Enrique Quintana.
¿Es acaso
posible ser optimista en circunstancias como las que hoy vivimos?
Yo pienso
que sí.
El optimismo
no puede derivar de cerrar los ojos y creer que no está ocurriendo lo que ahora
nos pasa.
No puede provenir
de pensar que no tenemos una enorme amenaza en materia de salud y quizás una
aún más grande en materia económica.
Le hemos
comentado insistentemente que, si se mantuvieran las tendencias actuales en
México, es probable que tengamos miles de muertos y decenas de miles de
enfermos por el coronavirus.
También es
innegable que si el consenso de los expertos resulta correcto, apenas en el año
2023 el PIB estaría regresando al nivel que tenía en 2018. Eso significará al
menos cuatro años perdidos.
En medio de
este cuadro es legítimo preguntarse: ¿cómo es posible ser optimista?
La primera
consideración es que hay que recordar que las crisis son siempre oportunidades
para las personas, para las empresas y para los países.
Cuando se
atraviesa una crisis en cualquiera de estos ámbitos se consideran posibilidades
que en condiciones normales descartamos.
Nos vemos
obligados a buscar opciones que, de no tener una amenaza, no buscaríamos.
Una persona
que sufre un infarto, generalmente reconsidera su estilo de vida; una empresa
que está al borde de la quiebra, se redefine por completo en muchas ocasiones.
Un país reconsidera sus opciones políticas.
Si estas
circunstancias se aprovechan, cuando regrese la estabilidad, que algún día lo
hará, estaremos equipados con fortalezas que no teníamos antes de la crisis.
Eso no
significa que no paguemos el costo o el dolor de haber atravesado las difíciles
circunstancias que pasamos, pero el aprendizaje nos va a permitir tener un
mejor desempeño en el futuro.
Esa es otra
de las claves para estar optimista, ver el largo plazo.
Si solo
atendemos a lo inmediato, nos va a angustiar la amenaza que representa el
presente, en donde todo resulta negro.
Para poder
ser optimistas es necesario no dejarnos absorber solo por las circunstancias
inmediatas, se requiere tener una amplitud de miras que nos permita visualizar
el mediano y largo plazos.
Tras haber
atravesado crisis, las sociedades se revaloran.
Eso implica
cambiar la valoración que damos a las cosas, a sus atributos e incluso a las
personas.
Así como las
personas toman decisiones que cambian sus vidas tras experimentar crisis, las
empresas también pueden hacerlo. Y pasa lo mismo con los países. A veces
necesitamos atravesar crisis para inventar otros futuros.
En
circunstancias como las que hoy vivimos se puede dimensionar de mejor manera el
valor de quienes nos dirigen. En algunos casos será para bien y en otros en
sentido opuesto.
Desearíamos
no tener que atravesar momentos de dolor y frustración para poder hacer los
cambios requeridos. Pero en ocasiones se requiere el acicate de ser confrontado
por una realidad hostil.
Circunstancias
como las presentes son terreno fértil para la aparición de nuevos liderazgos.
En México,
por cierto, los necesitamos.
Por muchos
meses, el país se convirtió en un espacio de una sola voz. El presidente fijaba
la agenda en sus conferencias matutinas y luego solo había ecos de lo dicho.
Aunque esa
voz se siga oyendo, esperamos tener otros tonos, otros matices y otra agenda,
que es lo que nos permitirá ver con optimismo el futuro.
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