Enrique
Quintana.
El día de
ayer, el secretario de Hacienda, Arturo Herrera, señaló que México tiene
fortalezas fiscales que atenuarán el impacto de la caída de los precios del
petróleo, así como del alza del tipo de cambio.
¿En qué
medida realmente las finanzas públicas mexicanas se encuentran blindadas ante
los impactos de la turbulencia financiera internacional o en qué grado se trata
de un buen deseo?
Como en
muchas afirmaciones, Herrera tiene una parte de razón. Más allá de los
argumentos que él esgrimió, déjeme darle dos elementos adicionales.
1-El
gobierno mexicano compró el año pasado coberturas para las exportaciones de
petróleo que, de acuerdo con la información revelada por Hacienda promedian 49
dólares por barril. Desde 2017, el gobierno mexicano dejó de informar respecto
al volumen adquirido. La última ocasión que la cifra se dio a conocer, se
protegieron 200 millones de barriles. Si esa fuera la cantidad para 2020, se
estaría asegurando el 48 por ciento de las exportaciones previstas de crudo.
Sin embargo se trata de una mera especulación. En el peor de los casos, en
esa hipótesis, el impacto negativo sería solo a la mitad de las exportaciones.
2-El
problema de la pérdida en la capacidad de refinación que hemos tenido en los
últimos años, se podría convertir en este momento en una ventaja para Pemex y
para el gobierno mexicano. En la medida que actualmente importamos
aproximadamente el 70 por ciento del consumo de gasolinas automotrices, la
caída de los precios del petróleo implicará una ventaja para las compras de
combustibles, pues también trajo consigo una reducción de los precios de las
gasolinas. Entre el cierre de 2019 y el día de ayer, el petróleo retrocedió 43
por ciento en promedio, mientras que en el mismo lapso, las gasolinas en EU
cayeron en promedio 38 por ciento. Solo por referirle una cifra, en enero hubo
ingresos por exportaciones de crudo de 2 mil 55 millones de dólares y pagos por
importaciones de petrolíferos de 1 mil 658 millones. Es decir, el efecto neto
será menor al que aparece a simple vista.
El problema
principal vinculado con la turbulencia financiera internacional, a mi parecer,
no está en las finanzas públicas sino en el conjunto de la economía.
Las medidas
restrictivas que se están imponiendo en diversos lugares para frenar la
difusión del Covid-19, están trayendo consigo una fuerte caída de la actividad
económica y es muy probable que en el curso de algunas semanas, o a lo sumo de
algunos meses, podamos visualizar el riesgo real de una recesión de alcance
internacional, de la cual no se escapará México.
Por ello se
requieren decisiones.
Por una
parte, debe establecerse una política contracíclica que permita amortiguar el
efecto de las tendencias recesivas. Todo indica que la Secretaría de Hacienda
está trabajando en el diseño de dicha estrategia.
Pero,
adicionalmente, se requieren mensajes que alienten a la inversión privada. Así
como el año pasado la caída en la inversión del sector privado provino de una
pérdida de confianza, debe dársele la vuelta a esta circunstancia si no se
quiere un desastre económico.
La
oportunidad está en el paquete de proyectos del sector energético. Si logran
entusiasmar a los inversionistas, será buena noticia. Si se ven con
indiferencia, más nos vale empezar a prepararnos para una circunstancia aún más
difícil en los próximos meses.
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