Julio Astillero.
Los
criterios simplistas no habrán de servir para tratar de entender el significado
y la trascendencia de las marchas habidas ayer en diversas partes de la
República, en particular la de la Ciudad de México. De una manera masiva
(aunque las cifras oficiales hayan aportado en la capital del país una ridícula
estimación de sólo 80 mil personas), en muchos casos organizada por impulsos
individuales o de pocas personas y a pesar de los intentos gubernamentales y
partidistas de adjudicarle adscripciones ideológicas o electorales
confrontadas, la marcha capitalina mostró fuerza, diversidad y convicciones que
deberían llevar a los diversos niveles de gobierno a recomponer sus políticas
públicas y sus declaraciones y posicionamientos inmediatos.
El simplismo
no debe conducir a suponer que los actos de violencia sucedidos en diversos
momentos de la marcha capitalina deben calificar o definir a ésta. Por el
contrario: la marcha avanzó y logró sus cometidos a pesar de la prevista
sucesión de hechos que, por otra parte, provienen de segmentos femeninos
deseosos de acelerar procesos mediante la violencia y la provocación;
sucesiones de actos violentos que han hecho visibles los problemas más que las
manifestaciones pacíficas y el procesamiento burocrático o judicial de las
protestas. Los políticos, los partidos y las autoridades poco caso han hecho a
las protestas pacíficas que se han practicado durante largos años. Ahora sí hay
preocupación y atención ante esas irrupciones en las que, desde luego, es de
suponerse que también participan ciertos grupos deseosos de provocar problemas
políticos a las autoridades del obradorismo.
Pero el
talante descriptivo de la(s) marcha(s) de ayer ha sido la participación libre,
consciente, firme y al mismo tiempo alegre o cuando menos no tan sombría como
la podrían propiciar los temas convocantes. Mujeres de diversos niveles
sociales, económicos y culturales exigieron ayer a las autoridades y, en
especial, a la máxima del país, la presidencial, una atención al nivel de la
crisis que las ha llevado a expresarse públicamente.
El discurso
central pronunciado en la Plaza de la Constitución condensó dicha exigencia: el
tamaño del problema demanda una solución similar, un esfuerzo coordinado,
evidente y contundente que haga sentir a la población que realmente se aprecia
en toda su magnitud la tragedia que diariamente viven las mujeres en México.
Mal haría la Presidencia de la República si quisiera asumir algunos de los
actos de violencia, que sí se presentaron, como agresiones por sí al nombre y
apellidos del ocupante actual de ese cargo político supremo, o como
intolerables agravios simbólicos por cuanto al arrojo de coloración a puertas y
paredes del Palacio Nacional e incluso la peculiar detonación de explosivos y
bombas molotov.
El autor de
estas líneas, presente en algunos tramos de la marcha (video en YouTube:
https://bit.ly/3aELJS0), sólo escuchó referencias adversas al habitante de
Palacio Nacional en algunos segmentos radicalizados, pero en general el talante
de las manifestantes parecía más interesado en empujar positivamente a los
gobiernos a aumentar su genuino interés y a hacer eficaces sus políticas para
atender el justo reclamo de las mujeres continuamente violentadas. En el
discurso del Zócalo, antes mencionado, incluso se repudió expresamente el
intento de la derecha o de ciertos partidos que han pretendido apropiarse de
las manifestaciones femeninas (que en origen y desarrollo son cercanas a la
izquierda electoral y no al derechismo mojigato y reaccionario).
El saldo
deseable de las movilizaciones de ayer debería radicar en la justa apreciación
del reclamo ciudadano, en la respuesta positiva de los gobiernos a la exigencia
masiva, y en términos generales pacífica, de atención a los graves problemas
que viven las mujeres en específico, como parte del problema general de hombres
y mujeres, de la sociedad mexicana entera.
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