Adela
Navarro Bello.
El jueves 17
de agosto de 2017, una vez más, Javier Duarte de Ochoa, el ex Gobernador de
Veracruz preso por operaciones con recursos de procedencia ilícita y
delincuencia organizada, hizo algo increíble (en su acepción de no creerse, no
de maravillarse): en el Reclusorio Norte de la Ciudad de México se puso a
huelga de hambre.
Aunque
quizás el beneficio de todo esto es que ahora el cuestionable político conocerá
el hambre, hay quienes califican esta decisión como propia de un fantoche
mientras que otros acaso pensarán que el priísta está aprovechando el encierro
y la supuesta protesta para bajar unos de los kilos que le sobran. En sí no
habría otra forma, por más chusco que esto parezca, de explicar el berrinche
sencillamente porque las demandas de Duarte no son cumplibles, porque no le
asiste la razón, porque la justicia debe estar del lado de los veracruzanos y
no de quien desde la gubernatura se convirtió en su verdugo.
Duarte se
dice perseguido político, y en esa recua incluye a los colaboradores que le
sirvieron durante su administración y que fueron piezas claves en el desfalco
que sufrieron las arcas del estado de Veracruz, que superan los 60 mil millones
de pesos, pero en cuyo caso, el ex Gobernador ha sido acusado de desviar más de
dos mil de esos millones en gastos irregulares.
Con todo,
con la huida de su esposa Karime Lozano a Europa acompañada de sus hijos y
otros familiares que viven a expensas de nada (¿algún día investigarán el
origen de los recursos con los que se mantiene la familia Duarte Lozano?), los
señalamientos y pruebas del saqueo, las compras a empresas fantasmas para
triangular el dinero y comprar casas, automóviles, otras propiedades, así como
el notorio quebranto a las finanzas públicas del estado sureño con todo eso,
ahora resulta que viene Javier Duarte y se indigna con la justicia en México.
Hace algunos
años en los Estados Unidos, entre la comunidad que se ejercita y aquellos que
viven de la apariencia física, se puso de moda una dieta para desintoxicar el
cuerpo y prepararlo (¿por qué no? Pensaron en Hollywood) para épocas cuando la
comida escasee. Se llamaba algo así como Detox Extreme, o la dieta del limón y
la miel, u otros nombres según la referencia. Total, consistía en poco a poco y
durante catorce días, solo ingerir una bebida a base de agua, jugo de limón y
miel. Las promesas iban desde perder un kilo diario, hasta desintoxicar el
cuerpo en su totalidad.
La
combinación de los elementos no era ninguna ocurrencia. La miel la
seleccionaron porque es fuente de vitamina B2, B6, hierro, magnesio, además de
tener componentes que la hacen rica en antioxidantes, ser una fuente de energía
demás de tener propiedades curativas. Del limón explicaron que unas tres o
cuatro cucharadas al día aportan la mitad de la Vitamina C que el cuerpo
requiere; que también tiene antioxidantes, protege las células, disminuye el
colesterol, y es productor de colágeno. El agua pues bueno, es el líquido
vital.
Hubo personas,
las hay de hecho, que realizan con cierta frecuenta esta dieta de miel y limón,
en una constante desintoxicación y para disminuir drásticamente de peso al no
ingerir alimentos sólidos, otras frutas o verduras o algún tipo de proteína, y
si lo hacen, es en pequeñísimas cantidades. Ahora sí que para morirse de
hambre.
Javier
Duarte, que nada tonto no se quedó solo a agua, seleccionó la dieta de la
desintoxicación porque precisamente eso es lo que está consumiendo según las
autoridades del centro penitenciario en el que se encuentra: agua, limón y
miel. En cinco días ha disminuido cuatro de sus aproximados 118 kilos.
La
desfachatez de Javier Duarte para intentar presionar al Gobierno del Estado de
Veracruz y acusarlo de una persecución política solo podía ser superada por su
dieta hollywoodense, que por cierto después de catorce días extremos dicen que
comienza a dañar los órganos del cuerpo.
La dieta del
rechoncho preso del Reclusorio Norte es eso y no una huelga de hambre. Es
aprovechar la marabunta para sacar provecho de una indignante situación. Que se
lo crea su familia que cómodamente aun cuando en la ignominia viven en Europa,
o los colaboradores que le ayudaron a saquear un Estado. Esas palabras de “Esta
decisión (la huelga de hambre) la tomo con la finalidad de que se detenga la
persecución política y la cacería de brujas que existe en mi contra y en contra
de mis ex colaboradores en el estado de Veracruz…” que se las lleve el viento.
Para rematar
el parangón de la corrupción en México escribió para justificar su nuevo
régimen alimenticio: “Mis ex colaboradores que se encuentran privados de su
libertad arbitrariamente en el penal estatal de Pacho Viejo en Coatepec, fueron
detenidos con la finalidad de: primero, presionarlos para que declaren en
contra mía y segundo para crear una cortina de humo que distraiga a la sociedad
del desastre de gobierno que existe actualmente en el estado de Veracruz”.
Vaya locura
moral de Javier Duarte y su dieta de miel y limón, producto de un sistema corrupto
que inicia en el gobierno central del país que solapó durante cinco años las
transas y ha sido cómplice de otros excesos, abusos y desvíos. Si persiste la
desvergüenza de Javier Duarte es porque el sexenio de Enrique Peña Nieto lo
permitió.
Es en esta
administración del nuevo milenio cuando a México más se le ha identificado como
un país de funcionarios ineficientes que juegan con los presupuestos de obras,
de legisladores que cobran moches, de gobernadores que se enriquecen sin
explicación alguna y se pierden adquiriendo propiedades y joyas, de aquellos
que se llevan los recursos de la Nación a su bolsillo, de quienes se benefician
del tráfico de influencias cuyo origen está en Los Pinos y de los cínicos como
Javier Duarte que, a diferencia de tantos mexicanos agobiados por la extrema
pobreza, seguramente de hambre no se va a morir.
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