Diego Petersen Farah.
Imagine unas
elecciones sin pendones ni espectaculares; sin largos y tediosos anuncios en la
televisión y radio; sin despensas ni tarjetas de débito cargadas de billetes.
Una campaña presidencial que no invada nuestras casas, que esté ahí, como una
decisión importante que tenemos que tomar y debatir, pero no como el centro de
nuestras vidas durante 90 días. Una campaña con más debates y menos spots; con
más calle y contacto con la gente y menos promesas huecas. Una campaña donde
las ideas y las propuestas puedan ser ampliamente difundidas, pero también
contrastadas.
En el estilo
de hacer campañas en México queda mucho de esa forma de hacer política del
partido único, del partidazo del siglo XX. Las campañas en la era del dedazo
tenían una función primordial, que era la legitimación del Tlatoani. Había en
aquellos despliegues la nostalgia de los Virreyes de la Colonia. No eran campañas para conseguir el voto
sino para dar a conocer a al rey en turno (y en no pocas ocasiones para que ese
virrey conociera el país antes de tomar el poder). Eran campañas para conocer
al presidente, no para elegirlo.
¿Podemos
cambiar la forma de las campañas? Sin
duda. Todo esto es posible si construimos una democracia diferente. Si en lugar
de darle mucho dinero y mucho tiempo a los partidos para hacer campaña les
damos poco de los dos. Si en lugar de hacer una fiscalización cara y mala
desde el Instituto Nacional Electoral (INE) la hacemos desde el SAT y tipificamos el engaño en el reporte de
campañas como delito penal. La pregunta es qué tipo de campañas queremos.
Hay un
riesgo, no menor, de convertir las campañas en algo tan pesado y aburrido que
termine siendo tema de unos cuantos enterados. Las democracias muy consolidadas
tienen en general una participación muy baja en las urnas. Tenemos que encontrar un punto que evite el derroche absurdo, pero que
mantenga el tono más o menos festivo de la elección; que inhiba la compra de
votos, pero que mantengan el activismo de los militantes de los partidos; que
permitan el contraste de ideas pero que no maten la viveza.
Todos estamos hasta el gorro de una
democracia obesa, torpe y enfermiza, pero no es quitándole la comida como la vamos a sanar. Hay que ponerla a dieta; sí. Hay que
moverla; sí. Hay que sacarla se su zona de confort, todo sí, pero sin perder de
vista de no podemos ponerla el riesgo.
Estamos ante una oportunidad única de
transformar nuestro sistema democrático. Tres millones de firmas en change.org
alcanzaron a asustar a los partidos. Pero si solo nos quedamos en las firmas
los cambios los harán ellos, para ellos y solo con ellos. Si hay otras elecciones posibles; no
bajemos la presión.
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