Enrique
Quintana.
El Segundo
Informe de Gobierno, para las diversas administraciones, ha marcado un punto de
frontera.
En ese
momento ya ha transcurrido casi la tercera parte del sexenio y ha existido la
oportunidad de definir el rumbo del gobierno.
Es el que
marca el rumbo hacia las elecciones de medio término. Pero, al mismo tiempo, ha
traído consigo hechos sorpresivos.
Hace seis
años, Enrique Peña Nieto llegaba a esta fecha en su punto más elevado. Las
reformas estructurales se habían realizado y no existía aún ni Ayotzinapa ni
tampoco la 'casa blanca'.
Apenas
semanas más tarde ocurrirían los hechos que marcaron el destino del anterior
sexenio y llevaron al triunfo electoral de AMLO.
Seis años
atrás, Felipe Calderón se encontraba en una situación económica complicada y
una estrategia de seguridad muy difícil, pero semanas después estallaría la
gran crisis financiera de 2008 y perdería a su brazo derecho, Juan Camilo
Mouriño, en un terrible avionazo. Estos hechos también marcaron el sexenio.
En el año
2002 ya había pasado el encanto de la alternancia, el 'bono democrático' como
entonces se le denominaba, y el gobierno de Fox lidiaba con un capital político
que se empezaba a diluir y una economía que se dirigía al segundo año de
estancamiento, acentuado por los impactos de la crisis internacional del 11 de
septiembre de 2001.
Seis años
atrás, el Segundo Informe de Gobierno de Ernesto Zedillo tenía una
característica completamente diferente pues en septiembre de 1996, la economía
ya había salido del abismo al que se fue y se empezaban a procesar los efectos
de la gran crisis de 1995, además de que se cosechaban los resultados del
TLCAN.
El momento
que marca el Segundo Informe en el ritmo de un sexenio es relevante y lo
volverá a ser ahora.
El nivel de
popularidad que aún tiene López Obrador en el contexto de una histórica caída
del PIB y de la pandemia, indica que hay un amplio grupo de la población que
todavía le apuesta a la transformación que pretende impulsar.
Muchos
probablemente se pregunten el porqué en medio de esta situación crítica, el
presidente aún mantiene un respaldo tan elevado.
La esperanza
que aún despierta AMLO es correspondiente al desencanto que propició el
gobierno anterior y la secuencia de regímenes que se presentaron en los últimos
20 o 25 años.
Eso es un
hecho que no podemos ignorar. Podemos estar tentados a subestimar la
importancia que tiene esa visión por el mal resultado de este gobierno en
diversos ámbitos, pero el grueso de la población pidió y sigue pidiendo un
cambio.
Además de
ello, también debe señalarse la habilidad política del presidente López Obrador
para conducir la narrativa social.
Ha generado
la capacidad para definir la agenda pública tanto con sus hechos como con sus
dichos.
No puede
dejar de mencionarse que el éxito relativo del actual gobierno en materia de
popularidad también se corresponde con el fracaso de la oposición, que ha
carecido de voces que hagan contrapunto al presidente y que tengan la fuerza y
el magnetismo para atraer a la gente.
Una parte de
la población que podría considerar otras opciones políticas no lo hace
simplemente porque en el panorama público éstas no existen.
Una pregunta
indispensable es si esta condición podrá mantenerse al paso de los meses y los
años, o como pasó en los últimos dos sexenios, podría enfrentar un punto de
quiebre.
Todo
dependerá de los resultados concretos que ofrezca este gobierno, así como del
éxito de su narrativa y de lo que haga la oposición.
El futuro no
está predeterminado, puede ser totalmente favorable al presidente o puede dar
un vuelco. Luego, no nos sorprendamos.
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