Raymundo
Riva Palacio.
Desde el día
que comenzó a gobernar el país de facto, la noche del 2 de julio de 2018,
Andrés Manuel López Obrador se ha embarcado en un proceso político que podría
describirse de 'purificación'. Su retórica de lo blanco y lo negro, exitosa
durante la campaña presidencial, la ha prolongado hasta estos momentos, sin
señales de que vaya a ajustar el discurso. Al contrario. El caballo de batalla
es la corrupción, aunque su ataque sistemático al pasado, donde todo está
podrido de acuerdo con su credo, quizás ya dio lo que tenía que dar, si se
observan las encuestas de aprobación presidencial que lo mantienen de manera
robusta entre la mayoría de los electores, pero en lento declive. El boquete en
la quilla de López Obrador lo hizo el culiacanazo, pero el hoyo lo abrió el
desabasto de medicinas.
Las dos
variables estaban hundiendo la popularidad del Presidente hace 10 días, cuando
sacó de su chistera la rifa del avión presidencial. Tuvo éxito en desviar la
atención de la opinión pública, pero como se preveía desde el primer momento,
sería efímero y los problemas de fondo no se resolverían. Eso sucedió, por lo
que se radicalizó la estrategia con el ataque feroz a dos veteranos
periodistas, Ciro Gómez Leyva y Héctor de Mauleón, a quienes ametrallaron
vitriólicamente los francotiradores lopezobradoristas porque difundieron hechos
factuales sobre el desabasto de medicinas. Los activistas Javier Sicilia y
Adrián LeBarón fueron los siguientes objetivos, por ser los convocantes de una
marcha por la paz y la justicia. La 'purificación' nacional de López Obrador
pasa por la extinción civil de los cuatro –y de muchos más en otro tiempo y
espacio.
Los
francotiradores de la maquinaria propagandística de López Obrador tuvieron que
interrumpir su descanso de fin de semana para sumarse a la guerra en las redes
contra ellos. El Presidente continuó con los ataques y descalificaciones. Hay
que hacer purgas, como los dictadores, y controlar las ideas, porque las ideas
son más peligrosas que las armas, y destruir la reputación de quienes piensan,
como los militares golpistas hicieron en el pasado, al matar a quien no les
tenía miedo: los defensores de derechos humanos, los periodistas y los
activistas. Pese a esos ataques, López Obrador tuvo que volver a sacar el
recurso de la rifa del avión este martes y buscar desviar la conversación, ante
el enfrentamiento que él y sus turbas alimentaron y que estaba desbordándose.
Macario
Schettino, colega en El Financiero, escribió el lunes pasado una provocadora y
persuasiva columna intitulada “Mala persona”, donde describió las acciones de
López Obrador y las contradicciones entre su comportamiento antes y después de
asumir la Presidencia. Afirmaba que su único objetivo era concentrar todo el
poder en su persona, y de ahí derivaban todas sus decisiones. Para hacerlo sin
cuestionamientos, quiere eliminar a quien lo cuestiona. La 4T, como
pomposamente llama a su gobierno, se ha convertido en un Comité de Salud, aquel
instrumento de la Revolución Francesa que alcanzó poderes dictatoriales durante
el Reino del Terror, y del cual Maximilien de Robespierre fue el más conspicuo.
Surgido en
el contexto de conflictos internos y externos, el gobierno revolucionario
instauró el terror como método de todo, actuando contra aquellos que
identificaba como “enemigos de la revolución”. Camille Desmoulins, colega de
Robespierre y abogado que se ganaba la vida como periodista, se dedicaba a
denunciar, en el periódico Revolutions de France et de Brabant, a los
“aristócratas”, que decía, sólo defendían sus privilegios por el hecho de
presentar oposición a los deseos del contrarrevolucionario, como Simon Schama
llamó a Robespierre en Ciudadanos, un excepcional libro sobre la Revolución
Francesa. Las arengas de Desmoulins se convertían en sentencias de muerte,
mediante una mecánica simple: construcción de estereotipo de los enemigos de
Robespierre, acusaciones falsas –como hizo con los aristócratas, aunque varios
de ellos pertenecían al mismo grupo del Terror–, juicios sumarios y la
guillotina.
Las cabezas
de sus adversarios fueron las primeras en caer. Pero después, en la obsesión y
la ceguera del poder absoluto mediante el terror, siguieron sus viejos aliados,
como el excepcional parlamentario, Georges Danton. El Reino del Terror comenzó
su proceso de antropofagia política. La enorme desconfianza, la inseguridad y
el temor a perder por la vía revolucionaria, provocaron un fenómeno centrípeto,
donde Robespierre mismo terminó en la guillotina.
El Reino del
Terror es una buena lección histórica para el Presidente de México, porque esa
descomposición que se llevó unos cuantos años dentro del grupo que a través del
miedo controló a una nación, se ha visto aquí en meses. La forma como
descuartizaron al diputado Porfirio Muñoz Ledo, uno de los grandes luchadores
por la transición democrática y la llegada de la izquierda al poder, es el
ejemplo con una persona conspicua. La sevicia con la que se atacan las plumas
del régimen, antes en bloque y ahora fragmentadas, es otro ejemplo de la
destrucción interna, reflejada de manera cristalina en el conflicto interno por
la dirigencia de Morena. Es decir, la cacería de brujas no sólo es fuera, sino
dentro del régimen.
La pureza de
López Obrador es cosmética. Schettino abordó la contradicción de su
comportamiento, y varios analistas, algunos incluso que votaron por él, han
visto en ello señales ominosas. Durante la Revolución Francesa los radicales de
Robespierre pidieron a la Convención Nacional colocar “el terror en la orden
del día”. Durante el primer año de López Obrador, las comparecencias públicas
matutinas desde Palacio Nacional, pusieron “el terror en el orden del día”. Los
señalamientos sobre su actitud vengativa no le afectan, lo envalentonan. En los
meses que vienen, la eventual caída económica y los conflictos sociales, no lo
harán cambiar. Lo radicalizarán. Sólo queda decir que ojalá nos equivoquemos.
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