Alfredo
Jalife-Rahme.
La guerra
no es de vulgares precios. Es también de presupuestos –precio para las
necesidades fiscales– y de reservas: de divisas no devaluadas e hidrocarburos.
El choque
petrolero viral comporta características geopolíticas donde habrá ganadores y
perdedores.
El brutal
choque de 2020 no se parece al de 1986 cuando se gestó la colusión de EU y
Arabia Saudita para desplomar el precio del barril que marcó el inicio del fin
de la ex URSS
(https://bit.ly/2TSX4XT).
En 1986, la
URSS, se encontraba a la baja geoestratégica, mientras China no jugaba.
En 2020,
Rusia se encuentra al alza multidimensional y China se mantiene incólume, pese
al Covid-19, mientras EU ha sido entrampado con su artificial gas lutita
financiado por la Reserva Federal y Wall Street (https://bit.ly/38INPyW).
En EU
existe la peregrina propaganda de que Rusia busca liquidar la industria del gas
lutita en la Cuenca Pérmica –no se diga para impedir el boicot de Trump al
gasoducto NordStream 2 que conecta a Rusia con Alemania– cuando su derrumbe era
más que cantado (https://bit.ly/3aIemh7), con o sin guerra de precios.
En la
metáfora del cono de arena, al final, un solo grano derrumba todo el cono
infectado por el virus global que mermó la sobreoferta de petróleo con dos
millones de barriles diarios y que busca(ba) reducir Arabia Saudita, al unísono
de la OPEP y de otros miembros observadores como Rusia, para mantener su
presupuesto fiscal que proyecta(ba) en 80 dólares el barril, mientras Rusia
puede absorber un precio de 50 dólares y hasta la mitad.
Ya el zar Vlady
Putin, quien con su reflejo de judoka reviró a dos blancos y advirtió que Rusia
podía soportar un precio de 25 dólares el barril por una década
(¡súper-sic!; https://bit.ly/38HaX0S), cuando, además, Moscú posee hoy 570
mil millones de dólares de reservas –sin contar su Fondo de Riqueza Soberana de
150 mil millones–, frente a las de Arabia Saudita que han disminuido a 495 mil
millones de dólares.
No se
trata de una banal guerra de precios cuando Rusia juega a la geometría
multivariable y a una multidimensionalidad geopolítica de varios niveles (multilayered)
que afecta todo el planeta cuando contará quien pierda menos en la tétrada
precios/presupuesto/reservas/geopolítica. Aquí no caben procaces maniqueísmos
lineales y daltónicos.
Su
desplome beneficia a China e India (básicamente, los importadores principales)
y despedaza a los productores carentes de anticuerpos en su sistema
inmunológico energético.
Arabia
Saudita es más vulnerable que Rusia en su ingreso petrolero: el primero depende
de 87 por ciento y el segundo de 40.8 por ciento, incluyendo su gas, que es el
verdadero “game changer”.
El zar
Vlady Putin venderá caro su amor a EU, no se diga a Occidente al borde de
choques deflacionarios, cuando peligra el sector petrolero y gasero de EU que
contribuye en 7 por ciento de su PIB y cuenta con más de 10.3 millones de
empleos (https://bit.ly/2Q2l8X6).
NYT culpa
al príncipe Mohamed bin Salmán (https://nyti.ms/2IAXIEb). No se trata de culpar
o exculpar, sino quien juega mejor a la geoestrategia energética entre los tres
grandes: EU/Rusia/Arabia Saudita.
WSJ,
cercano a Trump, anda más perdido que nunca, y después de sentenciar en forma
estrafalaria que Putin no es amigo de Trump, exhorta a jalarle las orejas a su
aliado Mohamed bin Salmán (https://on.wsj.com/3cPBhJd).
Una
llamada de Trump a Mohamed bin Salmán quizá tuvo que ver en la recuperación de
10 por ciento del precio, no se diga la visita secreta del secretario del
Tesoro, Steven Mnuchin, íntimo de Jared Kushner, al embajador ruso, lo cual fue
expuesto por el Kremlin en su Facebook antes que el mismo EU
(http://dailym.ai/2Q7qy3o).
La mezcla
ominosa del virus global y el choque petrolero puede descarrilar la relección
de Trump y afectar la estabilidad de la mayoría de los países productores de petróleo,
sean de la OPEP o no.
El zar
Vlady Putin, como el mandarín Xi, busca la extensión de su mandato, como lo
hizo Roosevelt en una fase crítica, y como lo pondera Trump en caso de una
relección sin Covid-19 y sin desplome de Wall Street.
Las
consecuencias geopolíticas son ya enormes.
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