Para
resarcir la crisis financiera de 2007,
los gobiernos aplicaron la misma receta neoliberal: se endeudaron para salvar
el sector financiero del colapso y, en lugar de recaudar dinero en el sector
privado –sobre todo en las empresas transnacionales–, impusieron medidas de
austeridad a sus pueblos, con lo que redujeron sus gastos en sectores clave
como la educación o la salud públicas.
A una década
de esa crisis, instituciones internacionales y organizaciones de la sociedad
civil deploran que los gobiernos no abordaran de manera coordinada dos puntos
clave del sistema financiero internacional: la competencia tributaria entre
países y los paraísos fiscales que bancos, empresas transnacionales y
personajes multimillonarios siguen utilizando para eludir los impuestos en los
países donde sacan sus ganancias.
En su informe anual 2017, publicado
el jueves 14, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo
(UNCTAD, por sus siglas en inglés) realizó un análisis sorprendentemente
crítico sobre los impactos de la “hiperglobalización” y de las medidas de
austeridad en las sociedades.
El organismo
urgió a los gobiernos a asestar un
“impulso fiscal concertado” para “reequilibrar las economías y las sociedades”.
A lo largo
de sus 200 cuartillas, el reporte
denuncia la extrema concentración de la riqueza en el sector financiero –los
bancos acaparan 100 billones de dólares–, la privatización generalizada de los
sectores de la salud, la educación y las pensiones, así como el surgimiento de
“súper élites” internacionales, mejor conocidas en la opinión pública como “el
1%”.
Como resultado, la desigualdad se
disparó en el seno de los países, y la riqueza global se concentró en las manos
de ese 1%, que amenaza a los gobiernos con desplazar sus centros de producción
y capitales hacia otros países en el caso de que incrementen los impuestos. La impotencia de los Estados dejó un
terreno fértil a los discursos xenofóbicos y nacionalistas, constata el
informe.
México es el más desigual de los
países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)
–los cuatro hombres más ricos del país concentran 9% del PIB– y el que menos
impuestos recauda: un 17.4% de su PIB, apenas la mitad del promedio de las
naciones del organismo.
También es
uno de los países del llamado G24 con la
menor tasa de tributación a las empresas: apenas 10.9% de sus ingresos fiscales
provienen de las corporaciones.
Entre sus
recomendaciones, la UNCTAD llamó a los
gobiernos a incrementar sus ingresos fiscales –mediante impuestos a las
propiedades y los ingresos del capital, o con el abandono de las condonaciones
fiscales, entre otros– y luchar de manera eficiente contra los paraísos
fiscales.
El documento
subrayó que ningún país puede tomar esta
iniciativa por sí sólo, puesto que enfrentaría el riesgo de que los ricos
saquen las riquezas y sus capitales, que la moneda colapse o que arranque un
ciclo deflacionista.
Y no sólo la
UNCTAD: la Comisión Económica para América Latina (Cepal) y la OCDE multiplicaron los llamados a los gobiernos
para que colaboren y pongan un “hasta aquí” a los abusos de las empresas
transnacionales y del sector financiero.
Segundo
plano.
En medio de la crisis de derechos
humanos que azota a México, el tema fiscal pasa a un segundo plano, lamenta la abogada chilena
Magdalena Sepúlveda Carmona, ex relatora especial de la ONU sobre pobreza
extrema y derechos humanos.
Sepúlveda es
integrante de la Comisión Independiente para la Reforma Internacional de la
Fiscalidad Corporativa (ICRICT, por sus siglas en inglés), la cual aboga a
favor de una reforma fiscal internacional que iría más allá de las iniciativas
de la OCDE, el “club” de los países occidentales más ricos del planeta.
“Los países
recortan sus presupuestos sin buscar nuevos ingresos, dicen que no tienen
recursos disponibles para mejorar los servicios de salud”, observa Sepúlveda,
en entrevista con Apro.
Enseguida
añade: “En América Latina, tenemos una base de impuestos bajísima en relación
con la OCDE. No me digan que no tienen
el dinero cuando en realidad regalan el dinero a las transnacionales y al
sector más rico de la población. No están haciendo lo máximo que pudieran
hacer, no me digan que deben tomar medidas de austeridad”.
Junto con
los demás integrantes de la ICRICT –entre ellos el Nobel de Economía
estadunidense Joseph Stiglitz, consultores y representantes de comunidades
religiosas–, Sepúlveda busca mostrar que
el tema fiscal es un tema de derechos humanos, que “nos afecta a todos, porque
si el 1% de los más ricos no paga, es difícil que los Estados tengan el
presupuesto suficiente para una política social”.
La chilena
recuerda que las empresas
transnacionales suelen negociar al tú por tú con los gobiernos, mediante
acuerdos secretos –exenciones de impuestos, agilización de trámites, por
ejemplo– y a veces a través de actos
de corrupción. Los gobernantes, a su vez, justifican el otorgamiento de
ventajas a estas empresas por la creación de empleos.
“Para que la sociedad civil pueda
realmente estimar si la creación de estos empleos vale o no la pena, hay que
saber cuánto dejaron de pagar impuestos las empresas. El
riesgo que se corre es que los trabajos de la industria extractiva son de bajos
salarios, y las empresas dejan de pagar muchos impuestos. En ello necesitamos
que haya más transparencia, que esto sea público”, opina.
De acuerdo
con la experta, “ahora más que nunca” los
Estados deben implementar políticas tributarias progresistas que incrementen la
base impositiva de los grupos económicos más fuertes y las empresas
transnacionales.
“Este tema
es donde más queda patente la injusticia: no
pagan impuestos donde están generando el dinero, se van adonde tienen un pago
de impuestos menor y se crea una competencia fiscal dañina”, deplora.
La experta
cita la investigación periodística global Los Papeles de Panamá –en la que
participó Proceso–, que exhibió las entrañas del mundo offshore, cuya secrecía
y beneficios fiscales son usados tanto por los conglomerados transnacionales
para reducir sus impuestos como por grupos criminales para lavar dinero de
procedencia ilícita.
“Estos mismos sistemas que están
promovidos por abogados, por empresas de contaduría, que facilitan que las
empresas no paguen impuestos, también están utilizadas por las mafias”,
asevera. Y añade: “Cuando hablamos de la tributación, no hablamos de temas que
no le competen a la sociedad civil, porque afectan a la cohesión social de
nuestros países”.
Sepúlveda señala algunos avances a
nivel internacional.
El pasado 16 de noviembre, el Comité para la Eliminación de la Discriminación
contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés) criticó por primera vez a Suiza por sus políticas protectoras del
secreto bancario y la información tributaria.
En sus observaciones sobre el país
helvético, el organismo internacional se “preocupó” de que las políticas suizas
favorables a las empresas transnacionales “puedan tener un efecto negativo en la capacidad de
otros Estados, particularmente los que tienen escasos ingresos, para movilizar
al máximo los recursos disponibles con miras a hacer efectivos los derechos de
la mujer”.
Conciencia
global.
En enero
pasado, la OCDE deploró que en México
“la evasión y la elusión fiscal reducen los ingresos del gobierno” y, en un
informe publicado el pasado miércoles 13, el organismo destacó que México es el
país con la menor recaudación de impuestos, así como con la menor tasa de
redistribución a través de impuestos y transferencias.
Ello es problemático, pues una baja
recaudación fiscal implica una baja redistribución de las riquezas de un país,
lo que se traduce en la concentración de los recursos en pocas manos y una baja
inversión en los servicios públicos.
De acuerdo
con este documento, la administración
mexicana recauda impuestos equivalentes a 17.4% del PIB, una tasa mucho menor
que en Dinamarca, donde se eleva a 45%.
El
coeficiente de Gini, que mide la desigualdad en el ingreso, sólo se reduce en
0.3% después de los impuestos en México. Es decir: el efecto redistributivo de la recaudación de impuestos simplemente no
existe en el país, mientras que en Irlanda los impuestos “corrigen” el 41% de
la desigualdad medida por el índice de Gini.
En su
informe anual, la UNCTAD plantea: “Lo
que se requiere es una estrategia de expansión (fiscal) y de incremento del
gasto público, coordinada a nivel internacional”.
Enseguida
añade que el objetivo de los gobiernos
debería consistir en “poner fin a la austeridad y contener el sector financiero
para servir la sociedad de nuevo”.
“Con la renuencia de los países
desarrollados a realizar un impulso (fiscal) coordinado, la austeridad se
convirtió en la política macroeconómica estándar en muchas economías
emergentes, que enfrentan desbalances fiscales y altos niveles de deuda”, indicó.
“Desde los principios de la hiper-globalización,
el sector financiero tendió a generar inmensas ganancias, absurdamente
desproporcionadas con sus beneficios sociales”, observó la UNCTAD. En paralelo, las mayores
corporaciones transnacionales acapararon una parte siempre más importante de la
economía, a través de las privatizaciones de servicios públicos, El informe toma el ejemplo “bien conocido”
de la privatización de Telmex durante la administración del expresidente Carlos
Salinas.
Recuerda
que, al comprar Telmex, el magnate
Carlos Slim obtuvo un monopolio en el sector de las telecomunicaciones, desde
el cual aplicó tarifas indebidas. De acuerdo con la OCDE, tan sólo entre 2005 y
2009, los mexicanos pagaron 25.8 mil millones de pesos de más cada año a la
empresa del magnate, equivalente a 1.8% del PIB del país.
“Ello se presta a apoyar la visión de
que la hiper-globalización promueve las ‘ganancias sin prosperidad’, y que el poder asimétrico en los
mercados es un factor que contribuye fuertemente al incremento de la
desigualdad en el ingreso”, sostiene el reporte.
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