miércoles, 25 de marzo de 2020

El quiebre de Sheinbaum.


Raymundo Riva Palacio.

Por más esfuerzos que hace, el presidente Andrés Manuel López Obrador perdió su liderazgo. La frivolidad con la que ha actuado en la crisis del Covid-19 le ha generado críticas en México y carcajadas en el mundo, consecuencias con las que, sin embargo, puede vivir.

Perder el liderazgo es otra cosa, y ha dado claras muestras que no puede vivir sin él. Pero eso es lo que ha sucedido con su errática y, muy frecuentemente, contradictoria actuación, por lo que otros gobernantes decidieron actuar para salvaguardar la salud y la vida de quienes gobiernan. Los gobernadores avanzan en una creciente separación de los deseos centralizadores de López Obrador, pero una, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, sobresale.

No es que Sheinbaum sea superior a sus colegas, pese a que algunas medidas que ha ordenado para la capital sean de menor alcance que en estados como Jalisco o México, pero su caso tiene que ser medido aparte. Sheinbaum no sólo forma parte de Morena, además es una de las personas más cercanas a López Obrador, incondicional durante lustros, y a quien el Presidente y su entorno duro cercano, quisieran ver en la candidatura presidencial para 2024.

La doctora, sin embargo, ha puesto en riesgo ese futuro político como apéndice del actual Presidente, pero ha actuado con responsabilidad ante los capitalinos y ganado el respeto de quienes no lo tenía.

Ante un personaje como López Obrador, encararlo no es sencillo. Muchos de sus colaboradores, entre ellos los más inteligentes, prefieren hacerse a un lado y callar a tiempo antes de confrontarlo. Otros, pusilánimes para renunciar, para evitar el desprestigio, han preferido humillarse y servir de títere en la palestra de las mañaneras. Sheinbaum resistió poco y optó por la ética institucional que cualquier servidor público profesional debe tener. Hacerlo le ha provocado tensiones en Palacio Nacional, reveses y críticas. El punto de inflexión fue en la segunda semana de marzo.

En esa semana, Sheinbaum informó a la oficina de López Obrador que el viernes 13, el gobierno y los organizadores del festival Vive Latino anunciarían la cancelación del concierto de dos días por las aglomeraciones, tras haberse detectado los primeros casos de coronavirus en México –el primero fue el 28 de febrero. La jefa de Gobierno explicó que un grupo de científicos que la asesoran habían concluido que era conveniente tomar medidas preventivas. López Obrador envió a uno de sus más cercanos colaboradores a hablar personalmente con ella, en una conversación que fue descrita por personas que conocen de esa plática, difícil, tensa y que se llevó más de media hora. El colaborador comentó: “Cada vez es más difícil convencer a la doctora”.

López Obrador no quería que nada bajo su control total saliera de su línea política de que la pandemia no es tan seria como la presentaban los medios de comunicación, no de tanta alarma, como la manejaban los gobiernos en los países afectados.

La instrucción para todos los gobiernos de Morena era no cancelar absolutamente nada. Así se mantuvieron, mientras varios gobernadores priistas comenzaron a tomar medidas preventivas desde mediados de marzo, pese a tener buena relación con el Presidente, como Alejandro Murat en Oaxaca, y Alfredo del Mazo en el Estado de México.

Siguieron gobernadores con otras filiaciones, como Enrique Alfaro, de Jalisco, y Jaime Rodríguez, de Nuevo León, quien incluso pidió a una consultora internacional que le prepara un plan de contingencia para enfrentar la pandemia. Sheinbaum rompió con la atonía morena.

El domingo fue el día del quiebre. Desde Oaxaca, donde se encontraba de gira, el Presidente subió en las redes un mensaje que decía: “Yo les voy a decir cuándo no salgan, pero si pueden hacerlo y tienen posibilidad económica, sigan llevando a la familia a comer, a los restaurantes, a las fondas”. Antagónicamente, Sheinbaum anunció la suspensión de actividades en centros educativos y públicos. López Obrador, con puntos de vista acientíficos; Sheinbaum, respaldada en lo que un comité científico le informaba cada día.

La jefa de Gobierno ha estado actuando de forma autónoma, que no lo había hecho, pero respondiendo a la altura de las circunstancias.

La Ciudad de México, por su densidad poblacional, sus ramificaciones a todo el Valle de México y sus conexiones terrestres y aéreas nacionales e internacionales, será donde el Covid-19 golpee con mayor intensidad. Ningún gobierno en el mundo estaba preparado para enfrentar esta pandemia, y aquellos que han logrado mejores resultados han tenido en sus medidas de distanciamiento social a tiempo y dolorosamente drásticas, unas de sus mejores herramientas para combatirla.

El costo político para quienes desafíen el dogmatismo centralizador y vertical de López Obrador va a ser alto. Ya se asomaron los esbirros del Presidente para atacarlos, y apoyar la palabra de López Obrador que descalifica acciones a favor de la población como oportunismo político que trata de dañarlo a él. Siempre él va primero y luego la gente.

En el caso de Sheinbaum, aún no se voltean las turbas del presidente, pero tendrá un mayor costo. No se sabe, empero, qué tan alto será. López Obrador la ha ido puliendo y construyendo a lo largo de los años para convertirla en su sucesora y jefa de su proyecto transexenal, y envió a sus mejores operadores a protegerla para que el colapso de la escuela en Tlalpan, en el terremoto de 2017, cuando era la delegada, no le costara, y después a trabajar con ella su campaña para la jefatura de Gobierno.

Sheinbaum, como el resto de los gobernadores, no tienen opción. Respaldar los caprichos presidenciales y evitar sus arrebatos, o intensificar la prevención que puede significar salvar más vidas. La decisión racional es clara. Lo demás es un delirio.

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