Gustavo De
la Rosa.
¿Cuántas
veces las hemos visto en el cine, aquellas angustias que pasaban las familias
británicas cuando los bombardeos alemanes de Londres? Así, como antaño se
encerraban en sus refugios o viviendas que los resguardaban con el temor a que
una bomba les cayera, nos encontramos en esta frontera, escondidos de los
enemigos invisibles que representan el COVID-19 y la inminente crisis
económica, pero también rogando a Dios que no nos toque una bala perdida.
En este
estado y en esta ciudad, incapaces de proteger a sus ciudadanos, cada quien
hace lo que le viene en gana, sólo necesita la suficiente fuerza política,
económica o colectiva para evitar las consecuencias jurídicas.
Tan sólo
hace un par de noches, mientras mi esposa y yo descansábamos en nuestra sala de
estar, el estruendo de seis disparos nos levantó de nuestras sillas para
refugiarnos en la cocina, el espacio más lejano de la calle; un rato después,
cuando ya estaban ahí los agentes de la ley, pude asomarme a la calle para
descubrir que, al parecer, desde un vehículo en movimiento dispararon contra
una unidad blindada que también transitaba por la avenida, a unos 30 metros de
nuestra puerta. Y como la canción de Guadalupe Pineda, “nadie hablaba de ti ni
de mí…”, no fue noticia en redes sociales ni motivo de sanciones penales.
En otro
caso, antes de acabar la semana, un conflicto ocasionado por las viejas
prácticas de corrupción de la Conagua y la tolerancia de la procuración de
justicia desde 2008 explotó en el rancho La Mojina, propiedad de un miembro de
la familia LeBarón que había solicitado permiso a la Comisión Federal de
Electricidad para conectar una red privada de la propiedad a la red general de
transmisión eléctrica.
Debido a
que, según el dueño del rancho, se retrasaba la autorización de la CFE, se
decidió conectar la línea sin ella y contrataron a una empresa que empezó los
trabajos (es increíble que los empresarios agropecuarios serios e informados,
con experiencia en los negocios, consideren que pueden conectarse directamente
a la línea eléctrica nacional sin permiso); sin embargo, y sabedores que la
impunidad es el entorno en el cual se desenvuelven los negocios en el Estado de
Chihuahua, los campesinos del ejido Constitución, agrupados en El Barzón,
decidieron interrumpir la conexión.
Esto desató
un conflicto entre ambos grupos, con agresiones, lesiones y daños materiales; y
dado que la familia LeBarón cuenta con protección policiaca debido a ataques
delincuenciales que han cobrado la vida de varios de sus integrantes, éste
terminó siendo un enfrentamiento entre campesinos y los guardias que protegen a
la familia, ¿hubo procesados? No.
Días
después, el delegado Federal fue invitado al ejido Constitución; aunque el
delegado Juan Carlos Loera escuchó al grupo comunitario y le pidió ajustarse al
Estado de derecho para buscar una solución conciliatoria, la reacción fue
negativa y, para demostrarle que ellos tenían “derecho de incendio”, quemaron
ahí mismo dos vehículos de propiedad Federal; algo similar sucedió hace unas
semanas en el municipio de Delicias, aunque allí finalmente permitieron que se
retirara sin llegar a los daños físicos. En ambos casos tampoco hubo
consecuencias jurídicas.
Nadie en el
país puede negar que vivimos una guerra sanitaria contra un virus que está
recortando la esperanza de vida de aquellos mayores de 60, ni se ignora que la
mejor estrategia para terminar con la pandemia es quedarse en casa, pero aun
así, y a pesar del decreto del 31 de marzo, apenas la semana pasada logró
detenerse la producción en unas 40 empresas locales, la mayoría maquiladoras,
que seguían trabajando tres semanas después de estar obligadas a suspender
actividades (y todavía quedan algunas laborando).
¿Por qué
podían mantenerse activas? Porque, al menos en esta frontera, se vale
desobedecer a la ley, y si no fuera así, ¿por qué las inspecciones para
suspensión demoraron tres semanas? Sólo iniciaron hasta que hubo una reacción
desde el interior de las empresas que seguían produciendo en condiciones de
alto riesgo.
Como
expresión suprema de que por acá la ley existe, pero no se observa, del 1 de
enero al 24 de abril de 2020 se han acumulado 507 homicidios, una decena en los
últimos dos días, lo que demuestra que los sicarios no están respetando el
decreto de quedarse en casa.
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