Javier Risco.
En la
ciencia ficción, Arthur C. Clarke inspiró el miedo a las computadoras y a las
máquinas en general con la temible HAL 9000, de su novela 2001, Una odisea del
espacio, que llevó al cine Stanley Kubrick. En dicha ficción, la tripulación
estaba aislada en el espacio exterior y no tenía más opciones que estar a
merced de la voluntad de la máquina, que de manera muy sencilla comienza a
eliminarlos para no ser desconectada. En la realidad, se la hemos puesto más
fácil a las máquinas, no será necesario salir de nuestra atmósfera, ni siquiera
de nuestra casa.
Según The
Guardian, la semana pasada se aprobó, finalmente, lo que parecía una broma por
donde se le viera, algo que, tal como en las películas, si cae en las manos
equivocadas puede ser catastrófico.
El Servicio
Nacional de Salud de Reino Unido (NHS, por sus siglas en inglés) ha anunciado,
en conjunto con Amazon, que los usuarios de Alexa, el asistente virtual de la
compañía, podrán hacerle consultas médicas y esta les resolverá sus dudas. La
idea es que, en un futuro muy cercano, la mayoría de la gente reciba por este
medio una orientación primaria y solamente los casos que lo ameriten lleguen a
cristalizar en una consulta como la conocemos desde siempre (con el habitual
quítese la camisa y diga treinta y tres).
Soy hijo de
médicos, así que al menos para mí siempre me será más sencillo (y confiable)
llamar a mi madre y preguntarle qué debo hacer si me duele tal o cual cosa o si
presento determinado síntoma. Entiendo que el resto de la gente se pueda ver forzada
a preguntarle a alguien menos confiable o con menos idea, y que incluso, en un
caso aislado, recurra a la siempre mal vista automedicación. Pero que alguien
me diga que Alexa lo dejó tranquilo con lo que su tono robótico pudo
diagnosticarle, me cuesta un poco más de entender.
Para mí es
simple, supongamos que un día de calor me comienzan a zumbar los oídos y tengo
que elegir entre preguntarle qué puedo hacer a un aparato o a una señora
cualquiera que va pasando por ahí. Obviamente le voy a preguntar a la señora,
porque al menos tiene oídos para entender de qué le estoy hablando.
Lo que me
llama más la atención es que la iniciativa está dirigida a personas con
movilidad reducida, a ayudar a pacientes ancianos y personas con discapacidades
visuales que no pueden acceder a internet por medios tradicionales para
informarse de sus dolencias.
A lo mejor
he visto mucha televisión, pero para mí el drama está servido.
Imagino la
escena en que yo mismo, solo en mi casa, en mi futuro anciano y decrépito, ya no
pueda llamar a mis padres. Entonces le digo a Alexa que me duele el costado
izquierdo y que creo que me está viniendo algo, que puede ser algo muscular, un
simple gas mal procesado o un ataque al corazón. La Alexa de hoy podría
perfectamente cerrar las puertas de mi casa y bloquear la entrada y la salida
de cualquiera que pudiera ayudarme. La Alexa de hoy puede bloquear mis llamadas
telefónicas, y peor aún, puede llamar a alguien y reproducir mi voz. La Alexa
de hoy podría ponen en riesgo a mi yo anciano.
Obviamente
exagero, pero sería más sencillo que estos sistemas inteligentes te direccionen
a hablar con un doctor verdadero, porque no todos los padecimientos son
físicos, a veces los dolores son de otra índole. Y si las palabras no logran
explicar lo que nos pasa, tampoco las palabras lograrán sanarnos.
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