Alejandro Páez Varela.
José Antonio Meade y José Narro completaron ayer su
transición. Uno medianamente panista y el otro supuestamente académico-
ciudadano, ambos pasaron de trabajar en el Gobierno de Enrique Peña Nieto a… su
iniciación total. Tomaron parte del
último gran ritual del PRI contemporáneo: la toma de protesta del candidato al
Estado de México.
Por el carácter de la
Secretaría de Hacienda, Meade no ha participado en el reparto de dádivas en esa
entidad; el ex rector de la UNAM sí: ya se bañó de pueblo en Edomex, repartió
regalos a las masas y, como el que deja su juventud y entra en la madurez,
ahora es uno con ellos; es parte del sistema.
En los dos existía
(existe) la esperanza de ser considerados candidatos presidenciales; supongo
que eso los arrastró. Pero su transformación ha concluido. Se han dejado infectar.
Lo curioso es que, si
uno los mira, cualquiera podría ser candidato del PAN o del PRD, por igual. ¡Es
tan delgada ya la línea entre uno y otro partido! Y es justamente por
personajes como éstos dos. Si alguien quisiera un ejemplo de la encarnación del
PRIANRD, son ellos.
Esta transformación,
sin embargo, no debería sorprender a nadie. Eso es el PRI. Su gran maquinaria
transforma sociedades completas; las baña con su esencia. El Estado de México
es justamente eso: una sociedad corrompida hasta el hueso por el PRI. Una
máquina de compra de voluntades. Las familias aceptan dádivas, una cúpula se
enriquece y juntos quedan unidos en pequeños y grandes actos de corrupción.
Casi no hay activismo social en el Edomex; tampoco hay organizaciones civiles
fuertes, vigilando. La prensa, casi
toda, es una extensión del gran corruptor y una gran mayoría de los partidos
allí opera abiertamente para la maquinaria.
Lo mismo pasa en
Coahuila: nadie puede imaginarse que esa sociedad todavía vote por el PRI
después de los hermanos Moreira, pero sí, vota por el PRI. Una tristeza enorme, Coahuila; una tristeza
enorme Edomex, empobrecida, saqueada, insegura… y aun así. Da tristeza pero
también da asco: a cada cosa por su nombre.
La cosa es que, en
general, la sociedad mexicana es arrastrada, por desidia o por complicidad, de
una manera u otra, a ese mundo de zombis sin voluntad. Zombis comodinos. El objetivo de la maquinaria es envolver y
mantener en el rezago. Millones son arrastrados por un sistema cuyo principal
objetivo es entretener para evitar una transformación desde la sociedad. Es un
sistema experto en eso. Ha funcionado durante años, décadas. Si no puede
corromper, entretiene.
Le pone etiquetas a la gente y la gente se deja: unos de
izquierda, otros de derecha. Los echa a pelear desde las trincheras que les
impone, y la gente dispara a los que están enfrente creyendo que hizo bien.
Y mientras, los
políticos se enriquecen, la desigualdad se acentúa, la pobreza se vuelve
una costra, los corporativos hacen lo
que quieren y aplastan a las comunidades, los bancos se llevan la mejor parte y
los funcionarios reparten entre ellos lo que no es de ellos. El aparato
saquea a millones de mexicanos, viola sus derechos, les da salarios de hambre,
les da las noticias que quieren, los mantiene endeudados, los adormecen con
telenovelas, les matan a sus hijos, les da un dulce, les matan a sus padres,
les da una torta. El sistema acepta que sólo unos cuantos se movilicen para
ponerle freno.
Usted es de izquierda, usted es de derecha, y aquél que está
allá es de centro. Todos son (somos) la
misma masa manipulable, adormecida, pasiva, que tiene miedo a levantar la voz
(¡qué digo!) o a levantarse temprano para defenderse; porque usted y yo y todos
somos simplemente la madera con la que se hace una fogata, un número de
credencial, otro al que hay que atiborrar de Gansitos, Coca Cola y series de
televisión. Somos, ustedes y yo, los sujetos de crédito, un vale de comida, la
declaración del SAT, un boleto de Metro; somos, usted y yo, clientes de bancos,
una corriente de votos, puntos en el súper, el sonido del reloj que checa la
entrada al trabajo, temprano.
Nos han empujado durante años a la orilla de la carretera,
nos han mentido, nos han prometido y se han burlado los “logros” pírricos que
alcanzamos como sociedad. Nos han puesto a cantar el Himno Nacional para que
adoremos a sus héroes y los adoremos a ellos, también. Nos han hecho enojar,
alguien a vez, y cada vez más poquito; nos han manipulado para que nos
conmovamos con discursos, con promesas.
Y no reclamamos, no
exigimos, no nos enfurecemos; no señalamos, no denunciamos, no nos cansamos de
esperar. La maquinaria es perfecta porque de otra manera, me pregunto, ¿quién
votaría por el PRI de Edomex? ¿Quién en su sano juicio? Por lo visto Narro
y Meade, que ayer domingo concluyeron la transformación.
Nos entretiene, la maquinaria, hasta que un día usted y yo
pintamos canas. Y otro día, decimos adiós. Y otro perro le ladra a la misma
sombra, y otro cae en el mismo charco de mierda. Y así, una Nación no se baja
del mismo tren miserable, generación tras generación. Y así envejecemos sentados, partiendo cacahuates, entretenidos y
embobados, corrompidos o en la desidia.
Da tristeza, sí. Pero
también da asco. A cada cosa por su nombre.
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