lunes, 27 de marzo de 2017

El gran corruptor. A cada cosa por su nombre.

Alejandro Páez Varela.

José Antonio Meade y José Narro completaron ayer su transición. Uno medianamente panista y el otro supuestamente académico- ciudadano, ambos pasaron de trabajar en el Gobierno de Enrique Peña Nieto a… su iniciación total. Tomaron parte del último gran ritual del PRI contemporáneo: la toma de protesta del candidato al Estado de México.

Por el carácter de la Secretaría de Hacienda, Meade no ha participado en el reparto de dádivas en esa entidad; el ex rector de la UNAM sí: ya se bañó de pueblo en Edomex, repartió regalos a las masas y, como el que deja su juventud y entra en la madurez, ahora es uno con ellos; es parte del sistema.

En los dos existía (existe) la esperanza de ser considerados candidatos presidenciales; supongo que eso los arrastró. Pero su transformación ha concluido. Se han dejado infectar.

Lo curioso es que, si uno los mira, cualquiera podría ser candidato del PAN o del PRD, por igual. ¡Es tan delgada ya la línea entre uno y otro partido! Y es justamente por personajes como éstos dos. Si alguien quisiera un ejemplo de la encarnación del PRIANRD, son ellos.

Esta transformación, sin embargo, no debería sorprender a nadie. Eso es el PRI. Su gran maquinaria transforma sociedades completas; las baña con su esencia. El Estado de México es justamente eso: una sociedad corrompida hasta el hueso por el PRI. Una máquina de compra de voluntades. Las familias aceptan dádivas, una cúpula se enriquece y juntos quedan unidos en pequeños y grandes actos de corrupción. Casi no hay activismo social en el Edomex; tampoco hay organizaciones civiles fuertes, vigilando. La prensa, casi toda, es una extensión del gran corruptor y una gran mayoría de los partidos allí opera abiertamente para la maquinaria.

Lo mismo pasa en Coahuila: nadie puede imaginarse que esa sociedad todavía vote por el PRI después de los hermanos Moreira, pero sí, vota por el PRI. Una tristeza enorme, Coahuila; una tristeza enorme Edomex, empobrecida, saqueada, insegura… y aun así. Da tristeza pero también da asco: a cada cosa por su nombre.

La cosa es que, en general, la sociedad mexicana es arrastrada, por desidia o por complicidad, de una manera u otra, a ese mundo de zombis sin voluntad. Zombis comodinos. El objetivo de la maquinaria es envolver y mantener en el rezago. Millones son arrastrados por un sistema cuyo principal objetivo es entretener para evitar una transformación desde la sociedad. Es un sistema experto en eso. Ha funcionado durante años, décadas. Si no puede corromper, entretiene.

Le pone etiquetas a la gente y la gente se deja: unos de izquierda, otros de derecha. Los echa a pelear desde las trincheras que les impone, y la gente dispara a los que están enfrente creyendo que hizo bien.

Y mientras, los políticos se enriquecen, la desigualdad se acentúa, la pobreza se vuelve una costra, los corporativos hacen lo que quieren y aplastan a las comunidades, los bancos se llevan la mejor parte y los funcionarios reparten entre ellos lo que no es de ellos. El aparato saquea a millones de mexicanos, viola sus derechos, les da salarios de hambre, les da las noticias que quieren, los mantiene endeudados, los adormecen con telenovelas, les matan a sus hijos, les da un dulce, les matan a sus padres, les da una torta. El sistema acepta que sólo unos cuantos se movilicen para ponerle freno.

Usted es de izquierda, usted es de derecha, y aquél que está allá es de centro. Todos son (somos) la misma masa manipulable, adormecida, pasiva, que tiene miedo a levantar la voz (¡qué digo!) o a levantarse temprano para defenderse; porque usted y yo y todos somos simplemente la madera con la que se hace una fogata, un número de credencial, otro al que hay que atiborrar de Gansitos, Coca Cola y series de televisión. Somos, ustedes y yo, los sujetos de crédito, un vale de comida, la declaración del SAT, un boleto de Metro; somos, usted y yo, clientes de bancos, una corriente de votos, puntos en el súper, el sonido del reloj que checa la entrada al trabajo, temprano.

Nos han empujado durante años a la orilla de la carretera, nos han mentido, nos han prometido y se han burlado los “logros” pírricos que alcanzamos como sociedad. Nos han puesto a cantar el Himno Nacional para que adoremos a sus héroes y los adoremos a ellos, también. Nos han hecho enojar, alguien a vez, y cada vez más poquito; nos han manipulado para que nos conmovamos con discursos, con promesas.

Y no reclamamos, no exigimos, no nos enfurecemos; no señalamos, no denunciamos, no nos cansamos de esperar. La maquinaria es perfecta porque de otra manera, me pregunto, ¿quién votaría por el PRI de Edomex? ¿Quién en su sano juicio? Por lo visto Narro y Meade, que ayer domingo concluyeron la transformación.

Nos entretiene, la maquinaria, hasta que un día usted y yo pintamos canas. Y otro día, decimos adiós. Y otro perro le ladra a la misma sombra, y otro cae en el mismo charco de mierda. Y así, una Nación no se baja del mismo tren miserable, generación tras generación. Y así envejecemos sentados, partiendo cacahuates, entretenidos y embobados, corrompidos o en la desidia.


Da tristeza, sí. Pero también da asco. A cada cosa por su nombre.

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