martes, 24 de marzo de 2020

Para millones, quedarse en casa no es opción.


Gustavo De la Rosa.

"Hablamos de cientos de miles que no van a abandonar las calles, ni dejar de acudir a su trabajo o protegerse del contagio".

Escribo desde Ciudad Juárez, la frontera industrial del norte, con un millón y medio de habitantes y más de un millón 150 mil derechohabientes del IMSS. La gran mayoría de las personas que viven por acá son trabajadores industriales, obreras de producción y empleados del servicio de transporte de personal, y aunque también existen muchos comerciantes informales, su labor también gira en torno a la producción industrial; ninguno de ellos se puede quedar en casa, y es inevitable salir del hogar a las 5 de la mañana para empezar a trabajar.

Hablamos de cientos de miles que no van a abandonar las calles, ni dejar de acudir a su trabajo o protegerse del contagio, porque en la planta los puestos de producción están apenas separados 50 cm uno del otro y hasta el momento las fábricas se mantienen activas, con su integridad financiera asegurada, y sin ofrecer a sus trabajadores alternativas para que puedan quedarse en casa.

Simplemente esta semana, que se adelantó la suspensión de clases en el estado de Chihuahua, se generó un gran desequilibrio en los hogares de las obreras, muchas de ellas madres solteras, porque para ellas las instituciones no son sólo lugares de aprendizaje para sus hijos sino que cumplen el papel de guarderías mientras ellas laboran y buscan su salario, indispensable para la vida familiar; durante estos días ellas enfrentarán una crisis doméstica, porque no podrán quedarse a cuidar a sus niños, ya que perderían su salario si abandonan su empleo.

Sin embargo, existe otro enorme grupo de personas a quienes les resulta imposible quedarse en casa, un grupo integrado por individuos marginados y descalificados socialmente, pero seres humanos a fin de cuentas; entre ellos están niños en situación de calle, que hace tiempo fueron expulsados de sus hogares por padres o familiares insensibles e irresponsables, personas mayores e indigentes que se protegen en albergues o dormitorios temporales, y cerca de 20 mil adictos cuyo trabajo o estudio han sido afectados por sus dependencias y que enfrentan problemas personales, familiares y de salud mental, muchos de ellos también sin domicilio.

Para ellos ha sido una bendición que el COVID-19 permanezca en su primera fase, de importación viral, aunque ahora que la autoridad determinó que está cerca de presentarse su segunda fase, la contaminación comunitaria, muchos de ellos están en riesgo de convertirse en portadores del virus, otros tantos de sufrir sus síntomas más graves y otra fracción importante, debido a sus circunstancias de salud, podría enfrentar la muerte.

Por eso es tan importante opinar sobre la situación del país, desprendiéndose primero de las filias y fobias ideológicas o políticas, pues México enfrenta una situación de altísimo riesgo, no sólo como territorio o administración pública sino como la nación de los invisibles y desfavorecidos, de los que mueren por mala alimentación, de los que padecen Diabetes Mellitus, Hepatitis C, y de las víctimas de sobredosis o del sicariato; esos miles que no se pueden quedar en casa, muchos porque no la tienen, y que seguirán saliendo a jugársela en la calle, en el trabajo, forzándose a salir adelante y a vivir un día más.

El día de ayer platiqué con un viejo parquero, estos hombres que trabajan en los exteriores de los centros comerciales cuidando los autos de los consumidores mientras hacen sus compras, la mayoría de ellos mayores de 60 años y con salud deteriorada, siempre dispuestos a ayudarle a uno a subir sus provisiones al vehículo a cambio de una mínima propina.

Él estaba profundamente triste, sentado en el cordón del estacionamiento que vigila, así que me acerqué a él y le pregunté directamente, ¿cómo le haría ahora que la gente se quedará en casa y que los clientes no vendrán? ¿Quién le va a dar sus propinas indispensables? ¿Qué piensa hacer? Me vio, incrédulo, y me dijo, “vamos a salir adelante, a Dios me encomiendo todos los días y todos los días regreso a casa, y ante estos malos días esta es mi esperanza”, y al momento me entregó una estampa religiosa que, por el reverso, decía así (lo transcribo con todo y faltas de ortografía):

“K el SEÑOR los vendiga a todos y nos guarde buenos dias todo va a estar bien pongamonos en las manos de Dios porque solo el save lo k va a pasar porque el solo tiene el control de nuestras vidas solo el save porque el es el dueño dela vida de cada uno de nosotros y el tiene la ultima palabra k Dios los vendiga a todos bonito dia vivamos el dia porque el mañana no es de nosotros k Dios los vendiga”.

Lo leí, le entregué algo de dinero y me retiré, convencido de que sólo la confianza en Dios y la convicción de que le ayudará, permite que este México invisible salga cada mañana de su hogar (si es que lo tiene).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Gracias por tu comentario.