martes, 25 de diciembre de 2018

El elefante en la sala.


Por Alejandro Páez Varela.

Algunos promueven, con mucha insistencia, la idea de que vivimos un México partido en dos. ​Que “hay solamente dos tipos de mexicanos: el que odia a Andrés Manuel López Obrador, y el que lo ama”. Me parece un falso dilema, además, que no se puede vivir sin tomar bandos. Por varias razones, es falso el dilema; sobre todo porque parte de una idea equivocada: que sólo esos dos polos existen.

Hay los que odian a López Obrador. Hay también los que lo aman. Veamos a esos dos grupos como los ​dos ​extremos. ​Sin embargo ​están ​los que ni una cosa ni la otra y que, ​aunque hayan votado o no por él​​​, conservan una posición de centro. Y esperan resultados para decidir. La mayoría de los que lo odian arrastran esa carga pesada desde hace muchos años. Los que lo aman, son simplemente fans. Y, claro, ambos grupos tratan de convencer a los que están en el centro que sólo los dos extremos existen. Y cualquiera se sentirá la excepción (es decir, “un indeciso”) si se deja arrastrar por la idea de que sólo hay de dos sopas. Y no es así y no tiene por qué ser así.

¿Es posible haber votado por AMLO y criticarlo? Por supuesto que sí. Pero los radicales lopezobradoristas atacan con furia a los que se atreven a levantar la mano y opinar en contra de su líder.

¿Es posible no haber votado por él y desear que le vaya bien? Sí es posible. Pero los que creen que AMLO es satanás no aceptarán que alguien levante la mano para decir que se puede trabajar con él y por el bien de la República.

El falso dilema plantea blanco o negro como únicas alternativas. No hay un blanco y negro. El falso dilema ve “enemigos de la Nación” y “fanáticos, miembros de una secta” o, más a modo, “fifís” y “chairos”. Ciertamente hay de unos y de otros, pero no necesariamente son la mayoría, y hagan una revisión de los votos del 1 de julio (que no haré aquí porque todos los días alguien lo hace). El núcleo duro de opositores de López Obrador y los seguidores a espada y sangre existen; están cada cual en su extremo. Pero no necesariamente, insisto, son una mayoría.

“Nunca hice campaña para @lopezobrador_ como dicen por ahí. No hacía falta. El PRI, el PAN y el PRD hicieron suficiente. Votar por alguien no me quita el derecho a cuestionarlo, a ser crítico y opinar cuantas veces crea necesario. Nuestro país merece una ciudadanía activa”, dijo Diego Luna el sábado por la noche desde su cuenta de Twitter. De inmediato, desde los dos extremos se le fueron a la yugular. Unos le reclamaron que ahora “eche para atrás” su apoyo al Presidente; otros le pidieron que se hiciera responsable por haber invitado a votar por el izquierdista. Eran los dos extremos rabiando contra Diego, exigiéndole que abandonara el centro. Por decirlo amablemente (las redes no lo son), le pedían odiar o amar a López Obrador, pero no quedarse en medio.

El dilema es dañino (optar por uno o por otro bando o atenerte a las consecuencias) y es falso, aunque muchos líderes de opinión lo promuevan. Es dañino porque, por simples razones de la física, si muchos se cargan a un lado del barco, el barco se hunde. Y es falso porque Diego Luna no tiene por qué tomar una decisión entre el blanco y el negro: si quiere estar en el centro, está en su derecho.

Creo que en estos momentos hay un centro amplio, y muchos en los extremos tendrán que aprender a vivir con él: es imposible ignorar al elefante que está sentado en la sala mientras discuten. Se vale haber votado por AMLO y criticarlo y, creo, esa es una posición sabia. Se vale no haber votado por él pero aceptar que es el Presidente y que, si saca adelante lo que ha prometido, podría ser bueno para México. Se vale simpatizar con López Obrador pero no sacar las maracas cada vez que dice algo, tanto como se vale no simpatizar con él y reconocerle si algo sale bien. Y más o menos por allí camina el centro. Y creo que en ese centro hay muchos, no sólo Diego Luna.

He escrito en el pasado que los ciudadanos que votaron por un cambio hicieron historia con López Obrador, el primer izquierdista en ser Presidente de México; también he dicho que para que López Obrador haga historia, le faltan seis años: ya veremos. Pero el falso dilema plantea que millones tomen una decisión ya, ahora mismo: ódialo, o ámalo, o te caigo a palos.

Me parece que la rabia del otro no debería nublar la inteligencia de alguien. Y también los rabiosos deberían recordar que, es sabido, cuando un elefante se enoja hasta de un coletazo tira a su pretendido domador.

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