Javier Risco.
Hoy a las 11:59:59 de la noche
terminarán las campañas electorales y con ellas meses de desgaste y agotamiento
mental por tratar de separar las propuestas de los insultos y la guerra sucia.
Hemos llegado al final con el resultado previsto, las campañas en México poco
aportan al debate de ideas y narrativas, y tienden a priorizar las ocurrencias
y las acusaciones de quién es más corrupto o torpe –en este último caso siempre
hay tela de dónde cortar–, sin importar el partido político que representan.
Sin embargo,
sí hay espacios ganados en este 2018: el esfuerzo del Instituto Nacional
Electoral por quitarle lo acartonado a los debates presidenciales tuvo efectos
y se convirtieron en los más vistos de la historia, con ratings impensables
para un evento político. El primero, con mayor participación de los moderadores
–desde mi punto de vista el que mejor contenido tuvo en materia de propuestas–;
el segundo, con la inclusión de ciudadanos mexicanos preguntando directamente a
los candidatos; y el tercero, tomando como base preguntas hechas desde las
redes sociales. Creo que es importante reconocer al INE y también a los
representantes de los partidos que se atrevieron a hacer algo distinto, al
menos para los debates por la presidencia. No podemos decir lo mismo de los
debates de la Ciudad de México, ésos fueron aburridos, cansados, sin contenido.
Por muy buenos moderadores convocados, los siete candidatos no permitieron un
intercambio real de ideas y, haciendo un recuento mental, poco recuerdo en
materia de propuestas, lástima.
Otro de los
espacios ganados fue la participación de grupos de la sociedad civil, que
fueron capaces de convocar y sentar a los candidatos para escuchar sus
propuestas y cuestionarlos sobre su actuar después del 1 de diciembre. En
materia de seguridad, educación, desarrollo social, derechos humanos, medio
ambiente, cientos de organizaciones firmaron compromisos y calificaron las
plataformas de los cuatro candidatos. Como nunca antes, los políticos habían
estado interesados en responder al llamado ciudadano, lo que hace algunos
sexenios se limitaba a élites de poder –el hablar y calificar a los que
pretendían llegar a la silla presidencial–. Esta vez fueron expuestos y sus
respuestas sirvieron como una guía para todo el electorado: si no eras experto
en educación o seguridad, escuchar a especialistas y a víctimas ponerlos contra
la pared te daba un panorama claro de qué tan preparados estaban.
Por último, lo que yo consideraba en
2015 como la aportación más importante de aquel proceso electoral –las
candidaturas independientes–, fueron en su mayoría una decepción, sobre todo
las que se apuntaron a la carrera presidencial. Con personajes como Armando
Ríos Piter y Jaime Rodríguez Calderón, la figura quedó devaluada y
desprestigiada. Ante
los imposibles requerimientos del INE para poder ser candidato independiente,
ellos recurrieron a la trampa y a la corrupción, y terminaron con menos de 3.0
por ciento de las preferencias electorales, o de plano dentro de los partidos
que tanto criticaron. Por su parte, Margarita Zavala se vio rebasada por la
fuerza de su expartido y decidió renunciar a su candidatura. Pero sí hubo una que sobresalió y que, al
menos, da esperanza. Me refiero por supuesto a la candidatura de María de Jesús
Patricio, Marichuy. La candidata del Congreso Nacional Indígena se convirtió en
una lección de dignidad y trabajo.
Así que lo que nos ha dejado esta
campaña ha sido un avance significativo en los debates electorales. Nunca más
tener un debate acartonado; una sociedad civil exigente y activa y una figura
como la de Marichuy que, citando al célebre, nos hace imaginar cosas chingonas.
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