Ricardo
Ravelo.
La Corte de
Nueva York, donde se lleva a cabo el juicio en contra de Joaquín Guzmán Loera,
El Chapo, se convirtió en un espacio para la catarsis de los narcotraficantes,
impotentes ante la justicia La fantasía y las lenguas sin gobierno salen a
pasear y periodistas y medios de comunicación, hambrientos de notas, dan rienda
suelta a la mentira, la noticia falsa corre sin dique de contención por los
hilos electrónicos.
Nadie
verifica nada. Basta que un testigo abra la boca y de rienda suelta a su lengua
para que hasta los medios más serios, por atracción irresponsable, abran la
puerta al sensacionalismo como negocio, periodismo barato que se viste con el
atuendo de la seriedad, servil hasta en la crítica.
La mentira
también es criminal. Y la omisión su prima cercana.
En la sala
donde capos, abogados y fiscales se dan cita sólo les falta el diván para que
aquello se convierta en consultorio destinado al psicoanálisis para todo tipo
de personajes atenazados por historias fantásticas, donde los abogados, siguiendo
el hilo de la mentira, conducen a sus clientes y testigos a realizar
declaraciones inducidas, en la mayoría de los casos, por el protagonismo o por
el enfermizo resorte de la acusación falsa. Perdidos tras las barreras de la
prisión, escupen el jugo gástrico envenenado, batidos en su propio vómito.
Son tantas
las declaraciones sin pruebas y tan abultadas las historias falsas que en el
juicio contra Guzmán Loera la línea de verdad está totalmente extraviada. En el
juicio que pretende llevar a condena al exjefe del cártel de Sinaloa las
autoridades judiciales estadunidenses tendrán que bucear en un mar de dichos
sin fondo, pues los señalamientos en contra de funcionarios mexicanos, por
ejemplo, carecen de pruebas mínimas y necesarias para que puedan al menos
preocuparse.
En semanas
recientes, el capo Rey Zambada, hermano de Ismael Zambada García, El Mayo—quien
vive protegido por las autoridades mexicanas con la venia de Estados Unidos
–declaró que el cártel de Sinaloa había cooptado a altos funcionarios de la
PGR, de la embajada de Estados Unidos en México, de Interpol, de Aduanas y
hasta militares para operar una red de protección al cártel de Sinaloa a fin de
que moviera, sin preocupaciones, sus cuantiosos cargamentos de droga por el
Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
En el juicio
de Nueva York, el abogado de Guzmán Loera, Jeffrey Lichtman, declaró, basado en
el dicho de su cliente, que los expresidentes Felipe Calderón y Enrique Peña
Nieto recibieron pagos millonarios del cártel de Sinaloa para permitir sus
operaciones en México y mantener en libertad a su líder. El señalamiento causó
un revuelo fugaz. Sin pruebas, la acusación se desvaneció en el aire.
Al volver a
la escena del juicio, Rey Zambada dijo que también habían comprado la protección
de Genaro García Luna, quien durante los gobiernos de Vicente Fox y Felipe
Calderón estuvo a cargo de las tareas de seguridad del país. Este personaje
carga con la sospecha de haber protegido al narcotráfico, pero hasta ahora
tampoco se le ha probado nada.
En Nueva
York en ningún momento los declarantes aportaron pruebas para hundir a García
Luna y sus dichos no son suficientes para probar una acusación ni menos para
llevar a juicio a sus presuntos cómplices. Todo esto resulta un verdadero show
que, como las novelas de Televisa, mantiene atados a la pantalla a quienes
siguen dormidos con los ojos abiertos.
Aquí cabe señalar que buena parte de
las declaraciones de Rey Zambada ya se conocían en México desde el 2004, poco
después de que fue detenido. Es una película trillada. En ese año estalló el
escándalo de corrupción que implicó a funcionarios de la PGR, particularmente
de la Siedo, relacionados entonces con la protección al cártel de Sinaloa.
El titular de la Siedo, Noé Ramírez
Mandujano y varios colaboradores suyos (entre ellos algunos militares)
terminaron presos en el penal “El Rincón” de Tepic, Nayarit, pero tuvieron que
ser liberados porque ninguna de las acusaciones pudo ser probada. En resumen,
los narcotraficantes y otros testigos protegidos mintieron y sus dichos
–verdaderas madejas de mentiras e historias fantásticas –fueron descalificados
por jueces y magistrados en todas las instancias legales.
Aquella amplia investigación,
conocida como “Operación Limpieza”, realizada por la PGR, entonces a cargo de
Marisela Morales –señalada de orquestar una red de testigos falsos para
incriminar a funcionarios y enemigos suyos –resultó un verdadero fiasco.
Encarcelaron a cuanto funcionario resultó embarrado, pero luego fueron
liberados en cascada. La PGR pasó a ser una fábrica de acusaciones falsas. Y
muchos expedientes se armaron a sabiendas de ello.
La mayoría de los testigos mintieron
y, como consecuencia los implicados en la presunta protección del cártel de
Sinaloa –gran parte de esta telenovela se recapitula en el juicio contra El
Chapo en Nueva York –tuvieron que ser liberados. A la lista de descalabros
judiciales se sumaron los controvertidos casos del general Tomás Ángeles
Dauahare y el de la francesa Florance Cassez, él acusado de servir al narco y
ella de formar parte de una presunta red de secuestradores.
Un juez solicitó a la PGR, entonces a
cargo de Jesús Murillo Karam, que se investigara a la exprocuradora Marisela
Morales porque, según el juzgador, existían indicios de que muchos casos fueron
maquinados perversamente con testigos falsos. Pero el político hidalguense optó
por el camino de la impunidad y José Antonio Meade premió a Morales con el
consulado de México en Milán, Italia.
Hace unos
días, la metralla de mentiras volvió a sacudir el escenario mexicano. Esta vez
el exprocurador General de la República,
Ignacio Rey Morales Lechuga, fue acusado por el narcotraficante Colombiano
Jorge Milton Cifuentes de recibir dinero a cambio de protección.
Morales
Lechuga fue procurador en el sexenio de Carlos Salinas. Tomó la PGR en 1991 y
salió en 1993. Fue relevado por Jorge Carpizo, quien condujo a la PGR a una
crisis de credibilidad sin precedentes en ese tiempo, después de los logros
obtenidos por Morales Lechuga en el combate al crimen organizado. Fue
justamente en ese tiempo cuando se emprendió la cacería de varios capos. Fue
capturado Guzmán Loera en Guatemala, después de intensa búsqueda, y en Cancún,
Quintana Roo, cayó abatido a tiros Rafael Aguilar Guajardo, entonces jefe del
cártel de Juárez.
Con Morales
Lechuga como procurador se incrementó el decomiso de drogas y armas. Las
estadísticas dan cuenta de ello. En 1991 enfrentó una fuerte polémica tras la
matanza de agentes federales en un paraje de Tlalixcoyan, Veracruz, pero la
Comisión Nacional de Derechos Humanos, entonces a cargo de Jorge Madrazo, cerró
sus investigaciones sobre ese caso concluyendo que todo se debió a una
confusión. Más tarde Morales fue nombrado embajador de México en Francia y al
término de su gestión se retiró del servicio público para dedicarse a sus
tareas como Notario Público
En aquel tiempo, como procurador,
Morales Lechuga no fue el único responsable de la lucha antidrogas. El
presidente Carlos Salinas había recargado dichas tareas en Jorge Carrillo Olea,
a la postre relacionado presuntamente con Amado Carrillo cuando fue gobernador
de Morelos.
Las
declaraciones del narcotraficante colombiano contra Morales Lechuga no se
sostienen en los hechos. El capo no mencionó sumas ni quien las recibió ni
fechas precisas o posibles en caso de haberlas entregado, el rostro de la
falsedad sin maquillaje. Cifuentes, según sus antecedentes, formó parte del
cártel del Norte del Valle –o cártel de
los sapos –creado con los restos de los cárteles de Cali y Medellín,
encabezados por Pablo Escobar y los hermanos Rodríguez Orejuela, respectivamente.
Este cártel
se creó con los restos de ambas organizaciones posterior a 1993, es decir,
cuando Morales Lechuga ya no era procurador General de la República. Aquí las
fechas no coinciden. Al rosario fantástico de declaraciones emitidas por
Cifuentes le faltan precisiones, datos, hechos, fechas, la verdad ausente en
una lengua desenfrenada y venenosa.
Jorge Milton
Cifuentes Villa fue capturado en Venezuela en noviembre de 2012, su detención
la dio a conocer el ministro del interior de ese país, Nestor Riverol. Al
detenido se le conoce como el J.J. y según las acusaciones que pesan en su
contra era uno de los principales enlaces de Joaquín Guzmán en Colombia. Ahora
testifica en contra del exjefe del cártel de Sinaloa en Nueva York.
De acuerdo
con su biografía criminal, Cifuentes se inició en el cártel de Medellín. Fue
piloto de Pablo Escobar. Tras la muerte del capo Francisco Jorge Milton se
convirtió en jefe de la organización junto con la viuda de Francisco, Patricia Rodríguez Molsalve. Su camuflaje era
la actividad empresarial. Decía que tenía negocios en Panamá, México y Ecuador.
En noviembre
de 2010 fue acusado por la Corte del Distrito Sur de la Florida de tráfico de
drogas y lavado de activos. Un año después, la Corte de Nueva York también
integró un expediente en su contra por los mismos delitos.
Tras los señalamientos, la reacción
de Morales Lechuga fue rápida. En su cuenta de twitter rechazó los
señalamientos por falsos y calumniosos, dijo enfático. Y de inmediato se abocó
a solicitar la asistencia legal de la PGR y de la Secretaría de Relaciones
Exteriores a fin de obtener una copia del testimonio de Cifuentes para proceder
legalmente en su contra.
La denuncia que presentará Morales
Lechuga próximamente, según confirmó, será por daño moral en México y perjurio
en Estados Unidos, pues ha decidido proceder en contra “del capo falsario”,
como él le llama, también contra el abogado Jeffrey Lichtman –defensor de
Guzmán Loera –, el fiscal del caso y el periodista Keegan Hamilton, quien en
las redes sociales dio rienda suelta a las acusaciones falsas contra el
exprocurador, dando por hecho los señalamientos.
–Interpondrá
las denuncias en Nueva York? –se le pregunta a Morales Lechuga vía telefónica.
–Si, por su
puesto, y en México también agotaré todas las instancias legales.
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