Ricardo Ravelo.
La
reconstrucción del país es una urgencia mayor para Enrique Peña Nieto. Según
dijo el miércoles 27, debe hacerse en estos meses porque la emergencia lo
exige.
Y es que quizá para después de julio
de 2018 ya no tenga sentido. Se necesita lo antes posible porque la gente requiere
recuperar su patrimonio y al PRI le urge
obtener para el 2018 los votos de la desgracia.
Pero todo
está por verse. Los terremotos hicieron
que la tierra vomitara toda la corrupción que por años se ha ocultado entre el
cemento, en carreteras y caminos, en casas y edificios que se colapsaron. Ahí
estaba oculta la chapucería, la irresponsabilidad y el descaro de los gobiernos
que desde 1985 dejaron de supervisar las estructuras afectadas y que se
vinieron encima a familias completas tan pronto la tierra empezó a temblar.
Esto evidencia que en materia de obra tanto pública como privada todo está
podrido.
Todo lo mal hecho quedó al
descubierto: Carreteras en mal estado que se colapsaron, caminos que se
agrietaron o sufrieron socavones, viviendas que se derrumbaron, puentes que se
cayeron ante los temblores o inundaciones incontenibles –como la que acaba de
ocurrir en Querétaro –son un ejemplo de la corrupción institucional y de la
mala planeación de la infraestructura pública.
Si bien es
cierto que la naturaleza embravecida embiste todo lo que encuentra a su paso
también es una realidad que la
infraestructura carretera, como ha ocurrido en Morelos, Oaxaca y Chiapas –por
citar tres estados en desgracia debido a los terremotos –se ha construido sin
la supervisión adecuada o bien protegiendo intereses personales y de las
constructoras que con tal de ahorrar dinero incurren en irresponsabilidades en
las etapas de su construcción.
En Morelos, por ejemplo, quedó claro
que las casas derrumbadas por el sismo del pasado martes 19 no cumplían con las
especificaciones técnicas adecuadas.
Ninguna autoridad supervisó que, por un mínimo de seguridad, las casas
se construyeran con base en las normas que actualmente rigen en la industria de
la construcción.
Es evidente
que las estructuras son débiles, lo mismo que su cimentación; los techos fueron
colados con una pobreza de cemento que, al menor movimiento, colapsaron. Y así, con manos chapuceras y corruptas,
está construido casi todo en México. La misma situación atraviesa Chiapas,
Puebla, Guerrero y ya ni se diga el Distrito Federal, donde la corrupción hizo
imposible que desde el terremoto de 1985 se realizará una adecuada revisión de
los edificios dañados y se ajustaran a las normas para reforzar los criterios
de construcción de edificios, casas y condominios.
Ahora que el
terremoto se repitió el 19 de septiembre, 32 años después del ocurrido en 1985,
se evidenció lo mal construidos que están los departamentos de lujo, orgullo
del llamado boom inmobiliario y de la boyante industria de la construcción.
Cuando se revisan los condominios se
observan grietas, paredes cuarteadas, estructuras con pocas varillas y carentes
de cemento reforzado; edificios ladeados que no soportaron el sismo por no
tener una cimentación adecuada. Otros mostraron un rostro maquillado: hermosas
fachadas con vista a un parque, a una zona arbolada, pero que se construyeron
con más arena que cemento, pues antes de que pasaran los primeros veinte
segundos del temblor ya estaban colapsados.
Distrito Federal se integraron varias
carpetas de investigación en contra de constructoras, a las que posiblemente se
les enjuicie por fraude. Pero de poco servirá tapar el pozo después del niño
ahogado, ya que cerca de 275 personas perdieron la vida tras el terremoto. Las medidas se tendrán que tomar
hacia adelante, en las obras que están por hacerse en materia inmobiliaria.
Y en lo que respecta a la
infraestructura carretera, la Secretaría de Comunicaciones y Trasportes (SCT)
presenta graves limitaciones para verificar la calidad de las mismas. De acuerdo con datos oficiales, la
dependencia sólo tiene capacidad para verificar cinco de cada diez proyectos
que realiza en todo el país.
De acuerdo
con datos publicados por el diario “El Universal” en su edición del pasado 15
de agosto, “tan sólo este año la SCT
redujo los recursos para los trabajos de verificación de un total de 300
millones de pesos ejercidos en 2016 a 120 millones para este año y pasó de
revisar 5 mil 500 a 2 mil 475 kilómetros en ese lapso”.
Tras el
socavón que, en julio pasado, causó la muerte de dos personas en el Paso
Express de Cuernavaca, la dependencia reconoció que no cuenta con montos de
inversión necesarios para llevar a cabo los trabajos de verificación necesarios.
A todo esto, hay que sumarle la
corrupción que ha prohijado el titular de la SCT, Gerardo Ruiz Esparza, ya que
la supervisión de las obras está a cargo de las propias constructoras
contratadas por la dependencia y éstas se realizan de manera aleatoria y no
con el rigor debido para garantizar la vida de los ciudadanos. Ante la desmedida corrupción, quizá esto
último es lo que menos importa.
LA
RECONSTRUCCIÓN: NEGOCIO EN PUERTA.
El miércoles
27, en reunión de Gabinete celebrada en Los Pinos. Enrique Peña Nieto anunció
que comenzará en breve la reconstrucción en los estados de Chiapas, Oaxaca,
Estado de México, Morelos, Guerrero, Puebla y el Distrito Federal. Son las
entidades que concentran la mayor parte de los daños materiales y de fallecidos
durante los terremotos del 7 y 19 de septiembre, respectivamente.
Además de
convocar al sector privado para que coopere en este megaproyecto –como si el
Gobierno careciera de los recursos para ello –el presidente anunció que se
requerirá de una inversión de 37 mil 500 millones de pesos. Esto es lo
estimado, no la suma total. La erogación puede ser mayor, de acuerdo con lo que
se estime al final de las evaluaciones.
Con estos
recursos se construirán las viviendas que se perdieron durante los temblores,
se reparará la infraestructura pública –carreteras, caminos, puentes –y los
recursos se otorgarán en forma directa a los afectados mediante tarjetas
bancarias.
Aunque no lo dijo el presidente, el
sistema de entrega de tarjetas permite recordar la compra de votos que mediante
tarjetas “Monex” distribuyó el PRI durante la campaña presidencial de Peña
Nieto. Esperemos que la ayuda oficial no se condicione a votar por el PRI en la
elección de 2018, aunque se duda.
El presidente
fue enfático en magnificar la tragedia. Sin duda es muy grave, pero en su
discurso de ayer lo pronunció de manera reiterada y dijo que “en pocos” meses México estará reconstruido. Esto querría
decir que antes de las elecciones, lo cual implicaría trabajar a una velocidad
inusitada seguramente para capitalizar políticamente la desgracia. Después de
julio ya no tendría sentido.
Sin duda que
a lo que el presidente convocó es a llevar a cabo una reconstrucción rápida
ante la emergencia. Esto implicará que
su Gobierno y los empresarios tendrán que meter el acelerador a fondo para
empezar a edificar las viviendas y a recomponer carreteras y caminos. En el
Distrito Federal se tendrán que terminar las revisiones de edificios dañados,
demoler los que ya no sirven y cobrar los seguros que permitan a las personas
que lo perdieron todo recuperar su vivienda.
Los tiempos electorales están encima
y a todos les urge comenzar la reconstrucción — quizá no tanto por las necesidades de la
gente, pues históricamente es lo que menos ha importado para el Gobierno
–sino para capitalizar la desgracia.
Y para ello se necesita mitigar las urgencias que hoy enfrentan las familias
que perdieron su patrimonio.
Sin duda que se otorgarán contratos
sin licitación. La urgencia y la emergencia lo permiten, de ahí que el presidente fuera tan
enfático en afirmar que la emergencia no ha pasado. Y estos contratos millonarios se otorgarán a las empresas consentidas
del sistema, las mismas que forman parte del círculo de corrupción, las que han
sido privilegiadas durante todo el sexenio en jugosos negocios y que, en su
mayoría, han entregado malas cuentas con carreteras, puentes y otras obras de
gran envergadura.
Esperemos que
la urgencia de reconstruir –cuyos tiempos están estrictamente ligados al tema
electoral –no derive en mayores problemas y se pierdan vidas por la mala
calidad de las obras.
Los que
están enfrascados en un debate acalorado son los partidos políticos. El PRI formalizó su renuncia al
financiamiento público ante el INE. Tal parece que no necesitan dinero para
operar. El PAN, PRD y Movimiento Ciudadano aceptaron renunciar al
financiamiento oficial, pero le exigieron al Gobierno de Peña Nieto un programa
de austeridad, lo cual no ha hecho a pesar de la crisis que arrastra el país.
Y todos
afirman que otorgarán sus recursos para los damnificados por los terremotos, en
abierto clientelismo político. Todos
quieren los votos de la desgracia y el presidente parece estar más urgido de
ellos para bien de su partido porque, de perder el 2018, quien sabe que le
deparará el destino. De ahí que es urgente, según dijo, empezar la
reconstrucción del país.
Lo que ningún partido ha dicho es de
donde van a sacar los recursos para sus operaciones. El legislador y líder de la bancada
priista en la Cámara de Diputados, César Camacho, dijo que los propios políticos podemos financiar nuestras campañas y
tareas con aportaciones privadas y de simpatizantes.
Si ningún partido es supervisado
sobre la forma en que obtiene recursos privados se corre el peligro de que el
crimen organizado entre al quite y en forma abierta para el financiamiento de
campañas, algo que ya ocurre desde hace décadas con la complacencia de todas
las autoridades.
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