miércoles, 27 de junio de 2018

Lo que nos dejó.


Javier Risco.

Hoy a las 11:59:59 de la noche terminarán las campañas electorales y con ellas meses de desgaste y agotamiento mental por tratar de separar las propuestas de los insultos y la guerra sucia. Hemos llegado al final con el resultado previsto, las campañas en México poco aportan al debate de ideas y narrativas, y tienden a priorizar las ocurrencias y las acusaciones de quién es más corrupto o torpe –en este último caso siempre hay tela de dónde cortar–, sin importar el partido político que representan.

Sin embargo, sí hay espacios ganados en este 2018: el esfuerzo del Instituto Nacional Electoral por quitarle lo acartonado a los debates presidenciales tuvo efectos y se convirtieron en los más vistos de la historia, con ratings impensables para un evento político. El primero, con mayor participación de los moderadores –desde mi punto de vista el que mejor contenido tuvo en materia de propuestas–; el segundo, con la inclusión de ciudadanos mexicanos preguntando directamente a los candidatos; y el tercero, tomando como base preguntas hechas desde las redes sociales. Creo que es importante reconocer al INE y también a los representantes de los partidos que se atrevieron a hacer algo distinto, al menos para los debates por la presidencia. No podemos decir lo mismo de los debates de la Ciudad de México, ésos fueron aburridos, cansados, sin contenido. Por muy buenos moderadores convocados, los siete candidatos no permitieron un intercambio real de ideas y, haciendo un recuento mental, poco recuerdo en materia de propuestas, lástima.

Otro de los espacios ganados fue la participación de grupos de la sociedad civil, que fueron capaces de convocar y sentar a los candidatos para escuchar sus propuestas y cuestionarlos sobre su actuar después del 1 de diciembre. En materia de seguridad, educación, desarrollo social, derechos humanos, medio ambiente, cientos de organizaciones firmaron compromisos y calificaron las plataformas de los cuatro candidatos. Como nunca antes, los políticos habían estado interesados en responder al llamado ciudadano, lo que hace algunos sexenios se limitaba a élites de poder –el hablar y calificar a los que pretendían llegar a la silla presidencial–. Esta vez fueron expuestos y sus respuestas sirvieron como una guía para todo el electorado: si no eras experto en educación o seguridad, escuchar a especialistas y a víctimas ponerlos contra la pared te daba un panorama claro de qué tan preparados estaban.

Por último, lo que yo consideraba en 2015 como la aportación más importante de aquel proceso electoral –las candidaturas independientes–, fueron en su mayoría una decepción, sobre todo las que se apuntaron a la carrera presidencial. Con personajes como Armando Ríos Piter y Jaime Rodríguez Calderón, la figura quedó devaluada y desprestigiada. Ante los imposibles requerimientos del INE para poder ser candidato independiente, ellos recurrieron a la trampa y a la corrupción, y terminaron con menos de 3.0 por ciento de las preferencias electorales, o de plano dentro de los partidos que tanto criticaron. Por su parte, Margarita Zavala se vio rebasada por la fuerza de su expartido y decidió renunciar a su candidatura. Pero sí hubo una que sobresalió y que, al menos, da esperanza. Me refiero por supuesto a la candidatura de María de Jesús Patricio, Marichuy. La candidata del Congreso Nacional Indígena se convirtió en una lección de dignidad y trabajo.

Así que lo que nos ha dejado esta campaña ha sido un avance significativo en los debates electorales. Nunca más tener un debate acartonado; una sociedad civil exigente y activa y una figura como la de Marichuy que, citando al célebre, nos hace imaginar cosas chingonas.

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