Gustavo De
la Rosa.
Cuando resulté
el “más mencionado” por ciudadanos en las encuestas del séptimo Distrito de
Chihuahua, ubicado en Ciudad Juárez, la cigüeña de la noria del recuerdo empezó
a girar. Aquellas son colonias que vi surgir en medio del desierto y que en
algunos casos ayudé a constituirse o a organizar coaliciones de obreros en
defensa de sus derechos.
Sólo fueron 34 días de campaña que
consistieron en recorrer casa por casa el Distrito promoviendo las candidaturas
de Morena, el PT y el PES, pues los candidatos locales no podemos publicitarnos
en televisión, radio o espectaculares, y así empezamos a reconocer, a veces con
ojos brillantes, a los seres humanos que viven en esa parte de la ciudad y su
importancia para la economía fronteriza.
Descubrimos la fuerza de voluntad que
los mantiene mejorando permanentemente sus viviendas, renegando diariamente en
contra de las autoridades que los abandonaron y consolidando el coraje
necesario para ser gente de bien. Agradecemos que la campaña nos dejara visitar
a tanto juarense que resistió la guerra, sin dejarse intimidar por los
militares, los narcos, los federales o hasta los municipales.
Acompañado
por una heroica brigada y varios amigos que se unieron, descubrí que nos
tocaron los días más largos del año, con temperaturas de 43 a 45 °C al sol. Hay
que resaltar que pesó 123 kilos, e ir casa por casa me obligó a caminar de
cuatro a siete kilómetros diarios. Imagínense, ustedes que son delgados, lo que
significa caminar esas distancias con un costal de cemento en brazos.
Pero uno empieza a sentir vergüenza
de quejarse del calor cuando encuentra la calidez humana en la gente que vive
allí; es impresionante que ese sector de la ciudad, donde casi todos sus 115
mil habitantes trabajan y construyen riqueza, sea evidente el eterno abandono
del Gobierno municipal.
Esa zona de
la ciudad me recuerda a la que me recibió en 1963: un grupo de colonias con una
intensa vida vecinal, miles de casas levantadas por sus propios propietarios
que hace casi 40 años compraron o invadieron terrenos y empezaron a construir
sus viviendas a la medida de las necesidades de la familia. Sin embargo, los
problemas que los aquejan y hacen difícil la vida se deben única y
exclusivamente a omisiones de las administraciones municipales, estatales y
federales.
El sector ha producido la riqueza de
la ciudad de los últimos 30 años, es un grupo poblacional que ha pagado
puntualmente sus impuestos y sobrevivido con bajos salarios, combinando sus
trabajos en maquila con fines de semana de compra venta; es un gran territorio
cuadrado alrededor del aeropuerto que mide aproximadamente seis kilómetros por
lado, está densamente poblado (con unas 80 mil familias) y unas 2 mil 500
calles con espacios para parques, iglesias y escuelas. Pero está abandonado, en
todo el mes que he andado por ahí no he visto una sola unidad de Policía
haciendo tareas de vigilancia.
Sin embargo,
es un sector muy pacífico, con baja
incidencia delictiva. Sus habitantes encontraron la forma de mantener tranquila
la vecindad y le han ganado la calle a los delincuentes; las familias salen a
tomar el fresco y sueltan a sus hijos a que jueguen en una permanente fiesta de
recreo mientras los adultos están sentados platicando en el frente de sus
casas. En un mes, mientras que en el resto de la ciudad se han registrado un
promedio de 130 homicidios, en esta zona habitacional al parecer no hubo uno
solo.
Pero pese a lo bien portados que son
ahí, el Gobierno les niega lo básico: no hay vigilancia, no sirve el drenaje,
falta pavimento y alumbrado público, no se cuidan los parques y no hay
hospitales públicos, sólo Similares y clínicas particulares.
En esta zona se han instalado
fábricas en áreas habitacionales, gracias a la corrupción municipal, que usan
el drenaje doméstico para descargas industriales y acaban por colapsarlo y
echar a perder la vida de los vecinos; por otro lado, el sistema de alumbrado
público funciona únicamente al 30 % de la capacidad instalada (cientos de
lámparas que se instalaron hace 20 años se fundieron hace diez y no las han
repuesto).
Sembrar un árbol en el desierto es
fácil pero lo difícil es mantenerlo vivo, y en esta zona de la ciudad hay
bastantes terrenos baldíos planeados como parques que las administraciones
municipales, con su departamento de Parques y Jardines, dejaron que se secaran.
Sin embargo, los ciudadanos de varias partes han decidido mejor plantar allí
árboles originarios de la zona desértica y en la noche hacen fila para pasarse
baldes con agua y regarlos.
Ante esa realidad, y avergonzado, tuve
que cambiar mi discurso y decirles que no soy político sino defensor de los
derechos humanos, para que me exijan reunirme con ellos a activar soluciones
concretas a sus necesidades.
Los diputados pueden ser útiles si lo
quieren, pues son los que aprueban el presupuesto de egresos del Estado y el
municipio, y desde el primer año voy a proponer una partida específica para
urbanizar y atender las necesidades del Distrito, pues realmente me asusta
pensar qué le pasaría a Juárez si esos miles de trabajadores deciden quedarse
en su casa un solo día: encontré allí a muchos obreros activistas de los 70 que
hacían eso cuando no querían aumentarles el sueldo, no sea que se vayan a
acordar y organizar.
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