Por Pablo
Gómez.
No hay hecho
político que más irrite a las derechas moderadas o extremas que las cotidianas
conferencias de prensa del presidente de la República, las denominadas
mañaneras.
Una de
las características de la situación actual es que se está disputando la
palabra. Durante décadas, el poder llenó el espacio político con su propia
palabra, la pronunciada por sus voceros directamente autorizados o por aquellos
que se dedicaban a reproducir, elogiar, explicar, justificar a los poderosos:
todo un oficio muy bien pagado.
Andrés
Manuel López Obrador carece de voceros oficiales y tampoco tiene a los pagados.
Él es el vocero de sí mismo. Habla todos los días, a veces no sólo por la
mañana sino a deshoras. Los reporteros le preguntan libremente, le encaran, le
refutan, le contradicen. El presidente responde y añade, se sale del tema y
luego tiene que regresar ante la presión del diálogo ingrato.
Este
esquema es el medio de disputar la palabra tantos años capturada por los ahora
desplazados del poder.
Antes,
los grandes medios ofrecían lugares a los opositores, incluyendo a López
Obrador, pero no cedían la palabra, la cual estaba bajo el control de los
poderosos.
Hoy, como
las oposiciones formales dicen y vuelven a decir, pero no alcanzan a rebatir al
presidente de la República, esta función sólo la intentan los periodistas del
foro presidencial y, a veces, algunos otros de aquí y de allá. Así, por
infortunio, es la precariedad del discurso de los partidos opositores la que le
otorga mayor fuerza a la prensa de todas las tendencias y querencias.
Quizá por
eso mismo no descuellan las tesis contrarias a las de la nueva fuerza
gobernante, sino las búsquedas incesantes de las contradicciones del discurso
presidencial, los olvidos, las evasivas, las equivocaciones, las confusiones.
No existe un debate político propiamente dicho porque algo que pudiera llevar
ese nombre no se lograría en conferencia de prensa sino en tribuna, en acciones
masivas, en conglomerados convocados para la protesta y la propuesta.
Durante las
tres décadas del movimiento que recién triunfó, las proclamas opositoras
eran hundidas en un mar de baterías propagandísticas, la mayoría de paga, y en
hoyos de silencio. En los tiempos actuales, en cambio, quien fuera líder de
aquella oposición, el presidente de la República, habla todos los días, con o
sin tino, pero su palabra al fin se escucha, sin tener que pagar y se puede
contradecir.
Cosa
diferente, claro está, consiste en la práctica de desvirtuar o tergiversar lo
dicho por Andrés Manuel o por cualquier otro funcionario o legislador de la
4T. Existen montones de notas
periodísticas que dicen lo contario de lo expresado por la fuente y, a veces,
los encabezados deforman lo escrito por el mismo reportero. Eso es algo de lo
más común porque el más fácil es el periodismo sin responsabilidad social o el
que soslaya su propia ignorancia.
Con o sin
definiciones éticas, el caso es que nadie en los medios está obligado a hacer
ditirambos al poder político de la República. Esto es parte del nuevo esquema
de disputa de la palabra.
Un
periódico o revista, emisora de radio o televisión, portal de noticias, etc.,
puede ser tan opositor como quiera y recurrir a su propia moral, por ejemplo,
aquella que se deriva de sus ideas sobre el carácter de la fuente cuyos actos o
pronunciamientos reseña, antes de la obligación de comunicar a su público lo
que está pasando. Todo eso es parte de la nueva normalidad creada a partir de
un nuevo sesgo que ha tomado la disputa de la palabra.
La prensa
fifí siempre ha existido y se reconoce a sí misma de sobra. ¿Por qué tanto
desconcierto? Porque expresar ideas y convicciones no es algo normal cuando se
trata de un político poderoso, el cual debe “guardar las formas” aunque esas
estén basadas en la hipocresía, denominada respeto. Se ha llegado a postular
que los críticos no deben ser criticados por los sujetos de su propia crítica.
Eso ya no es vigente. La libertad de difusión de ideas es para todos, todo el
tiempo. Así lo señala la Constitución y lo confirma la práctica.
Ante la
existencia de unas oposiciones bastante extraviadas y desmovilizadas, en la
actual disputa de la palabra han ganado los medios, tanto los tradicionales
como los emergentes, aunque muchos han perdido ingresos. Se han hundido el
“chayote” y la gacetilla, aunque sobreviven, pero todos pueden ahora decir
libremente lo que piensan y difamar a quien deseen, a la espera, eso sí, de una
eventual respuesta que se escucharía.
Bien, la
disputa de la palabra abierta por la 4T es también un invaluable instrumento de
aquella prensa que le sirve a sus lectores o escuchas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.