En el
antiguo estilo priísta, había mensajes, acciones y omisiones cargadas de
simbolismo cuyos destinatarios, los hombres del sistema, sabían entender,
destacadamente, cuando se trataba de la voluntad presidencial.
A veces eran tan elementales como que
el presidente se dejara ver con alguien que se suponía próximo a la desgracia,
para que la suerte volviera a sonreírle; otras veces, eran expresiones
retóricas complejas, o bien, actos en los que el simbolismo tenía un valor
superior al contenido del acto concreto. Se trataba de “saber leer entre
líneas”
Entre priístas –señaladamente
mexiquenses e hidalguenses como los que hoy gobiernan—el simbolismo subsiste,
forma parte de una cultura política fundada en la opacidad, expresa la voluntad
de los mandos políticos y, si bien es cierto que el pragmatismo ha derivado en
formas que por explícitas son más burdas (como el “no te preocupes Rosario”), hay momentos en los que lo directo y
lo indirecto, juntos, adquieren un valor trascendental.
La crisis más reciente del
peñanietismo, detonó con la revelación de las “propinas” por 10 millones de
dólares que directivos de la trasnacional brasileña Odebrecht, declararon
entregar a Emilio Lozoya Austin, uno de los más importantes actores del entorno
presidencial. Dicha revelación –por más que la mezquindad habitual de la
mayoría de los medios omita decir que fue publicada en Proceso por Ignacio
Rodríguez Reyna y Alejandra Xanic, de Quinto Elemento Lab—se abordó en dos
vías:
Primero, con la comunicación oficial de la
Procuraduría General de la República (PGR), emitida el domingo 13 de agosto,
que como concesión graciosa o promesa extraordinaria, anunció que “llegará
hasta las últimas consecuencias”, lo que se concretó en una comparecencia
intrascendente de Emilio Lozoya el jueves 16.
La otra ocurrió en un acto
presidencial del miércoles 15, fecha en la que Peña Nieto viajó a Sonora, no
para inaugurar, sólo para el inicio de pruebas de una central eléctrica,
Empalme I, que fue construida por la constructora española OHL, en asociación
con Senermex, que se alimentará de un gasoducto construido por IEnova, empresa
esta última a la que Peña Nieto felicitó por participar en los negocios
derivados de la Reforma Energética.
IEnova es la trasnacional que, presidida por
Carlos Ruiz Sacristán –director de Pemex y titular de Comunicaciones y
Transportes en los años noventa–, se asoció a mitades con el Pemex de Lozoya
Austin, para crear Tag Pipelines, que adjudicó a Odebrecht un contrato en torno
a mil millones de dólares en 2014, es decir, el más jugoso del período Lozoya
para la brasileña. Como se sabe, Ruiz y Lozoya, coincidieron en el consejo de
administración de OHL.
OHL y
Odebrecht, investigadas por corrupción, la primera en España y la segunda en
Brasil, colocaron a Lozoya en el centro del escándalo, respecto al cual, Peña Nieto decidió poner sus obras como
ejemplos de logro de gobierno, asegurar en el discurso que quien se beneficia
es la sociedad mexicana, luego de expresar “y vamos por más”.
Hay un mensaje para OHL, Odebrecht,
Lozoya, y otras empresas nacionales y trasnacionales, cuyas obras fueron ahí
mencionadas también como ejemplares. Los interesados son los hermanos Gerard
Rivero, cuñados de Carlos Salinas de Gortari y un mexiquense afortunado, el
magnate Carlos Hank Rohn. Leamos pues entre líneas.
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