miércoles, 29 de abril de 2020

Razones para el optimismo.


Enrique Quintana.

¿Es acaso posible ser optimista en circunstancias como las que hoy vivimos?

Yo pienso que sí.

El optimismo no puede derivar de cerrar los ojos y creer que no está ocurriendo lo que ahora nos pasa.

No puede provenir de pensar que no tenemos una enorme amenaza en materia de salud y quizás una aún más grande en materia económica.

Le hemos comentado insistentemente que, si se mantuvieran las tendencias actuales en México, es probable que tengamos miles de muertos y decenas de miles de enfermos por el coronavirus.

También es innegable que si el consenso de los expertos resulta correcto, apenas en el año 2023 el PIB estaría regresando al nivel que tenía en 2018. Eso significará al menos cuatro años perdidos.

En medio de este cuadro es legítimo preguntarse: ¿cómo es posible ser optimista?

La primera consideración es que hay que recordar que las crisis son siempre oportunidades para las personas, para las empresas y para los países.

Cuando se atraviesa una crisis en cualquiera de estos ámbitos se consideran posibilidades que en condiciones normales descartamos.

Nos vemos obligados a buscar opciones que, de no tener una amenaza, no buscaríamos.

Una persona que sufre un infarto, generalmente reconsidera su estilo de vida; una empresa que está al borde de la quiebra, se redefine por completo en muchas ocasiones. Un país reconsidera sus opciones políticas.

Si estas circunstancias se aprovechan, cuando regrese la estabilidad, que algún día lo hará, estaremos equipados con fortalezas que no teníamos antes de la crisis.

Eso no significa que no paguemos el costo o el dolor de haber atravesado las difíciles circunstancias que pasamos, pero el aprendizaje nos va a permitir tener un mejor desempeño en el futuro.

Esa es otra de las claves para estar optimista, ver el largo plazo.

Si solo atendemos a lo inmediato, nos va a angustiar la amenaza que representa el presente, en donde todo resulta negro.

Para poder ser optimistas es necesario no dejarnos absorber solo por las circunstancias inmediatas, se requiere tener una amplitud de miras que nos permita visualizar el mediano y largo plazos.

Tras haber atravesado crisis, las sociedades se revaloran.

Eso implica cambiar la valoración que damos a las cosas, a sus atributos e incluso a las personas.

Así como las personas toman decisiones que cambian sus vidas tras experimentar crisis, las empresas también pueden hacerlo. Y pasa lo mismo con los países. A veces necesitamos atravesar crisis para inventar otros futuros.

En circunstancias como las que hoy vivimos se puede dimensionar de mejor manera el valor de quienes nos dirigen. En algunos casos será para bien y en otros en sentido opuesto.

Desearíamos no tener que atravesar momentos de dolor y frustración para poder hacer los cambios requeridos. Pero en ocasiones se requiere el acicate de ser confrontado por una realidad hostil.

Circunstancias como las presentes son terreno fértil para la aparición de nuevos liderazgos.

En México, por cierto, los necesitamos.

Por muchos meses, el país se convirtió en un espacio de una sola voz. El presidente fijaba la agenda en sus conferencias matutinas y luego solo había ecos de lo dicho.

Aunque esa voz se siga oyendo, esperamos tener otros tonos, otros matices y otra agenda, que es lo que nos permitirá ver con optimismo el futuro.

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