Martín
Moreno.
Ningún gobierno priista o no priista,
ha sido tan repudiado como el de Enrique Peña Nieto.
Los mexicanos, sencillamente, no
creen ni en el actual presidente ni en su administración. Jamás en la historia
moderna se había visto un derrumbe tan brutal, tanto en la credibilidad como en
la imagen, de cualquier mandatario, inclusive a nivel mundial. Vamos, ni
Nicolás Maduro es tan rechazado en Venezuela, tanto como Peña Nieto en México.
(Con Maduro el rechazo es del 73 por ciento). De ese tamaño es el desprestigio
del mexiquense.
Dos encuestas internacionales,
reconocidas y confiables por los años que tienen trabajando y por la seriedad
de sus estudios, ya ubican a Peña Nieto como el peor presidente de los últimos
cuatro sexenios. Sin decirlo textual, así lo confirman las cifras de
Latinobarómetro y de Pew Research Center. Son demoledoras.
¿Le preocupa esto al presidente de
México?
Por cómo se comporta; por lo que dice
y hace, creemos que no.
Peña Nieto ha desatado un vendaval
autoritario en contra de sus críticos – políticos, funcionarios, periodistas,
activistas, etc-, y ya ha perdido toda dimensión de gobierno y solamente se
enfoca, de manera tan desesperada como peligrosa para el país, en dos asuntos
que para él son de máxima prioridad: derrotar al costo que sea a AMLO en 2018,
y garantizar la impunidad para él y sus amigos al terminar el sexenio. ¿Cómo?
Manteniendo al PRI en Los Pinos, vía el no priista José Antonio Meade.
Desesperado Peña, y en ese lance,
vive su propio mundo: para él, México es Toluca y puede correr a quien se le
plazca, como si fueran sus empleados, cuando se
manifiesten como un riesgo para la supremacía priista, como ocurrió
recientemente con el titular de la Fepade, Santiago Nieto. A Peña ya no le importan los costos políticos que deba pagar. En lo
absoluto. Su terror es acabar en la cárcel por la corrupción innegable que ha
sido la etiqueta de su gobierno. Esa es su pesadilla. Su obsesión.
Peligroso, porque en su afán por
salvar el pellejo, a Peña no le importará entregar un país despedazado,
quebrado en lo institucional, sumido en el encono político, en la corrupción
gubernamental, en la confusión pública, en la impunidad rampante y en la
oscuridad legal.
México es,
hoy por hoy, el único país en el mundo que carece, de manera simultánea, de
Procurador de Justicia (PGR), de Fiscal Electoral (Fepade), y de Fiscal
Anticorrupcion. Los Ministerios Públicos despachan en Gobernación y los
Fiscales en Constituyentes.
Pero eso a Peña no le importa. Para
nada.
Lo que quiere es salvarse de la
cárcel y que gane el PRI.
Solo para eso está trabajando.
La encuesta
de Latinobarómetro – que realiza estudios en América Latina desde 1995-,
divulgada el lunes pasado, revela que
nueve de cada diez mexicanos consideran que el gobierno peñista no trabaja para
el bien ciudadano, sino solo para beneficio de algunos grupos poderosos.
Aún más:
Únicamente el 18 por ciento de los
mexicanos cree en la democracia. México encabeza la lista de los países donde el apoyo a la
democracia ha caído con mayor prontitud desde 2013, por encima de naciones como
Perú, Honduras, República Dominicana o Bolivia. Eso nos da una idea clara del retroceso político-democrático que
representó el regreso del PRI al poder presidencial y, particularmente, del
priismo más corrupto, antidemocrático y opaco: el mexiquense.
¿Y qué nos
dice Pew Research Center, un influyente think tank con sede en Washington? Da
una cifra que retrata a la perfección el estado de ánimo político en nuestro
país:
El 93 por ciento de los mexicanos
señala no confiar en el gobierno de Enrique Peña Nieto.
Latinobarómetro y PRC no dependen ni
financiera ni políticamente, por supuesto, del gobierno peñista, o del PRI o de
Gobernación. De ser así, ya hubieran corrido a sus cabezas. Son organismos
serios y ajenos a cualquier interés político.
Bajo esos
parámetros, en cualquier democracia
normal – por así decirlo-, el partido en el gobierno no tendría ninguna
posibilidad de ganar, a solo siete meses, la elección presidencial. Imposible.
Pero no en México, donde ya sabemos a qué le apuesta el gobierno para 2018: al
aniquilamiento de opositores, a la compra de votos y a la ceguera de los
árbitros electorales. Bajo esas tres cartas se pretende llevar a Meade a la presidencia,
y evitar que otro presidente investigue el mar de corrupción que hoy ahoga a
México.
Las cifras allí están, contundentes.
Pero Peña Nieto no ve esos estudios.
Ni le interesan ni le preocupan.
Él prefiere otras lecturas. ¡Revista
Hola!, por ejemplo.
Partiendo de
este día, restan siete meses previos a la elección presidencial. Se calcula que
un 25 por ciento del electorado – alrededor de 21.5 millones de mexicanos-, aún
está indeciso por quién votar. Cierto: a excepción de López Obrador, todavía
faltan por definirse los candidatos del PRI, Frente Ciudadano por México e
Independientes. Empero, no se necesita ser mago para saber que solamente habrá
cuatro barajas fuertes:
AMLO, por
Morena; José Antonio Meade, por el PRI; Ricardo Anaya, por el FCM, y Margarita
Zavala, independiente (siempre y cuando reúna las firmas necesarias para
competir).
No habrá más
sorpresas.
El gobierno peñista le apuesta al
agandalle.
Lo dicho: van por elección de Estado.
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