martes, 22 de agosto de 2017

El sueño de un transporte distinto.

Salvador Camarena.

Para el año 2050, el Reino Unido pretende que en sus calles y caminos haya puros vehículos eléctricos. Si tal cosa se materializa, será una de las estampas más nítidas del fin de la era del motor de combustión interna.

Y aunque es fácil anticipar que ese cambio, del petróleo a la electricidad como fuente principal de movilidad vehicular, se dará, en la Gran Bretaña y en el mundo en general, de manera gradual, es posible que a muchos no nos toque atestiguar esa evolución, rodeados como estamos de sectores resistentes a perder sus privilegios.

La revista The Economist, del 12 de agosto, citaba un estudio que señala que las ventas de autos eléctricos representarán el 14 por ciento del mercado mundial para el año 2025. Es decir, en los próximos 8 años pasarán de representar el 1 por ciento a casi la séptima parte.

A la par de esa revolución eléctrica, ocurrirá una igualmente dramática. La cultura, dice The Economist, de poseer un auto, podría cambiar por una en la que se vea al “transporte como un servicio”.

Una nueva cultura de autos compartidos y la masificación de vehículos eléctricos que no requerirán de conductor puntualiza el semanario, podrían “permitir que las ciudades reemplacen los estacionamientos, que ocupan hasta 24% de algunas áreas, por nuevos espacios habitacionales, una suburbanización en reversa”.

Suena lindo todo eso que señala The Economist. Suena lindo si uno cree que hay gobiernos comprometidos con un cambio de esa envergadura, transformación en políticas públicas que afecten al auto, al transporte público, y a la urbanización en general. O sea, suena lindo si uno se olvida que vive en México.


Porque hasta cosas buenas, como el cambio decretado hace mes y medio en la Ciudad de México en la política de estacionamientos, que ahora establece a los constructores montos máximos de cajones para autos en vez de mínimos, podría ver frustrados sus alcances.

Sin políticas que mejoren, mucho y pronto, el transporte público, limitar los estacionamientos nuevos afectaría más a aquellos que menos tienen, capas poblaciones que serán presas lo mismo de un voraz mercado de estacionamientos, que de abusivos franeleros.

Por ello, creo que la semana pasada me equivoqué al enviar una carta pública al señor Alfredo del Mazo, gobernador electo del Estado de México. En esa columna-misiva (http://bit.ly/2v1teCh), pedía al próximo mandatario involucrarse en el tema de Jetty, un intento por dotar de otra opción de transporte a quienes de manera tortuosa se trasladan cotidianamente entre el Edomex y la CDMX.

No estaría mal que su majestad Alfredo III de Toluca se metiera en el tema. Pero estaría mejor que lo hicieran los ciudadanos, los mexiquenses y los capitalinos.

De momento, el contubernio entre el PRI-Gobierno del Edomex y su pulpo camionero-pesero no podrá cambiar, pues se avecina un nuevo proceso electoral y, por ende, el primero no va a lastimar justo ahora la relación con el segundo.

Así que toca únicamente a los ciudadanos de ambas entidades reclamar que, si no se les ha de dar un servicio público de mínima calidad, al menos se permita la entrada de nuevos jugadores que sí prometen hacer eso: dar un transporte digno y seguro.


La plataforma Jetty, entre otras, quiere hacer eso: contribuir al cambio de cultura en torno al uso de los vehículos, donde más que poseer un auto para llegar al trabajo, se anhelen sistemas de transporte que hagan la vida más humana. ¿Será mucho pedir? Si crees que no es mucho pedir, te invito a firmar la petición de Change.org al respecto. (http://bit.ly/2vk0NiN)

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