del “servicio de la deuda” se convirtieron en el eje. El
crimen organizado se desbordó desde Salinas de Gortari hasta la fecha.
Con Vicente Fox y Felipe Calderón los
tecnócratas siguieron: Francisco Gil Díaz, Agustín Cartens, Ernesto Cordero y
la estrella en ascenso de José Antonio Meade, por mencionar a algunos.
Sin embargo,
ningún tecnócrata de la tercera
generación como Luis Videgaray –contemporáneo en el ITAM de Meade y de
Cordero-, alumno y ex socio de Pedro Aspe (el referente académico más respetado
entre los tecnócratas), tuvo la misma ambición de Salinas de Gortari: prolongar
su influencia más allá de un sexenio. Construir un maximato personal.
Videgaray recordó a Plutarco Elías
Calles para alabar a Meade en su “pre destape” del 22 de noviembre. Por
supuesto que no andaba “despistado”. Fue un discurso que los psicoanalistas
bien pueden clasificar como una transferencia de ambiciones tecnocráticas: el
verdadero Jefe Máximo quiere ser él, aun cuando tenga que sacrificar la
candidatura presidencial.
Este es el verdadero dilema de la
tercera generación de la “familia feliz” del ITAM-Banco de México-Secretaría de
Hacienda: ¿cómo permanecer con una institución presidencial debilitada, un
modelo económico excluyente, una crisis social que ha degenerado en violencia,
en una espiral de “eliminación social de los prescindibles” y en una corrupción
más escandalosa que en la era de López Portillo?
Los escenarios para Meade son cada
vez más claros. Algo se aprende en la historia de las dinastías y las
cofradías: si juega a perder, se volverá una pieza del juego de poder de
Videgaray; si quiere ganar la candidatura y la presidencia de la República debe
desplazar al grupo que lo llevó al poder. Y los “errores” y horrores de
diciembre de 1994 es muy probable que se repitan, anticipadamente, en 2017.
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