Enrique
Quintana.
Hay un
adagio mexicano para referirnos a alguna amenaza ficticia, que no nos puede
causar daño: “nos hace lo que el viento a Juárez”.
Hasta hace
muy pocos días, el presidente de la República parecía opinar así respecto al
riesgo del Covid-19 y en buena medida, esa percepción ha guiado las políticas
públicas… hasta hace muy poco.
A diferencia
de esta creencia, otros países con buenos resultados al enfrentar la pandemia
han hecho cosas completamente diferentes. Uno de los mejores ejemplos es Corea
del Sur.
Un análisis
de The New York Times –no es el único, hay muchos– señala las lecciones
coreanas.
Entre el 29
de febrero y el 11 de marzo, los casos activos en Corea pasaron de tres mil 109
a siete mil 362. El peor día de todos para los coreanos fue el 3 de marzo,
cuando aparecieron 851 nuevos casos.
Para el
pasado 23 de marzo, los casos activos ya eran cinco mil 864, 20 por ciento
menos que 12 días antes. Y el número de casos nuevos en esa fecha fue de 64, un
93 por ciento menos que el 3 de marzo.
No es opinión.
Las cifras muestran el éxito de la estrategia de Corea.
¿Qué
hicieron?
Fue 'muy
simple'. Son cuatro cosas. La primera fue anticiparse a la crisis. Como el
Covid-19 puede permanecer asintomático por un cierto periodo, el no tener
muchos casos no fue tomado como sinónimo de que no hubiera contagios.
La segunda
fue hacer pruebas y pruebas y más pruebas. Se estima que se hayan aplicado 300
mil. Además, se aplicó una vigilancia minuciosa a través de medios
tecnológicos, como cámaras termales, GPS de teléfonos y vehículos, entre otras
medidas.
La tercera
fue la trazabilidad de los contactos de los que daban positivo, así como
estrategias muy agresivas de aislamiento social.
La cuarta
fue una campaña vía todos los medios, desde los electrónicos hasta las redes
sociales, para que la gente estuviera bien informada y se vigilara y cuidara.
No fue
ningún milagrito sino disciplina, tecnología, políticas claras y acciones
prontas y bien dirigidas.
El número de
casos activos de Corea la pone hoy en el lugar número ocho luego de haber sido
el país más afectado después de China.
La rapidez
con la que va a salir de la crisis de salud hace pensar que puede haber también
una menor afectación a su economía.
En México,
la estrategia ha sido contraria. Apenas esta semana arrancamos oficialmente una
campaña de distanciamiento social y apenas el viernes pasado formalmente se
suspendieron las clases. El número de pruebas que se ha aplicado es bajo, lo
que impide conocer cuál puede ser el volumen de portadores asintomáticos.
No ha habido
el trabajo de investigación que se requiere para trazar exhaustivamente los
contactos de los que han dado positivos. Y las campañas informativas apenas
tienen pocos días de generalizarse.
Pero además,
el hombre más influyente del país, el presidente de la República, envió por
muchos días mensajes de subestimación del problema.
Todo esto,
en el ánimo supuestamente de cuidar la economía y no generar pánico.
Si resulta
que por la tardanza en aplicar las medidas de distanciamiento social, por la
falta de exámenes y otras estrategias nos enfrentamos en los siguientes días a
una explosión de casos, entonces más bien seguiríamos el patrón de contagios de
EU, que ya es el país más afectado del mundo en términos de casos activos.
Si resulta
que la estrategia funciona y México queda con muy pocos casos reales, las autoridades
de salud y el propio presidente de la República nos callarán la boca a todos.
Si ese fuera
el caso, al menos yo, admitiría gustoso que el gobierno tuvo razón y yo la
regué.
Ojalá sea
así.
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