Ricardo
Ravelo.
El caso sobre el cártel de Tláhuac,
la presunta complicidad del jefe delegacional –Rigoberto Salgado Vázquez — y el
explosivo narcomenudeo que inunda a la ciudad de México, alcanzaron niveles de
escándalo político. Su magnitud es de tal grado que la Procuraduría General de
la República (PGR) ya investiga una amplia red de vínculos, lavado de dinero y
complicidades que hicieron posible la expansión de la organización criminal que
encabezaba Felipe de Jesús Luna Pérez, El Ojos.
En la
Asamblea Legislativa del Distrito Federal las posiciones se polarizaron y el
caso se dividió en tres piezas: por un
lado está la investigación federal de amplio espectro que ya inició la
Procuraduría General de la República; por otro camino transita la rencilla
política, la exigencia de que el delegado Salgado Vázquez renuncie y, en una
ruta distinta y casi silenciado está el tema central: quienes protegen el
narcomenudeo, como opera y qué delegaciones están afincados los cárteles de la
droga. Esto último empieza a bajar de intensidad porque el sainete político
tiene, en parte, ese propósito.
La PGR inició las investigaciones y,
con independencia de los integrantes del cártel de Tláhuac, los reflectores
están centrados en el delegado Salgado Vázquez, a quien se la atribuyen propiedades
cuantiosas, fuentes de ingresos económicos en apariencia sospechosos y
presuntos socios y amigos que estarían implicados en el crimen organizado y en
Morena.
El miércoles
2, tras comparecer en la Asamblea
Legislativa del Distrito Federal, se le exigió la renuncia al cargo –a lo que
se ha negado — a fin de que pueda ponerse a disposición de las autoridades
federales que investigan al cártel de Tláhuac y su red de protección política
sin la cual –se afirma –hubiera sido imposible su ascenso tan fulgurante en el
mercado de las drogas de la Ciudad de México.
No hay ningún argumento que refute
una lógica contundente: en los territorios donde hay narcotráfico también
existe protección política. Si el cártel de Tláhuac u otros han crecido en la
Ciudad de México es porque las ganancias que derraman llegan a niveles muy
altos. No sólo eso: también porque existe un mercado de consumo boyante que
debe abastecerse de cualquier forma y todo ello representa miles de millones.
En la Ciudad
de México no sólo opera el cártel de
Tláhuac. Centrar el problema del narcomenudeo en ese grupo criminal es reducir
su verdadera dimensión: el negocio es mucho más amplio. No sólo es la venta de
droga. Los cárteles o grupos criminales desde hace varios años son empresas del
crimen, corporativos que operan con veinticinco tipologías delictivas, entre
otras, han incorporado a su abanico de tareas los secuestros, extorsiones,
venta de protección, cobro de piso a comercios fijos y ambulantes, así como a
bares y cantinas.
De igual forma controlan el tráfico
humano, la prostitución en todas sus escalas –desde los burdeles de baja estofa
hasta las casas de cita de postín –; estos cárteles también operan la
piratería, el robo de autos, están vinculados a los asesinatos por encargo y no
es menos cuantioso para ellos el tráfico de armas, cuyo mercado también es
creciente en la Ciudad de México.
Así se trate
del cártel de Tláhuac, la Familia Michoacana, el cártel de Jalisco Nueva
Generación, Los Zetas, La Unión de Tepito y otras derivaciones criminales, lo cierto es que en todas las delegaciones
de la Ciudad de México el narcomenudeo y muchos otros delitos son una realidad.
El auge de las drogas y su consumo es
evidente en Tláhuac, sin duda, pero también en Xochimilco, donde existen
decenas de carreteras y caminos por donde se mueven los cargamentos, en muchos
casos, protegidos por la policía. La zona de Chalco también es otra ruta muy
socorrida por estas redes que, en su mayoría, ingresan la droga desde Michoacán
–donde arriba por vía marítima o aérea – o bien proviene de Guerrero, otro
puerto controlado por el narco, para luego ingresar por Morelos o el Estado de
México, puntos estratégicos del crimen organizado. De ahí saltan al gran
mercado de consumo: la Ciudad de México.
A través del estado de Hidalgo
–entidad controlada por Los Zetas –también ingresa mucha droga a la capital del
país. Puebla, enclave de los huachicoleros, es otra vía por donde ingresa la
droga que proviene de Veracruz, donde el Cártel de Jalisco Nueva Generación
opera desde que arribó al poder Miguel Ángel Yunes Linares.
El crimen
organizado afincado en la Ciudad de México también controla otro punto clave: el Aeropuerto Internacional Benito Juárez,
el cual desde principios del 2000 está bajo la mira del Departamento de Aduanas
de Estados Unidos por ser el centro de operaciones más grande en cuanto al
tráfico de drogas y dinero sucio.
En el año 2004, se encendieron los
focos rojos en Estados Unidos: primero porque les llamó la atención que a
través de vuelos comerciales llegaba mucha droga a Los Ángeles y a Nueva York.
Más tarde, conforme las líneas aéreas abrieron más rutas, comenzaron a inundar
de droga y de precursores químicos otras ciudades de ese país.
El problema estalló en 2004, cuando
en la terminal 1 fue robado un cargamento de tres toneladas de efedrina –el
precursor especial para elaborar drogas sintéticas –en el cual resultaron
implicados altos funcionarios de Aduanas, policías federales y fiscales
adscritos al aeropuerto, según consta en la indagatoria PGR/SIEDO/182/04.
La efedrina fue sustraída del recinto
fiscal –donde extrañamente se guardó por varias semanas – pese a que el agente
aduanal por ley está obligado a entregar la mercancía al propietario.
Este
episodio derivó en el asesinato de José Noé Garduño, quien entonces se
desempeñaba como subadministrador de Aduanas en el Aeropuerto Internacional de
la Ciudad de México. Este personaje presuntamente estaba vinculado a un cártel
de la droga.
Las investigaciones iniciadas
entonces por la PGR –extrañamente nunca se conocieron sus conclusiones
–registraron que el cargamento de efedrina fue importado de China por la
empresa SICA, S.A. de C.V. La operación se realizó a través de la agencia
aduanal Montalvo, S.C., empresa que, según las investigaciones, es propiedad de
Rafael Montalvo, tío de José Guzmán Montalvo, quien fue director General de
Aduanas en el sexenio de Vicente Fox y uno de los hombres cercanos al entonces
poderoso secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz.
A este hecho
se sumaron otros casos que evidenciaron lo que todo el mundo sabe: que la terminal aérea es centro de operaciones
del crimen organizado y que todo el negocio de la droga opera con protección de
las autoridades. Por esa razón, el gobierno de Estados Unidos encendió las
alertas y envió desde entonces agentes encubiertos para vigilar las operaciones
dentro de esa terminal aérea.
Eso no fue
todo. A principios de 2012, una balacera
sacudió la terminal ll del Aeropuerto capitalino. El enfrentamiento se suscitó
entre agentes federales, entonces bajo el mando de Genaro García Luna, el
policía que estuvo a cargo de la seguridad del país durante los sexenios
panistas encabezados por Vicente Fox y Felipe Calderón.
La balacera obedeció a la disputa por
un cuantioso botín de dinero que un cártel había ofrecido para proteger el
arribo de un avión de Aeroméxico que provenía de Lima, Perú, con un cargamento
de cocaína, la cual, según se supo, sería distribuida en la Ciudad de México.
Algunos de los policías que resultaron heridos dijeron que la protección al
narcotráfico en el aeropuerto era dirigida desde la propia Secretaría de
Seguridad Pública Federal (ya desaparecida).
Durante el
sexenio de Felipe Calderón la PGR integró un amplio expediente sobre la
infiltración del narco en esa institución, Interpol y varias estructuras
policiacas presuntamente ligadas al narco.
En esa
investigación, conocida como “Operación Limpieza”, se acreditó, por ejemplo, que el cártel de Sinaloa controlaba desde
entonces el Aeropuerto Benito Juárez; que Rey Zambada (ya detenido) hermano de
Ismael El Mayo Zambada, actual jefe de ese grupo criminal, era uno de los
responsable de operar el narcotráfico en esa terminal aérea y de comprar el
silencio de los funcionarios de las aduanas.
No obstante,
a las evidencias las autoridades han politizado para su conveniencia el llamado
caso Tláhuac reduciendo el hecho a un mero sainete político. El problema es más
profundo y si no existen las pruebas por lo menos sí las sospechas fundadas de
que en todas las delegaciones de la Ciudad de México el narcotráfico opera a
gran escala con la protección oficial.
También queda claro que no sólo es el
cártel de Tláhuac el único que controla el mercado. Hay de todo: desde cárteles
hasta células muy bien organizadas –brazos de organizaciones poderosas –que han
conquistado el gran mercado de consumo con violencia y corrupción. Quizá más con lo segundo que con lo
primero.
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