Salvador Camarena.
Para el año 2050, el Reino Unido
pretende que en sus calles y caminos haya puros vehículos eléctricos. Si tal
cosa se materializa, será una de las estampas más nítidas del fin de la era del
motor de combustión interna.
Y aunque es
fácil anticipar que ese cambio, del petróleo a la electricidad como fuente
principal de movilidad vehicular, se dará, en la Gran Bretaña y en el mundo en
general, de manera gradual, es posible que a muchos no nos toque atestiguar esa
evolución, rodeados como estamos de sectores resistentes a perder sus
privilegios.
La revista
The Economist, del 12 de agosto, citaba un estudio que señala que las ventas de
autos eléctricos representarán el 14 por ciento del mercado mundial para el año
2025. Es decir, en los próximos 8 años pasarán de representar el 1 por ciento a
casi la séptima parte.
A la par de
esa revolución eléctrica, ocurrirá una igualmente dramática. La cultura, dice
The Economist, de poseer un auto, podría cambiar por una en la que se vea al
“transporte como un servicio”.
Una nueva
cultura de autos compartidos y la masificación de vehículos eléctricos que no
requerirán de conductor puntualiza el semanario, podrían “permitir que las
ciudades reemplacen los estacionamientos, que ocupan hasta 24% de algunas
áreas, por nuevos espacios habitacionales, una suburbanización en reversa”.
Suena lindo todo eso que señala The
Economist. Suena lindo si uno cree que hay gobiernos comprometidos con un
cambio de esa envergadura, transformación en políticas públicas que afecten al
auto, al transporte público, y a la urbanización en general. O sea, suena lindo
si uno se olvida que vive en México.
Porque hasta
cosas buenas, como el cambio decretado hace mes y medio en la Ciudad de México
en la política de estacionamientos, que ahora establece a los constructores
montos máximos de cajones para autos en vez de mínimos, podría ver frustrados
sus alcances.
Sin políticas que mejoren, mucho y
pronto, el transporte público, limitar los estacionamientos nuevos afectaría
más a aquellos que menos tienen, capas poblaciones que serán presas lo mismo de
un voraz mercado de estacionamientos, que de abusivos franeleros.
Por ello,
creo que la semana pasada me equivoqué al enviar una carta pública al señor
Alfredo del Mazo, gobernador electo del Estado de México. En esa columna-misiva
(http://bit.ly/2v1teCh), pedía al próximo mandatario involucrarse en el tema de
Jetty, un intento por dotar de otra opción de transporte a quienes de manera
tortuosa se trasladan cotidianamente entre el Edomex y la CDMX.
No estaría mal que su majestad
Alfredo III de Toluca se metiera en el tema. Pero estaría mejor que lo hicieran
los ciudadanos, los mexiquenses y los capitalinos.
De momento, el contubernio entre el
PRI-Gobierno del Edomex y su pulpo camionero-pesero no podrá cambiar, pues se
avecina un nuevo proceso electoral y, por ende, el primero no va a lastimar
justo ahora la relación con el segundo.
Así que toca únicamente a los
ciudadanos de ambas entidades reclamar que, si no se les ha de dar un servicio
público de mínima calidad, al menos se permita la entrada de nuevos jugadores
que sí prometen hacer eso: dar un transporte digno y seguro.
La plataforma Jetty, entre otras,
quiere hacer eso: contribuir al cambio de cultura en torno al uso de los
vehículos, donde más que poseer un auto para llegar al trabajo, se anhelen
sistemas de transporte que hagan la vida más humana. ¿Será mucho pedir? Si
crees que no es mucho pedir, te invito a firmar la petición de Change.org al
respecto.
(http://bit.ly/2vk0NiN)
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