Martín
Moreno.
A principios
de los noventas, los entonces estudiantes Luis Videgaray y José Antonio Meade,
compañeros en la licenciatura en Economía del ITAM, cargaban juntos una mesa en
lo que parece ser un día de campo. Se apoyaban. Sonriente, Meade. Relajado,
Videgaray. La imagen fue divulgada, vía redes sociales, por el hoy Secretario
de Relaciones Exteriores, el último día de marzo pasado.
¿Por qué no
fue casual esa foto?
Al
divulgarla, se hizo con un mensaje de efecto político: José Antonio Meade va de
la mano de Luis Videgaray – el personaje que maneja a Enrique Peña Nieto y que
toma las decisiones importantes en el gobierno peñista-, son amigos, y hoy, se
encamina a ser el candidato presidencial del PRI en 2018.
“Señores, aquí está su candidato y se
llama José Antonio Meade”, fue la simbología de esa fotografía, sabedor
Videgaray de sus nulas posibilidades de ser candidato por el fuerte rechazo que
tiene entre la población.
Ese día, con esa foto, fue el destape
virtual de Meade como candidato presidencial priista. (Se formalizaría cinco
meses después cuando, dóciles, los priistas obedecieron la orden de Los Pinos
de eliminar candados y permitir que candidatos externos – como Meade-, pudieran
aspirar a su candidatura presidencial).
Meade,
virtual candidato presidencial del PRI.
Cuando el
Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, salió apresurado de la
XXII Asamblea del PRI, muchos lo recuerdan con un gesto de amargura. Adusto,
seco, respondió algunas cosas triviales a reporteros. Minutos antes se habían
eliminado los candados que permitían a Meade y hasta a alguien tan mediano como
Aurelio Nuño, poder ser candidatos presidenciales. Osorio Chong sabía
perfectamente el significado de esa decisión y de dónde venía.
Sabía que
era allanarle el camino a Meade.
Y sabía
también que la decisión se había tomado en Los Pinos.
Puntero
todavía en las encuestas, Osorio Chong
no puede reclamar alguna injusticia en su contra o rebelarse ante la decisión
de Peña Nieto de abrirle el camino a Mede, bajo la influencia directa del
todopoderoso “Vice-Garay”. Imposible. ¿Porqué?
Primero, porque Osorio sabe perfectamente que si es
puntero en las encuestas y se refleja como el priista mejor posicionado se
debe, sencillamente, a que es Secretario de Gobernación. Y nada más. El cargo
lo pone, en automático, en el aparador, y le da los puntos necesarios para
asomar la cabeza. Ni es el líder priista que México necesita ni mucho menos es
un político brillante. Es parte de esa nomenclatura política aborrecida y
rechazada por la mayoría de los mexicanos.
Segundo, porque conoce las reglas del sistema y del
grupo en el poder: en el momento en el que protestara al ver amenazadas sus
posibilidades rumbo al 2018, en ese mismo instante sería despedido de
Gobernación por Peña Nieto y se quedaría desnudo y sin protección. ¿O algún
gobernador o político priista metería las manos por Osorio y le acompañaría en
una aventura quijotesca para obtener la ansiada candidatura presidencial? Por
supuesto que no. Ninguno. Es más cómodo y seguro irse con la cargada a favor de
Meade.
Cargada
priista que inició justo al terminar la reciente Asamblea del PRI: José Antonio
Meade cobijado por los priistas, entre tumultos para tomarse una selfie con el
Secretario de Hacienda, ungido ya como el más viable candidato presidencial del
PRI.
¡La cargada
se ve, se siente…y Meade está presente!
El gran error de Enrique Peña Nieto
al inicio de su sexenio, fue haber quitado a José Antonio Meade de Hacienda y
enviado allí a su amigo íntimo, asesor personal y confidente sentimental, Luis
Videgaray, quien operó una Reforma Hacendaria repudiada por los empresarios,
dañina para los comerciantes y engorrosa para los ciudadanos de a pie. Una
miscelánea fiscal fallida.
Meade cerró
el gobierno de Felipe Calderón con un reconocimiento innegable: había sabido
sortear, con un alto grado de eficacia, la brutal crisis financiera que estalló
en 2008 producto de la crisis inmobiliaria en Estados Unidos. El efecto jazz.
Una bomba que hizo pedazos a economías como España y Grecia, países que, casi
diez años después, aún resienten los efectos devastadores.
A pesar de
esa crisis, el gobierno de Calderón entregó 2012 con un crecimiento del 3.9%,
nada mal dentro de un entorno financiero arrasado por la crisis que llegó de
EU. Nos pudo haber ido peor.
Pero entonces llegó el populismo
financiero de Peña Nieto – Videgaray (manejo político de las finanzas
públicas), y la economía se desplomó: del 3.9% heredado, la economía mexicana
registraba un raquítico 1.1% de crecimiento en 2013. Videgaray no pudo mantener
el crecimiento de la economía. Fue un yerro enorme de Peña.
Meade había
sido nombrado – de manera sorpresiva porque tenía de diplomático lo que el
columnista tiene de americanista – Secretario de Relaciones Exteriores. Pasó de
noche. Las circunstancias políticas lo regresaron, con el tiempo, a Hacienda.
Sin embargo, José Antonio Meade nunca
perdió contacto con el PAN, donde es muy bien visto y reconocido.
Para ser claros: muchos panistas,
empezando por su presidente, Ricardo Anaya, verían con simpatía que alguien con
el perfil de Meade se convirtiera en su candidato presidencial. No dudarían en
apoyarlo.
Además, así
lo han calculado y así lo quieren en Los Pinos, donde Anaya es cercano.
El problema, es:
¿Qué hacer con Margarita Zavala, la
puntera indiscutible en las encuestas respecto al PAN en 2018? ¿Cómo hacer a un
lado a Margarita sin fracturar al partido, para darle paso a una virtual
candidatura presidencial de Meade?
Esa es la
pregunta.
Y que a nadie extrañe una posible
candidatura común PRI-PAN con José Antonio Meade como candidato común,
enmarcada e impulsada por esa obsesión que es lo único que moverá a Peña,
Videgaray y su equipo, durante los próximos diez meses: frenar el ascenso de
Andrés Manuel López Obrador en su camino a la presidencia de México.
Meade, candidato del PRI y del PAN,
es una posibilidad. Allí está.
Peña Nieto,
Videgaray, Osorio Chong, Salinas (operando a su manera: desde las sombras) y
compañía, saben que el desprestigio del gobierno peñista, el aborrecimiento de
la mayoría ciudadana al PRI y la nula aprobación de Peña por parte de los
ciudadanos, le cierra el camino al priismo rumbo al 2018. Allí están las
encuestas más confiables: ni Osorio, ni Meade, ni Videgaray, ni Narro, ni
ninguno, le podría ganar la elección presidencial a AMLO. Ninguno. Necesitan, a
fuerza, un candidato externo para competir.
Un priista les aseguraría la derrota.
Entonces, ¿por qué allanarle el
camino a Meade, si tampoco ha crecido en las encuestas?
Sencillo: porque de la baraja que tienen en Los
Pinos, Meade es el menos desprestigiado al no ser priista. Vaya paradoja. Saben
que Meade es el único sin escándalos ni pasivos graves que lo pudieran frenar
ante AMLO y que, bien arropado, podría llegar a Los Pinos. Meade es bien visto
en el entorno financiero internacional y eso opera en su favor.
Sin embargo,
más allá del perfil externo de José Antonio Meade, a lo que verdaderamente le apuesta el PRI para mantener la Presidencia
en 2018, es volver a la fórmula ya probada en 2012 y este año en el Edomex:
ganar la elección a billetazos, comprando votos, captando a políticos de
oposición, agrediendo a adversarios, robándose las urnas, obligando a firmar
actas amañadas, violando las leyes electorales ante la ceguera del INE y la
complicidad del TEPJF. A la usanza priista, pues.
Más allá de
quién sea su candidato, el PRI le
jugará, para 2018, a su añeja y exitosa fórmula: robarse la elección
presidencial. Como en 1988, con Salinas de Gortari. Esa es la apuesta mayor de
Peña y su equipo: el fraude electoral.
Pero ese
seguirá siendo tema de esta columna en próxima entrega.
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