Enrique
Quintana.
No sobra
decir, una y otra vez, que la vida ya es otra después de la epidemia del
COVID-19.
No obstante,
hay varios gobiernos que consideran que son exageradas las medidas para evitar
la propagación del virus.
Incluya
entre ellos al de Estados Unidos, encabezado por el presidente Donald Trump, y
también al presidente López Obrador.
Se trata
de una apuesta de muy alto riesgo.
En efecto,
no sabemos hasta qué punto se vaya a propagar el coronavirus. Ni tampoco la
velocidad a la que lo vaya a hacer. Pero, la realidad, es que países como
Italia impusieron las máximas restricciones hasta que la enfermedad se
convirtió en una crisis. ¿Nos arriesgaremos a ello?
En este
momento no hay cura ni tampoco vacuna.
La única
manera de impedir la propagación del virus es a través de la reducción de los
contactos entre la población… con todo lo que ello implique.
China logró
un gran éxito al impedir que el coronavirus creciera más entre diversas
regiones de su país. Eso, sin embargo, se hizo al precio de aislar a la
población y a provincias, incluso, económicamente muy activas. Pronto veremos
que el costo ha sido generar el peor momento económico del país desde la muerte
de Mao Zedong, hace 44 años.
Ahora que la
mayor parte de los nuevos contagios están fuera de China, el mayor de los
desafíos es impedir que la propagación siga a los ritmos de las últimas
semanas.
En los
últimos siete días, los casos ante el coronavirus fuera de China se triplicaron
y llegaron a 30 mil en números redondos.
De
mantenerse esta tasa, en una semana habría tantos casos fuera de China como en
China.
La verdad
es que no sabemos ni las repercusiones en materia de salud ni las implicaciones
en la vida económica y social, como resultado de lo que más pronto que tarde
habrá de caracterizarse formalmente como una pandemia.
Resulta
risible que la OMS siga deshojando la margarita y valore si declarar esta
enfermedad como una pandemia cuando ya está en más de 100 países.
No hay
precedentes en la historia contemporánea de un caso semejante. Estamos frente a
un hecho inédito cuyas repercusiones aún no conocemos.
La última
ocasión que tuvimos un problema de esta magnitud, el mundo era otro. Fue allá
en el año de 1918, con la gripe española.
En ese
entonces, menos del 0.1 por ciento de la población mundial viajaba en avión. Si
se propagó la enfermedad fue debido a la guerra.
La
circunstancia en el siglo XXI es radicalmente diferente. Los expertos dicen que
ahora la epidemia sigue a los vuelos, como si fuera su sombra. Limitarla
implica parar la movilidad.
Estamos en
un terreno inédito.
Como le
hemos comentado desde hace algunas semanas, estamos dando pasos en la
oscuridad.
El problema
es que algunos gobiernos imaginen que tienen la situación controlada.
Creo que el
gobierno de Donald Trump va a tener su peor crisis por su incompetencia para
manejar la propagación del virus.
En México,
el problema es que parece que nadie tiene la autoridad moral para advertir al
presidente López Obrador que está jugándose el futuro de su gobierno con el
manejo que ha hecho respecto a la epidemia.
Los expertos
saben que los siete casos detectados en México son una broma. Podría haber ya
decenas o centenas de casos confirmados si se estuvieran haciendo las pruebas
que se hacen en otras latitudes.
Estamos en
el umbral de un grave riesgo, y parece que ni nos damos cuenta.
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