Raymundo Riva Palacio.
Las imágenes
de Javier Duarte al pisar territorio mexicano, tras ser deportado por
Guatemala, tienen una involuntaria comicidad. Su cara, y la de los agentes que
lo acompañaron hasta la cárcel, se digitalizaron para que nadie pudiera
enterarse quién era el misterioso personaje que todos sabían quién era. Sus
manos también estaban digitalizadas para ocultar que iban esposadas. En el
juzgado ordenó a la prensa que logró acceso a su primera comparecencia, no
tomar fotografías ni videograbar la diligencia. Se trataba de salvaguardar el
debido proceso, dentro de los parámetros del nuevo sistema penal acusatorio,
del exgobernador de Veracruz, que, para efectos de registro histórico, es su
primer caso de alto impacto. El show,
como dijo Duarte, comenzaba.
La primera
escena fue el lunes, cuando el juez
federal en el Reclusorio Norte le negó seguir su proceso en libertad por el
temor de que se escapara. Era una discusión ociosa, dado que para que eso
pudiera ser considerado, tendría que dejar de existir el presunto delito de
delincuencia organizada, que es el único por el que está en la cárcel. La
segunda fue la admisión de la PGR que ha
acreditado sólo 10 por ciento del dinero desviado del erario, en donde quieren
amarrar el presunto delito de lavado de dinero. Este arranque tuvo sus cortinas
de humo.
¿Cómo mantener la credibilidad de un
caso que parece armado para que, si no se cae rápidamente, Duarte vea con
nitidez la luz al final del túnel y mantenga alta su expectativa de recuperar
la libertad en un tiempo que no impacte políticamente en el gobierno? Esta pregunta sirve como hipótesis
de trabajo: ¿Será Duarte juzgado
realmente por los delitos que presuntamente cometió? ¿O es una charada para
satisfacer las jaurías de la opinión pública y gobernar –a contrapelo de lo que
originalmente decían en Los Pinos– para la gradería? La duda surge a partir
de lo que está sucediendo en el arranque del juicio al exgobernador, cuya
persecución judicial comenzó unos 10 meses después de haberse iniciado la
investigación.
En febrero
de 2016, de acuerdo con personas que conocen los prolegómenos del Caso Duarte, el entonces director del Servicio de
Administración Tributaria, Aristóteles Núñez, entregó a la PGR todas las
carpetas de investigación sobre el entonces gobernador de Veracruz, que fueron
la base para iniciar la averiguación previa y mucho tiempo después sirvió para
pedir la orden de aprehensión. La documentación no mostraba un daño al erario
por sólo 38 millones de pesos, que es lo que la PGR dijo al juez que tiene probado
como desvío, sino por más de 400 millones de pesos.
Esto no incluye algunos 'botines de
guerra', como llaman en el argot policial a los decomisos que son rasurados,
como el que sucedió este año en un departamento que encontró la PGR en la
colonia Del Valle de la Ciudad de México, donde descubrieron 400 millones de
pesos en efectivo, de los cuales se repusieron alrededor de 200 al gobierno de
Miguel Ángel Yunes en Veracruz, y el resto se destinó para la campaña del PRI
para gobernador en el Estado de México, según funcionarios que conocieron del
decomiso. Este monto
no quedó registrado.
Entonces,
como primera reflexión, se puede
argumentar que las autoridades no están acusando a Duarte por todos los
recursos que supuestamente desvió. No obstante, como en el caso del exgobernador de Tabasco, Andrés Granier, y de la maestra
Elba Esther Gordillo, sólo se necesitan dos millones de pesos para mantenerlo
en la cárcel. Los 38 millones acreditados a Duarte por la PGR, por ello
mismo, son suficientes. Y con eso puede montarse el show pronosticado por el
exgobernador de Veracruz, para un público sediento de sangre. Pero el caso tiene otra lectura que no
está en la superficie, y que deberá ser uno de los argumentos centrales de la
defensa sobre la observancia del debido proceso.
Si se toman en cuenta los tiempos en
que tardó en actuar la autoridad, se puede argumentar que por error o por
perversidad se solicitó la orden de aprehensión hasta después de que Duarte
pidiera licencia como gobernador, a mediados de octubre pasado, sin que mediara
un juicio de procedencia para el desafuero. Esto significa que el exgobernador
puede argumentar que, como tenía fuero constitucional, la ejecución de la orden
de aprehensión violó el debido proceso y se tiene que fallar una nulidad de
origen, por lo que el caso se caería en su totalidad.
Existe una discusión continua sobre
si el fuero desaparece cuando se pide licencia para retirarse del cargo. Cuando
Duarte la solicitó, Yunes, entonces gobernador electo de Veracruz y abogado que
entiende bastante de estas cosas, dijo que seguía teniendo fuero, por lo que
tendría que ser desaforado para ser procesado, en el caso de delitos federales,
por el Congreso de la Unión, y en el de los delitos del fuero común, por el
Congreso estatal. Adicionalmente,
hay una jurisprudencia en la Suprema
Corte de Justicia que indica que cuando un servidor público que goza de fuero
constitucional solicita licencia, no pierde la protección otorgada.
De esta manera, si se pensaba ejercer
acción penal verdadera contra Duarte, la PGR tendría que haber pedido al
Legislativo un juicio de procedencia para su desafuero. Al no hacerlo, dejó
sembradas las semillas para que Duarte camine hacia la libertad.
El expediente, como se dice en el
argot judicial, “lo dejaron flojito” para que la defensa encuentre la puerta de
salida, y Duarte no se desespere. Así está la justicia mexicana.
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