viernes, 29 de septiembre de 2017

Otras elecciones posibles.

Diego Petersen Farah.

Imagine unas elecciones sin pendones ni espectaculares; sin largos y tediosos anuncios en la televisión y radio; sin despensas ni tarjetas de débito cargadas de billetes. Una campaña presidencial que no invada nuestras casas, que esté ahí, como una decisión importante que tenemos que tomar y debatir, pero no como el centro de nuestras vidas durante 90 días. Una campaña con más debates y menos spots; con más calle y contacto con la gente y menos promesas huecas. Una campaña donde las ideas y las propuestas puedan ser ampliamente difundidas, pero también contrastadas.

En el estilo de hacer campañas en México queda mucho de esa forma de hacer política del partido único, del partidazo del siglo XX. Las campañas en la era del dedazo tenían una función primordial, que era la legitimación del Tlatoani. Había en aquellos despliegues la nostalgia de los Virreyes de la Colonia. No eran campañas para conseguir el voto sino para dar a conocer a al rey en turno (y en no pocas ocasiones para que ese virrey conociera el país antes de tomar el poder). Eran campañas para conocer al presidente, no para elegirlo.

¿Podemos cambiar la forma de las campañas? Sin duda. Todo esto es posible si construimos una democracia diferente. Si en lugar de darle mucho dinero y mucho tiempo a los partidos para hacer campaña les damos poco de los dos. Si en lugar de hacer una fiscalización cara y mala desde el Instituto Nacional Electoral (INE) la hacemos desde el SAT y tipificamos el engaño en el reporte de campañas como delito penal. La pregunta es qué tipo de campañas queremos.

Hay un riesgo, no menor, de convertir las campañas en algo tan pesado y aburrido que termine siendo tema de unos cuantos enterados. Las democracias muy consolidadas tienen en general una participación muy baja en las urnas. Tenemos que encontrar un punto que evite el derroche absurdo, pero que mantenga el tono más o menos festivo de la elección; que inhiba la compra de votos, pero que mantengan el activismo de los militantes de los partidos; que permitan el contraste de ideas pero que no maten la viveza.

Todos estamos hasta el gorro de una democracia obesa, torpe y enfermiza, pero no es quitándole la comida como la vamos a sanar. Hay que ponerla a dieta; sí. Hay que moverla; sí. Hay que sacarla se su zona de confort, todo sí, pero sin perder de vista de no podemos ponerla el riesgo.


Estamos ante una oportunidad única de transformar nuestro sistema democrático. Tres millones de firmas en change.org alcanzaron a asustar a los partidos. Pero si solo nos quedamos en las firmas los cambios los harán ellos, para ellos y solo con ellos. Si hay otras elecciones posibles; no bajemos la presión.

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