Arnoldo Cuellar.
Guanajuato
sigue siendo un estado de alta migración, pese al crecimiento económico de los
últimos años. Tener un trabajo continuo en la industria de la construcción en
Texas no se puede comparar con una plaza en cualquiera de las empresas del
clúster automotriz de la entidad.
Esa era la
historia de Leonardo Reyes Cayente, un joven de 23 años originario de una
modesta comunidad de San Miguel Allende, San Damián, donde apenas habitan 50
familias. A los 16 años abandonó familia, comunidad y escuela para iniciar una
aventura en Dallas.
Siete años
después tenía una trayectoria como obrero de la construcción, apoyaba a su
familia y nunca olvidaba regresar a una comunidad perdida en la inmensidad de
la geografía semidesértica del norte de Guanajuato, para vivir las festividades
del lugar que lo vio nacer, pero también para jugar futbol con los amigos.
A sus 23
años, Leo no podrá seguir haciendo eso que le gustaba, tampoco podrá seguir
apoyando a su familia, dándole algo parecido al bienestar y muchas alegrías.
Leonardo estuvo en el lugar equivocado cuando unos policías estatales, de
acuerdo a su propia argumentación “respondieron con fuerza letal a un ataque
letal en su contra”.
¿Alguien
puede creer que un joven que a sus 23 años tenía una forma honesta de vivir en
los Estados Unidos y era apreciado por amigos y familiares, se iba a enzarzar
en una disputa a balazos con policías perfectamente identificados?
Pero más
allá de esa duda, tenemos la versión de la familia que habla de una agresión
injustificada y una manipulación de la escena donde murió el joven, en la que
los policías tuvieron mucho tiempo para mover los indicios a su antojo.
Por su
parte, la comisionada de análisis y estrategia para la seguridad ciudadana,
órgano recién creado y que depende desconcentradamente de la Secretaría de
Gobierno, Sophia Huett López, decidió convertirse simplemente en una vocera de
la Secretaría de Seguridad y exponer la versión del parte policiaco, sin abrir
espacio a ninguna otra perspectiva del hecho.
Lo peor de
todo es que la investigación, que debiera ser imparcial, no lo será porque
estará a cargo del procurador de justicia Carlos Zamarripa, el mejor amigo, el
compadre y protector del secretario de seguridad responsable de los elementos
que ultimaron a Leonardo.
Ese es el
problema de fondo. Con la decisión de ratificar a Zamarripa como procurador de
justicia y postularlo como el futuro e inminente fiscal general del estado, el
gobernador Diego Sinhue Rodríguez ha decidido prolongar esta fórmula de un
funcionario que no solo no tiene autonomía, sino que es todo un factótum
político dentro de la estructura gubernamental.
Zamarripa no
solo ha sido ineficiente para atender la problemática general de inseguridad,
sino que basa su fuerza en las complicidades internas que ha construido al
interior de la estructura política del PAN – Gobierno.
El próximo
fiscal general nunca podrá realizar una investigación objetiva que involucre
responsabilidades de sus compañeros de gabinete, sino que incluso utilizará la
información y el propio proceso para negociar políticamente, aumentar su poder
y hacer intercambios de favores. Es la fórmula exacta para consolidar un
cacicazgo político-policial, por encima de cualquier otra instancia
institucional.
Menos puede
esperarse de la Procuraduría de los Derechos Humanos de Guanajuato, que desde
que es encabezada por Raúl Montero de Alba se ha manejado como una institución
refaccionaria del gobierno estatal, mediatizadora de los reclamos de las
víctimas y cómplice de innumerables abusos de poder.
Con la
decisión de poner al servicio de la versión policial a la nueva comisión de
análisis y estrategia para la seguridad, su titular vulnera la posibilidad de
que a esta instancia pudiesen recurrir los ciudadanos para buscar la mejoría de
la función policial. Poco se puede esperar también del consejo empresarial a
modo construido solo para convalidar y no para supervisar la actuación de las
fuerzas de seguridad.
¿Habrá
alguna esperanza de que los diputados de la mayoría panista que aseguraron que
su apoyo a Zamarripa no era “un cheque en blanco”, estén al pendiente de la
investigación que realizará la PGJE sobre la muerte de Leo? Difícilmente, dada
su evidente falta de autonomía y su supeditación a la agenda y los intereses
políticos de la oficina del gobernador.
La actuación
de los elementos de la policía estatal que concluyó con la muerte de Leonardo
Reyes puede haber violado leyes y protocolos, pero probablemente lo que más
lamentan Zamarripa y Cabeza de Vaca es su terrible sentido de la oportunidad.
Lo que de
acuerdo con la familia y los amigos de Leo podría ser una más de las historias
de abuso de autoridad, de uso excesivo de la fuerza y de violencia de estado,
se volverá emblemática al ocurrir justo cuando se debaten las terribles
consecuencias que traerá consigo la designación de un fiscal carnal en
Guanajuato.
Por lo
pronto, el estreno de la flamante comisionada Sophia Huett ya dio la pauta: el
aparato oficial no ve más que una sola versión de los hechos: la
criminalización del joven migrante y la justificación de su muerte bajo
protocolos que resultarían inadmisibles en cualquier sociedad civilizada. Ya ni
siquiera hace falta que Zamarripa investigue y que un juez emita una sentencia:
el estado ya decidió que la vida de un joven de 23 años no vale nada y que la
muerte, en Guanajuato, tiene permiso.
Si en esto
consistía el golpe de timón, mejor que nos dejen como estábamos.
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