Raymundo
Riva Palacio.
¿Por qué se
sorprenden tanto? Andrés Manuel López es auténtico y no es hipócrita. En su
equipaje político tiene en un lugar prominente su rencor al sector privado. Si
es un resentimiento de clase o una fijación ideológica, hoy en día es relativo.
Políticamente
no ha dejado de darles de manotazos en la mesa desde octubre de 2018, cuando
antes de asumir la presidencia, tras la consulta para frenar la obra del nuevo
aeropuerto en Texcoco, dijo que nunca más volverían a gobernar.
El lunes, a
propósito del acuerdo del Consejo Mexicano de Negocios con el Banco
Interamericano de Desarrollo, los embistió con tergiversaciones, y el martes,
cuando se esperara que matizara, escaló el choque. Admitió que lo que tenía con
la iniciativa privada era una confrontación de ideas, pero no es cierto. Es
mucho más que eso.
Sin
referirse directamente a nadie del sector privado, los llamó genéricamente
deshonestos, cínicos, inmorales, que actuaban en contubernio con el gobierno en
turno. “La verdad es que tenían secuestrado al Estado; lo cierto es que el
Estado estaba al servicio de una minoría, de un grupo”, dijo.
“El cambio
ahora consiste en que el Estado, para decirlo de manera más sencilla y más
clara, representa a todos, a ricos y pobres, a los creyentes, a los no
creyentes, y hay una separación clara entre poder económico y poder político”.
Tiene parte
de razón. Había quienes desde el sector empresarial habían tejido relaciones de
complicidad que les habían permitido tener prácticamente derecho de picaporte
en Los Pinos, y sacar beneficios de ello en lo económico y en lo político.
Había claramente grupos que se beneficiaban sexenalmente. Esa es la dialéctica
de los dos poderes que, aunque López Obrador diga lo contrario, en su esencia
no ha cambiado.
El
Presidente dice que su régimen es diferente, aunque en la práctica es lo mismo,
quizá más discreto por ahora, aunque recargado en empresarios que fueron
cobijados e impulsados por su némesis, el presidente Carlos Salinas, y por su
antecesor, Enrique Peña Nieto, a cuyo gobierno acusó durante su campaña de
profundamente corrupto.
López
Obrador gusta de utilizar el contexto de una lucha de poder para explicar sus
acciones y decisiones. Sin embargo, los empresarios, quizá desde el gobierno de
Luis Echeverría, no han desafiado el poder presidencial. No lo hicieron
entonces, ni lo han hecho ahora. Habrá individuos que, a título personal,
promuevan tonterías como las de un golpe de Estado, que ha sido utilizado por
él y sus cercanos para proyectar en todo el empresariado, sus adversarios
políticos y la prensa crítica, al enemigo externo que fortalezca su consenso
interno y alimente la campaña permanente para aniquilar reputaciones. López
Obrador sabe, porque lo experimentó por la vía amarga, que el poder del
Presidente es indivisible, y en función del talante de quien se sienta en la
silla presidencial, omnímodo.
El
Presidente no tiene filtros, y tiene una incontinencia verbal cuando de ataques
se trata. Desde el atril de la impunidad –porque lo que dice, sin importar qué
tan falso sea, que tan fuerte la difamación, qué tan equivocado esté, no tiene
posibilidad de defensa en su justa dimensión–, admitió que con el sector
privado estaba en confrontación, aunque dijo que era de ideas. Es falso. Su
lucha es política y electorera, y no es pareja.
Cuando lanzó
su perorata el lunes, equivocada porque el acuerdo con el BID no implica gasto
público, el presidente del Consejo Mexicano de Negocios, Antonio del Valle, le
dijo comedidamente que había un mal entendido. El martes respondió con una
retórica aún más encendida. Y tramposa.
A una
pregunta que cayó del cielo, de la nada y sin contexto sobre la reunión que
tuvo con las cúpulas empresariales para conciliar planes de reactivación
económica, López Obrador relató que sólo querían que se apoyara “como siempre,
a los de arriba”, y que cuando les habló de su plan de créditos a
microempresarios; lo que querían, afirmó, es “que nos endeudáramos". Lo
que se discutió en esa reunión no es secreto. El Consejo Coordinador
Empresarial dio a conocer lo que plantearon para enfrentar la contingencia del
Covid-19 en donde no le plantearon un endeudamiento, ni interno, ni externo. Lo
que dijeron sobre el tema de la deuda, únicamente, fue lo siguiente: “Todas las
economías del mundo incurrirán en mayor deuda en términos absolutos y como
proporción del PIB”.
Para nadie
era secreto. López Obrador no quiso apoyar al sector privado, que emplea al 92
por ciento de la Población Económicamente Activa, y optó por un paquete
marginal para las microempresas. Ningún país en el continente, salvo Bahamas,
inyectó menos recursos para la reactivación económica en proporción al PIB. A
López Obrador no le importa la economía, a la que llama toda neoliberal, y
presume que su plan de reactivación moral económica será tan exitoso, que lo
utilizará el mundo como modelo.
Salvo sus
seguidores incondicionales, nadie cree que eso sea posible. Entre empresarios e
inversionistas, menos. En una encuesta que dio a conocer ayer la institución
financiera Credite Suisse, el 99 por ciento de los 90 inversionistas
entrevistados en México y 39 en el exterior, consideran que la economía está
“peor/mucho peor” que hace un año, y 60 por ciento piensa que el próximo año
estará todavía peor. El 91 por ciento respondió que está haciendo menos que
otros países latinoamericanos para minimizar el impacto del Covid-19 en la
economía, y 99 por ciento dijo que no está tomando López Obrador las medidas
adecuadas para enfrentar la pandemia.
La
evaluación es muy mala. El Presidente descalifica todos los reportes o
declaraciones que lo contradigan. Particularmente, lo que venga del sector
privado, al que aborrece. ¿Alguien se sorprende? Quizás sólo los ingenuos, que
pensaron que al llegar a la presidencia cambiaría
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