Alejandro Páez Varela.
Si digo que Enrique
Peña Nieto es un mentiroso, ¿violo la Ley? Me lo preguntaba ayer, antes de
escribir, y pensaba específicamente en esas multas que se aplican a esos que
usan la Bandera Nacional durante un concierto. No es que dudara: sé que es
mentiroso. Sé que no tiene empacho ni rubor. Sé también que no es el único
Presidente mentiroso pero sé que éste, de verdad, se gana un premio de la
Academia (si hubiera una Academia de Mentirosos). Miente con las cifras de
inseguridad, miente cuando justifica una metida de pata, miente con los precios
de la gasolina. Miente cada vez que lo requiere, y muy seguido lo requiere.
Pero no voy a escribir
de sus mentiras, o exclusivamente de sus mentiras. Miente mucho y allí están
sus declaraciones públicas. Miente y luego miente sobre sus mentiras, cuando no
cumple. Pero no voy a escribir de sus mentiras, digo. Voy a escribir de
otra cosa.
No estoy autorizado para contar esta historia, así que
omitiré detalles. Resulta que el hombre al que me voy a referir nunca antes
tuvo un horno de microondas. Resulta que es albañil, dedicado a pegar azulejos.
Resulta que cuando en su barrio se movilizaron a saquear tiendas en el Estado
de México, ese hombre que llevó siempre una vida decente se dijo: nunca he
tenido, en toda mi vida, un horno de microondas y nunca lo voy a tener si no es
hoy. Resulta que se salió a la calle, todavía temeroso y dudando, con los
otros. Resulta que llegó y, no sabe cómo, lo agarraron. Resulta que lo metieron
a la cárcel y resulta que a mí me duele el corazón porque nunca antes había
violado la Ley, porque nunca antes había hecho nada indebido, porque nunca
antes había tenido un horno de microondas y porque no pensó que justo es a la
gente como él a la que persigue la desgracia. Está preso. Resulta que su
familia fue a recoger las herramientas en la casa donde trabajaba y allí, en
esa casa ajena, la mujer y los hijos se hicieron un taco –en un baño– porque
allí los agarró el hambre mientras pensaban qué hacer, de qué vivirán ahora que
él está preso. Resulta que tienen toda la razón en tenerlo preso y resulta que
me pregunto: ¿por qué se me hace un nudo en la garganta?
Tengo tanto qué decir
de estos días que no logro concentrarme. Qué semana. Afortunado el Presidente,
que tuvo apenas media jornada porque mientras todos brincaban de la rabia él
llegó en miércoles de sus vacaciones.
Qué semana y qué
sexenio. Qué coraje y qué frío, me dije ayer domingo mientras escribía, y el
enojo es de muchos, enojo extendido. El sábado leí esto en la red:
“Pinche clima, neta.
Tempranito, chingo de frío. Luego calor y ya en la noche, unas ganas tremendas
de ponerle una chinga a Peña”.
Pinche clima, neta.
Y luego, lo de Ford (y ya sé que brinco de un tema a otro
pero así traigo el reborujo de la cabeza).
Esa planta no era
nuestra. Esos empresarios que se la llevaron, no eran nuestros amigos, nuestros
hermanos, nuestros paisanos, nada. Esos tornillos que enroscaban aquí no eran
de nosotros. Esas láminas que se doblaban tampoco. No era nuestra la
maquinaria: ni desarmadores hacemos.
Seguramente Ford iba
a construir un edificio con sus propios ingenieros y con albañiles de San Luis.
Les íbamos a dar, a cambio de empleos, perdón de impuestos, terrenos, nuestras
carreteras, nuestros trabajadores, todo.
Y el día en que
quisieran, porque la Reforma Laboral que nos heredó el Senador panista Javier
Lozano así lo permite, podrían dejar a esos trabajadores en la calle porque
además los procesos de automatización para allá van. Mañana (y ese mañana no es
muy mañana) no habrá obreros en las plantas de las armadoras. Son plantas que
no necesitan bebederos, baños, guarderías, pensiones, bonos de productividad,
nada. Ni luz: las máquinas no las necesitan para trabajar.
Que se lleven su
pinche planta a otro lado. Desgraciados. Tarde o temprano lo iban a hacer. Y de
una vez que se lleven su Walmart, su Chevrolet, su Chrysler. Que nos lo quiten
todo a la fuerza para ver si así aprendemos lo que en Estados Unidos tienen
siempre muy en mente: comprar lo nacional.
Si estuviera vivo
Pemex les diría: que se lleven todo pero vendemos nuestro petróleo a otra
parte. Pero no: ya están también con la mano en nuestro petróleo y ni
gasolinas, a veces, tenemos.
Lo malo es que si se
llevan todo eso, los que más sufren son los de siempre: los más pobres. Y
este gobierno bueno para nada no es capaz de dar la cara más que por sus
amigos, por los cercanos. La gente está desprotegida, me cae. Y siento que nadie está viendo lo que se
viene. Y los que lo ven, se hacen güeyes. Los políticos, por ejemplo.
Desgraciados.
Pinche clima, neta.
Por qué no encierran
a Carlos Romero Deschamps, a César Duarte, a Javier Duarte, a Rodrigo Medina, a
Roberto Borge, a Jorge Herrera, a Egidio Torre, a los Moreira. Por qué no
encierran a toda la bola de saqueadores, desvergonzados, hijos de su madre.
Un horno de
microondas. Carajo.
Me duele el corazón.
Cuando salga de la cárcel –que cumpla el tiempo que le
corresponde si infringió la Ley–, perdónenme pero le voy a regalar el mío. No
quiero hacer apología del delito. Se me antoja darle el mío y ya, ¿es eso un
delito? ¿Violo la Ley si le regalo mi horno de microondas a un hombre que nunca
antes tuvo uno?
Pinche clima, neta.
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