Raymundo Riva Palacio.
La declaración del senador Ricardo Monreal sobre un gabinete
que dejaba qué desear y no acompañaba al presidente Andrés Manuel López
Obrador, no fue públicamente compartida por él, quien de esta manera escondió
del público lo que prepara en privado: el ajuste de su equipo y una
reorientación de su gobierno. Monreal no es el único cercano al presidente que
ha hablado con él sobre el gabinete, que se ha venido revisando desde mayo. La
semana pasada hubo reuniones en Palacio Nacional donde se discutieron esos
cambios. Pero lo más importante, de acuerdo con lo trascendido, no fueron las
personas sino el rumbo que el presidente quiere imponer a la siguiente etapa de
su administración.
Quedó el entendido que López Obrador quiere un cambio radical
dentro de su gobierno, pero lo que no quedó del todo claro, por lo difícil que
es descifrar al presidente y lo incierto de sus decisiones, es hacia dónde
realmente quiere dirigirse para saber qué aires oxigenarán su golpe de timón.
En el interior del gobierno hay confrontación entre el sector moderado del
gabinete y el sector radical, donde hay líneas claras que los definen.
El moderado es el más capacitado técnica y políticamente, que
es el que busca contener aquellas políticas que le han hecho daño –como los
enfrentamientos con sectores o incumplimientos de promesas, como no suspender
subastas en el sector energético–, mientras que el ala radical se caracteriza
por ser dócil a las instrucciones presidenciales y, en términos de capacidad,
más limitada.
Los radicales en el gobierno son los que han encabezado las
acciones que más daño le han hecho a López Obrador –además del sector
energético, el social, por ejemplo–, aunque también lo ha mermado la
incapacidad en varias áreas, como documentó la última encuesta de aprobación
presidencial elaborada por GEA-Isa, ya sea por la deficiencia de políticas
“adecuadas”, carencia de personal experimentado, así como recortes
presupuestales “autoimpuestos y desmedidos” que redujeron la capacidad de
operación y registraron seis crisis que pudieron no darse. El estudio los
enumeró:
1.- Desabasto de gasolina en el centro y occidente del país por
la reducción de importaciones y el cierre innecesario de ductos para combatir
el huachicol.
2.- Crisis de violencia sin contención, por la ausencia de
instituciones y estrategias.
3.- Contingencia ambiental en la zona metropolitana de la
Ciudad de México, por los recortes presupuestales y el mal manejo de la
emergencia.
4.- Deficiencias “severas” en la prestación de servicios de
salud por la desaparición de Prospera y Seguro Popular, los recortes
presupuestales, las licitaciones tardías y los despidos de personal.
5.- Degradación de la calificación crediticia de Pemex por la
ausencia de un plan eficaz de rescate, y la decisión presidencial de hacer la
refinería de Dos Bocas.
6.- Crisis migratoria y conflicto con el presidente Donald
Trump por la política inicial de puertas abiertas a los inmigrantes
centroamericanos y de otras nacionalidades.
En diversas reuniones en Palacio Nacional sobre los ajustes
al gabinete y al equipo de gobierno, se han puesto los nombres de los y las
principales candidatos a ser relevados, pero al final todo queda en la manera
como López Obrador concibe su trabajo y su funcionalidad, al ser el eje de
todo, y de quien depende qué ala se impone dentro de su gobierno y en el diseño
de su plan de navegación. Hasta ahora, el radicalismo que lleva adentro lo ha
inspirado, y esta ambivalencia también fue planteada, con otro lenguaje,
durante la reunión de la semana pasada.
Los moderados en el gobierno, ha trascendido, están llegando
a la frontera de lo posible para resistir, porque tampoco hay mucho espacio
para que puedan seguir apuntalando a un gobierno y buscando persuadir al
presidente de tomar acciones ante los pronósticos negativos sobre el
crecimiento y el diagnóstico que ven bancos, consultoras e instituciones
financieras en México y el mundo, para que no aísle sus decisiones o las
empaquete con fines político-electorales. La posibilidad que le dejaron sobre
la mesa es que esa ala moderada, de mantenerse la línea actual, se irá del
gobierno, ante los altos costos que estarán pagando por avalar acciones en las
que no creen, y que van en detrimento directo de su prestigio profesional.
Lo que hará López Obrador es un enigma. De acuerdo con lo que
trascendió de esa reunión, la sacudida que quiere el presidente en su gabinete
y en toda la administración pública, no mostró el camino que quiere seguir.
Dentro del ala radical hay quien argumenta que las advertencias sobre la
economía no son reales, ante indicadores sobre consumo y empleo, sin explicar
que los mexicanos siguen teniendo dinero por las tasas de interés, las
transferencias directas de recursos no productivos y mejoría salarial por el
incremento al salario mínimo.
En el mediano plazo, salvo que haya un milagro, esto se
desvanecerá porque la macroeconomía terminará arrollando lo micro. Guillermo
Valdés, socio de GEA, lo explica de manera clara: se vienen juntando todos los
elementos debajo del centro –que son las personas que tienen liquidez– que
están abriendo un socavón, donde tarde o temprano, todos caerán. La visión del
presidente sobre lo que no se ajusta a su realidad, es totalmente distinta, que
es lo que tratan de conciliar con él los moderados, que piensan que el golpe de
timón tiene que alejarse de la radicalización. Ir en esa dirección, cierto, es
afectar a los duros en su gobierno, que van ganando la partida sin comprender
lo que su victoria significaría en estos momentos económicamente tan delicados
para el país.
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