Georgina
Morett.
La debacle del PRD inició hace mucho
tiempo, desde la salida de quien fue en dos ocasiones su candidato
presidencial: Andrés Manuel López Obrador. Pero fue el año pasado cuando se
observó la mayor sangría de militantes, que no termina a una semana de la
elección.
Es una paradoja
que quienes tienen mayores posibilidades de quedarse con lo que sobreviva del
partido del sol azteca sean, precisamente, quienes influyeron directamente en
su casi exterminio.
Es el caso de la corriente Vanguardia
Progresista, encabezada por Miguel Ángel Mancera, quien obtuvo una votación
histórica del 63.56 por ciento cuando fue electo jefe de Gobierno. Ahora será
Amieva, a quien dejó en el cargo, el que entregue la Ciudad de México a otro
partido político, después de 21 años de triunfos consecutivos desde que se
eligen gobernantes en esta entidad.
Mancera se apropió del partido y de
la ciudad, y a pesar de que no dará buenas cuentas, ya que de acuerdo con las
encuestas perderán en la Ciudad de México, su corriente, junto con Alternativa
Democrática Nacional (ADN), de Héctor Bautista, lucha contra los Chuchos para
quedarse con los pedazos que sobrevivan después del 2 de julio.
Las demás corrientes están casi
totalmente desdibujadas, ya que de Foro Nuevo Sol de hecho no queda casi nada y
una de sus cabezas, Silvano Aureoles, gobernador de Michoacán, ya dijo que
votara por José Antonio Meade, de “Todos por México”.
Amalia García, un poco trasnochada,
se acaba de dar cuenta de que Ricardo Anaya no cumple con el perfil del PRD
para ser su candidato; además el líder de IDN, Alejandro Sánchez Camacho, quien
también es secretario de Acción Política y Estratégica del CEN, señaló que no pueden
votar por su candidato presidencial.
Así estamos, casi en el final de la
izquierda mexicana. Después del 2 de julio observaremos la lucha encarnizada
por los retazos de poder que quedarán para el PRD.
Pelean por
el dinosaurio.
Tras pedir el voto favor de José
Antonio Meade, Democracia Interna, que encabeza Ulises Ruiz, golpea
directamente tanto a los priistas del actual gobierno como “a las vacas
sagradas que estuvieron en la dirigencia, a las que sirvieron a otros
gobiernos, algunos de manera pusilánime, de manera servil, de manera oficiosa,
como una oposición totalmente domesticada cuando fuimos oposición”.
No da nombres, pero es evidente que
estos ataques nos hacen pensar en los funcionarios del actual gobierno y
también en los priistas que estuvieron en el Congreso de la Unión en los
sexenios panistas, y sobre todo a los coordinadores de las bancadas priistas
(léase Manlio Fabio Beltrones y Emilio Gamboa).
A menos de
una semana de la elección, la corriente que mantuvo una crítica constante, sobre
todo contra la dirigencia de Enrique Ochoa, pide ahora el voto para José
Antonio Meade, pero no deja de exigir que los cambios al interior del PRI se
hagan sin “los iluminados” de siempre.
Y también
pone en su lugar a los gobernadores, quienes buscan influir en el tricolor al
señalar: “No queremos más un PRI donde los gobernadores priistas se reúnan para
definir el destino del partido o donde se reúnan los sectores y organizaciones
y vayan a Los Pinos a pedir línea sobre quién debe ser el dirigente nacional.
No queremos más que los coordinadores parlamentarios definan el destino de la
dirigencia nacional, queremos un partido en que todos ellos tengan el espacio
para participar, como un militante más, en las tareas que implica la
reconstrucción de nuestra organización política”.
Así todavía sin resultados de la
elección del próximo domingo, al interior del PRI se mueven las distintas
corrientes para repartirse el cascarón de lo que fue el partido más importante
del siglo XX.
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