Raymundo
Riva Palacio.
José Antonio Meade era secretario de
Desarrollo Social cuando en el gobierno al cual servía se decidió la
liberalización de los precios de la gasolina, para enero de 2017. Pero fue el secretario de Hacienda que debió administrar la implementación.
A mediados de diciembre de 2016, los
encargados de la opinión pública en Los Pinos anticipaban molestias, pero le
dijeron a los jefes de la comunicación social del gobierno que se podían ir de
vacaciones porque no esperaban que durara más de unos cuantos días. Cuando la
irritación social se desbordó, los gobernadores buscaron el apoyo de la
Secretaría de Gobernación, pero no había nadie. Cuando en Hacienda pidieron
respaldo para gestionar la crisis que había estallado, nadie les tomó el
teléfono. Meade y su equipo se quedaron solos para enfrentar la metralla, que
no fue de días, sino de semanas, y que provocó la peor caída en la aprobación
presidencial del sexenio.
La desaprobación del presidente
Enrique Peña Nieto se acentuó, pero la de Meade se estabilizó. Así podría haber
terminado el sexenio, pero lo ungieron candidato del PRI, donde sus positivos
se evaporaron y comenzó a pagar culpas ajenas, del presidente y su gobierno.
Meade tiene una preferencia electoral
inferior a los 20 por ciento, que es la cifra más baja que ha tenido un
candidato presidencial del PRI en su historia. Sus positivos se han evaporado y los
negativos del presidente y de su gestión gubernamental se le han colgado del
cuerpo como un lastre que cada semana lo hunde más en el mar. En toda la campaña
no ha podido remontar la carga negativa en su espalda ni modificar la esencia
de la elección presidencial, de ser una de encono y voto contra el gobierno sin
importar las características del candidato opositor, a que el electorado vea en
Andrés Manuel López Obrador, como argumentan, un líder reaccionario y con
políticas regresivas. En su equipo de campaña han admitido que sabían que el
electorado estaba molesto, pero nunca se imaginaron cuánto.
La primera
aproximación para determinar 'cuánto' es 'cuánto' la aportó la empresa
Intélite, que sobre la base de más de 332 millones de registros de
informaciones en mil 600 medios de comunicación mexicanos en sus bases de
datos, elaboró lo que llamaron El ABC de la Corrupción, donde muestra cómo este
fenómeno se coló dentro de los sempiternos temas de preocupación del electorado
–económicos e inseguridad–, pero con un
hallazgo que explica por qué hay tanta molestia con Peña Nieto y su gobierno:
en todas las subcategorías de la corrupción, el detonante se dio durante la
actual administración. Bajo Peña Nieto, todos los indicadores de corrupción,
medidos a través de los registros de medios, se incrementaron, en muchos casos,
más de 100 por ciento.
El estudio
de Intélite muestra cómo las menciones
sobre actos de corrupción en los medios se mantuvieron estables durante la
primera década de este siglo, y comenzó a escalar la estadística en 2011. En
2012, cuando arrancó el sexenio de Peña Nieto, se registraron 364 mil 320
menciones de corrupción en los medios, que brincó a 60 mil menciones al próximo
año y 84 mil para 2015, después del escándalo por la 'casa blanca' del
presidente. Al finalizar 2017, el total de menciones superaba las 287 mil. En
total, el gobierno de Peña Nieto ha acumulado casi 23 por ciento del total de
las ocho millones 701 menciones sobre corrupción que los medios mexicanos han
registrado en este siglo.
Se puede
argumentar que la mala percepción del presidente, y una parte de sus altos
niveles de desaprobación, tienen que ver con la imagen de corrupto que se ha
proyectado a través de los medios. La
corrupción del peñismo es conocida globalmente. El informe de Transparencia
Internacional de 2012 calificaba a México con 34 puntos, y en el lugar 105 de
180 países revisados; en 2018 cayó cinco puntos (29) y fue situado en el lugar
135, convirtiéndose en el peor evaluado de los miembros de la Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económicos y, junto con Rusia, el peor del G-20,
que son las principales economías del mundo.
Si la evaluación general es negativa,
en el desagregado de fenómenos asociados con la corrupción el gobierno de Peña
Nieto sale peor. En el capítulo de tráfico de influencias de El ABC de la
Corrupción se manifiesta el mismo patrón, de enorme estabilidad durante la
primera década del siglo, hasta que entró al poder Peña Nieto.
De mil 822 registros de prensa en
2011, se fue a cinco mil 58 al finalizar su primer año de gobierno y a casi
siete mil en diciembre de 2017. En el rubro de abusos de ética y autoridad, los
registros no pasaron de nueve mil durante los 11 primeros años del siglo, pero
se duplicaron al finalizar el primer año de la administración peñista, al
dispararse a casi 24 mil en 2014 y estabilizarse en 2016 y 2017, en poco más de
16 mil. El fraude es uno de los capítulos más negativos que registra el actual
gobierno, al elevarse las menciones de ese delito de 33 mil, casi al finalizar
el sexenio de Felipe Calderón, a casi 100 mil en 2013, el primer año del
gobierno de Peña Nieto, y mantenerse arriba de los 70 mil en 2016 y 2017.
LOS DATOS DE CORRUPCIÓN EN EL
GOBIERNO DE PEÑA NIETO SON DEVASTADORES.
El 53 por ciento de las menciones
sobre corrupción se refieren a servidores públicos y políticos, mientras que 25 por ciento toca a la
sociedad y 22 por ciento al sector privado. En todos los casos, la remontada en las cifras se dio durante la actual
administración.
Analizando
el fenómeno cuantitativa y cualitativamente, podría pensarse que el lastre que
arrastra Meade es muy oneroso, con un candidato más directamente asociado a
Peña Nieto, como un mexiquense o un hidalguense. O sea, si la candidatura
presidencial oficial está mal, podría haber sido mucho peor.
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