Julio Astillero.
La nueva
fase de la estrategia federal contra el coronavirus arribó a escenarios más
complicados. Para empezar, la administración pública federal suspende
actividades a partir de hoy, salvo en áreas estratégicas que requieren
continuidad. Por otra parte, se empuja a las empresas privadas a que cumplan en
sus circunstancias con las nuevas normas emitidas por la Secretaría de Salud y
decretadas por la Presidencia de la República. Y hasta las emblemáticas
conferencias matutinas de prensa de Andrés Manuel López Obrador están en
periodo de observación para algunas remodelaciones menores en cuanto a las
formas de asistencia de periodistas a ellas (por lo pronto, hoy la mañanera
será a las ocho de la mañana, pues el Ejecutivo participará en una conferencia
virtual del G-20 sobre la pandemia en curso).
La parálisis
gubernamental en el ámbito federal podría considerarse en el ánimo popular como
la mayor aceptación institucional del grado de riesgo en que se está, luego de
la polémica reticencia del jefe del aparato gubernamental a cesar sus giras y
entreveramiento con público y seguidores, sin sana distancia alguna y con mal
ejemplo constante. Sólo se mantendrán los rubros básicos, relacionados con el
suministro de energía, la venta de combustibles, los servicios de limpia, los
hospitales y la seguridad pública.
La
Iniciativa Privada, en tanto, ha demandado que se precisen las formas y
términos en que deben practicarse los lineamientos gubernamentales, en cuanto a
enviar a casa a trabajadores en lo que sea posible y de manera obligada
respecto a mayores de 65 años de edad y personas con riesgos graves a causa de
su vulnerabilidad física.
Luis Miguel
Barbosa es gobernador de Puebla gracias a una maniobra de oportunismo político:
peleado con el grupo de Los Chuchos, en alianza con el cual había hecho carrera
en el Partido de la Revolución Democrática (PRD), anunció a finales de febrero
de 2017 que apoyaría a plenitud a Andrés Manuel López Obrador para presidente
de la República en las elecciones del año siguiente (es decir, al probable
candidato de otro partido y no al propio). En marzo, encabezó la desbandada de
12 senadores perredistas y en abril anunció su renuncia al partido del sol
azteca.
En pago por
haber activado desde dentro una de las varias detonaciones que terminaron por
desahuciar al citado PRD, y sin ningún signo de crítica sobre el pasado desde
el que acababa de saltar al obradorismo, Barbosa fue hecho abanderado de Morena
al gobierno de Puebla, en un empecinamiento que pareció ser de Yeidckol
Polvensky, aunque ella en realidad siempre cumplió instrucciones superiores.
Empecinamiento e instrucciones reiteradas cuando se confirmó a Barbosa como
aspirante en segundo turno, luego de la muerte de quien oficialmente había sido
declarada ganadora en primer turno electoral, Martha Érika Alonso, muerta en un
accidente aéreo, ya siendo gobernadora en funciones, junto con su esposo Rafael
Moreno Valle.
Barbosa ha
resultado, como gobernador de Puebla, lo que era previsible y bastante más.
Ayer, su precariedad política e intelectual dio una muestra que con rapidez
ganó espacios mediáticos, al asegurar que la mayoría de los contagiados de
coronavirus son gente acomodada, pues si ustedes son ricos, tienen el riesgo
(del contagio). Si ustedes son pobres, no. Los pobres estamos inmunes (desde
luego, Barbosa no entra ni por equivocación en la categoría de los pobres).
Luego, sostuvo con Felipe Calderón una controversia tuitera en la que éste
señaló al poblano como alguien diabético y obeso, a lo que Barbosa respondió
mencionando que los riesgos de salud también pueden alcanzar a los borrachos.
Puras finuras.
Y, mientras
se multiplican los saqueos a tiendas departamentales organizados por medio de
redes de Internet, en un adelanto del descontrol social que podría agudizarse
usando como motivo el desabasto o las restricciones derivadas de la batalla
contra el coronavirus, pero que también podrían tener inducciones con fines
políticos.
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