La agencia sabía por qué las víctimas
fueron secuestradas en 2010 por el cartel de la droga de los Zetas en un
Holiday Inn en México, pero no hizo nada para investigar o ayudar. Ahora los
amigos y familiares de las víctimas se preguntan por qué.
Sobre las 2 de la mañana del 21 de
abril, 2010, una caravana de pistoleros del cartel de la droga de los Zetas,
una de las organizaciones de narcotráfico más violentas del mundo, entró en
Monterrey, México, una ciudad próspera y bulliciosa que es considerada la
capital comercial del país. Con descarada eficacia, establecieron retenes en
todas las vías principales antes de enviar un convoy de vehículos todoterreno
al centro de la ciudad para rodear un Holiday Inn.
Un enjambre de hombres fuertemente
armados, algunos enmascarados, tomaron por asalto el lobby del hotel y
corrieron directamente al quinto piso, reventando las puertas de cada cuarto y
arrastrando a los huéspedes de sus camas. Los pistoleros interrogaron a los
huéspedes, y después separaron a cuatro de ellos del resto: un ejecutivo de
marketing de una empresa de productos ópticos, un ingeniero químico de una
fábrica de cosméticos, un vendedor de zapatos que iba a ser padre por primera
vez, y una profesora de universidad que era madre de dos hijos.
A continuación, los cuatro fueron
metidos con el recepcionista del hotel en los vehículos de los pistoleros y se
los llevaron. Ninguno de los rehenes ha sido visto desde entonces. Se presume
que todos están muertos.
Durante años, sus parientes y amigos
rogaron por respuestas. ¿Por qué se convirtieron en objetivos sus seres
queridos — mexicanos de clase media sin vínculos conocidos con el crimen — en
este espasmo de violencia del narcotráfico? La familia del ejecutivo de
marketing negoció y pagó un rescate inútilmente antes de que los Zetas cortaran
contacto.
“Nunca pudimos descubrir por qué fueron
secuestrados. ¿Qué les hizo tan importantes?” dijo David Anabitarte, el
supervisor y buen amigo del ejecutivo de marketing. “Fue difícil aceptar lo que pasó porque nunca tuvo sentido.”
Las autoridades mexicanas insinuaron
inicialmente que las víctimas habían sido de alguna forma responsables de sus
propias desapariciones, agregando insulto al dolor.
La profesora de universidad,
alegaron, podía haber estado involucrada en un romance con uno de los rivales
de los Zetas. Y las autoridades especularon que el
ejecutivo de marketing, quien había logrado ascender a su familia a la clase
media alta, podría haber tenido alguna conexión con el narcotráfico. Sin
ninguna explicación creíble acerca de porque los Zetas harían un despliegue de
estilo militar en una importante ciudad metropolitana para secuestrar huéspedes
al azar en un hotel económico, alguna gente cercana a las víctimas empezó a
creer eso también.
“Me acuerdo de estar sentado callado
mientras algunos de los propios parientes de Luis decían que debía haber tenido
una vida secreta,” recordó
Anabitarte. “Fue inaguantable. Yo sabía
que no era verdad.”
EFECTIVAMENTE, NO ERA VERDAD. Y una
agencia de las fuerzas de seguridad lo sabía con certeza: la DEA, la
administración antidrogas de Estados Unidos. Describiendo por primera vez lo
que pasó en el Holiday Inn, funcionarios de Estados Unidos dijeron que, hasta
el día anterior a los inexplicables secuestros, la DEA había estado haciendo un
operativo de vigilancia desde el Holiday Inn.
Varios miembros de la Unidad de
Investigaciones Sensibles (SIU en inglés), un equipo de policías federales
mexicanos especialmente seleccionados y entrenados por la DEA, se habían
hospedado en el hotel. El equipo había estado trabajando de forma encubierta,
intentando rastrear los movimientos de un jefe de los Zetas llamado Hector Raúl
Luna, conocido como “El Tori.” Pero Luna se percató del operativo y mandó a sus
pistoleros al Holiday Inn para acabar con ello.
La DEA no se quedó a descifrar cómo
se habían tan violentamente volteado las mesas. La agencia evacuó a los agentes
de la SIU de Monterrey, y nunca miró atrás hacia la gente inocente que no tuvo
tanta suerte.
La agencia nunca reveló su papel en
lo que había pasado ni a las autoridades locales ni a las federales. No ofreció
ayuda para investigar el incidente, o usar sus capacidades de vigilancia para
buscar a los secuestradores. Ni dirigió un escrutinio interno para averiguar si
la filtración de inteligencia que había traído a los Zetas al Holiday Inn había
salido de dentro de la SIU.
La conexión de la DEA al ataque del
Holiday Inn, que no había sido revelada hasta ahora, no fue un incidente
aislado. Una revisión más profunda de la SIU mexicana que depende de la agencia
ha encontrado una década de problemas que costaron vidas humanas. En junio,
ProPublica y National Geographic publicaron una investigación detallada de una
masacre en 2011 que ocurrió dentro y alrededor del pequeño pueblo ganadero de
Allende, a menos de una hora en vehículo de la frontera de Texas. Tanto la
matanza allí como la de Monterrey fueron perpetradas por los Zetas y fueron
provocadas, ProPublica ha determinado, por filtraciones de inteligencia que
había sido provista a la SIU.
El número de muertos en Allende, sin
embargo, fue mucho más grande. Los defensores de las víctimas dicen que hasta
300 personas están muertas o desaparecidas. ProPublica encontró pruebas de
hasta 60 víctimas.
Además, según entrevistas con numerosos agentes en
activo o retirados de la DEA, la SIU misma ha estado plagada de infiltraciones
y ataques. Desde 2007, la mayoría de los supervisores mexicanos de la unidad se
han visto comprometidos por pagos o sobornos de varios narcotraficantes, o
asesinados en circunstancias que indican fuertemente que se trata de traiciones
resueltas desde dentro. Uno de los supervisores, Iván Reyes Arzate, fue acusado en una corte federal de Chicago a
principio de este año de haber compartido información sensible con
narcotraficantes.
En una
entrevista, el abogado de Reyes negó
enfáticamente las acusaciones contra su cliente. La DEA, sin embargo, había
sospechado durante años que Reyes era corrupto, como lo era otra gente de la
SIU. Pero una y otra vez la agencia calculó que los beneficios del programa
compensaban los costos. Y ha mantenido estos costos ocultos a las familias
mexicanas y a los contribuyentes americanos que podrían estar en desacuerdo con
aquel cálculo.
“¿Por qué no dijo nada la DEA?”
preguntó un familiar de una de las víctimas del ataque al Holiday Inn. “Con
todo su poder y autoridad, ¿por qué no intentaron ayudar? Supongo que las vidas
mexicanas no importan.”
La DEA no
respondió a una larga lista de preguntas sobre los hallazgos de este reportaje.
En cambio, emitió una breve declaración
por correo electrónico: “El Programa de Investigaciones Sensibles ha demostrado
ser un programa internacional eficaz para apoyar las unidades antidrogas del
país anfitrión capaces de hacer investigaciones internacionales de droga. Los
agentes que sustentan el programa trabajan bilateralmente con las fuerzas del
orden del país anfitrión. La DEA entrena, aconseja y apoya a investigadores
policiales seleccionados del país anfitrión que componen las Unidades de
Investigaciones Sensibles.”
Esta investigación periodística del
programa de la SIU de la DEA en México está basada en entrevistas con 23
agentes y ex agentes de la DEA que tienen un conocimiento profundo del
programa, incluidos algunos que tuvieron puestos de alto nivel. Solo hablaron
bajo la condición de anonimato porque estaban hablando de asuntos sensibles sin
el permiso de la agencia.
“Si esto hubiera pasado en Estados
Unidos, habría habido todo tipo de indignación,” dijo un ex agente en referencia al
incidente en el Holiday Inn. “Pero en
México, siento decirlo, a nadie le importa una mierda.”
Una década
de problemas.
Cuando agentes de la DEA en Monterrey
y Ciudad de México se enteraron del ataque contra el Holiday Inn, se aprestaron
a llevar a los agentes de la SIU de vuelta a la Ciudad de México lo más rápido
posible, según los agentes y ex agentes que tienen conocimiento del incidente.
Los miembros de la unidad estaban trabajando de forma encubierta, pero no
pasaban exactamente desapercibidos. Sus acentos y sus vestimentas dejaban claro
que eran de fuera, dijo un agente, y podrían fácilmente haber llamado la
atención de cualquier trabajador del hotel pluriempleado como espía para el
cartel.
Aún más
asombroso cuando es visto con el tiempo, los
miembros de la SIU usaron sus tarjetas de crédito personales para reservar sus
autos de alquiler y cuartos de hotel, dijo el agente, así que sus identidades
no habrían sido difíciles de descubrir—un error operacional que fue mencionado
en 2010 en una evaluación del programa SIU realizada por un contratista
privado.
Otros
agentes reconocieron, sin embargo, que es
igual de factible que los Zetas pueden haber recibido un soplo de alguien ya en
su nómina; un topo dentro de la unidad o un alto jefe de la policía federal
mexicana. Para entonces ya había mucha evidencia de que la unidad estaba
infiltrada.
Tres años antes, el supervisor de la
SIU en aquella época había alertado a la DEA de que los Zetas le estaban
ofreciendo enormes sobornos para conseguir información, y que él temía que lo
iban a matar por rechazarles. En una reunión, Rubén Omar Ramirez dijo a un alto
jefe de la DEA que se escondería por un rato con la esperanza de que los Zetas
eventualmente perdieran interés en él.
Lo mataron
al día siguiente. Un ex funcionario de
la DEA que conoce los datos del asesinato dijo que Ramírez estaba en una casa
segura de la SIU en la Ciudad de México cuando fue llamado a una reunión con
comandantes de la división antidrogas de la policía federal mexicana. En camino
a la reunión, dos pistoleros en motocicletas interceptaron su vehículo y
abrieron fuego.
Partes
noticiosos del crimen indican que Ramírez, que tenía 47 años y tres hijos, recibió
al menos tres impactos de bala. “Parecía
un trabajo interno”, dijo el ex funcionario de la DEA. “Fue citado a la reunión
por alguien de quien él pensaba que se podía fiar.”
Al sucesor de Ramírez en la SIU no le
fue nada mejor. Roberto Velazco Bravo, un marido y padre de aspecto menudo y
lentes que era licenciado en psicología, fue asesinado en el exterior de su
casa en mayo de 2008, siete meses después de asumir el puesto como supervisor
de la SIU. Según archivos de la DEA, Velazco, 36, había “participado
directamente en investigaciones que lograron localizar a Arturo Beltrán Leyva,
e identificar otras partes de la estructura de su organización criminal,
incluido su hermano, Alfredo.”
Después de
los asesinatos de Ramírez y Velazco, otro
alto jefe de la policía federal mexicana quien ayudó a supervisar la SIU,
Víctor Gerardo Garay, fue despedido de la agencia federal por cargos de
corrupción. Un alto oficial de la DEA quien trabajaba en México en la época
dijo que la agencia había detectado a
Garay en llamadas interceptadas solicitando sobornos de narcotraficantes
colombianos. El alto oficial dijo que un miembro de la SIU llamado Edgar
Enrique Bayardo acordó testificar contra Garay, y fue puesto bajo custodia de
protección en México.
Garay estuvo cuatro años en prisión,
pero fue finalmente absuelto de los cargos contra él. Bayardo, sin embargo, fue
asesinado en frente de su Starbucks preferido en Ciudad de México en 2009. Agentes y ex agentes de la DEA que
conocen el caso dicen que él, como Ramírez, había sido citado en el café a
través de una llamada de alguien de quien él pensaba que se podía fiar.
Iván Reyes Arzate tomó el mando como
supervisor de la SIU en marzo de 2010. Los Zetas atacaron el Holiday Inn un mes
después. No está claro si los dos acontecimientos están relacionados. Los
cargos criminales puestos en Chicago contra Reyes dicen que aceptó sobornos de
traficantes aliados con los hermanos Beltrán Leyva. La DEA sospecha que los hermanos
habían ordenado los asesinatos de los anteriores supervisores de la SIU.
Además, los hermanos Beltrán Leyva eran aliados de los Zetas.
“El hecho de que Reyes sigue vivo, y
que sus dos predecesores están muertos, no es una coincidencia”, dijo un agente
estadounidense que había trabajado con Reyes en México. “Hay una razón para
eso.”
Ninguno de los agentes de la DEA en
activo ni retirados que fueron entrevistados recordó que la agencia hiciera mucho
para investigar lo que había pasado en el Holiday Inn. Agentes basados en y alrededor de
Monterrey interrogaron a sus fuentes confidenciales sin revelar el papel jugado
por la SIU. Oficiales dijeron que los informantes no sabían de los secuestros o
no querían hablar de ellos. La DEA había
sospechado durante mucho tiempo que autoridades en Monterrey estaban recibiendo
sobornos de los Zetas, y la temeridad del asalto solo fortalecía estas
sospechas. Como consecuencia, según dijeron los agentes, la DEA no creyó que
fuera prudente hablar del incidente con las autoridades.
“No queríamos exponernos aún más,”
dijo un ex agente estadounidense. “En lo que concernía a la DEA, queríamos
quedarnos en la sombra.”
Un agente en
activo de la DEA culpó al ritmo alocado de los acontecimientos en México en
aquella época. El año del ataque al
Holiday Inn fue el más mortífero de la guerra contra las drogas en México.
Altos políticos y policías estaban siendo asesinados de forma indiscriminada.
El presidente mexicano de la época, Felipe Calderón, estaba luchando para
convencer a su país de seguir con el esfuerzo, diciendo que la batalla era
costosa, pero se podía ganar. Y los Estados Unidos estaba predicando lo mismo.
“Estaba pasando tanto en aquella
época que simplemente no podías parar,” el agente dijo. “Pasabas a la siguiente
cosa. El ritmo estaba fuera de control.”
Algunos agentes y ex agentes también
comentaron que el gobierno mexicano históricamente no había recibido bien las
incursiones de Estados Unidos en su soberanía, y podría haber resistido
cualquier investigación de la DEA. Este argumento parece menos convincente
teniendo en cuenta cuan agresivamente la DEA ha perseguido a criminales
mexicanos vinculados a asesinatos de agentes de la ley americanos como Jaime Zapata,
quien fue matado a tiros a principios de 2011 en el estado mexicano de San Luis
Potosí. Bajo la intensa presión y dirección de la DEA, las autoridades
mexicanas llegaron a arrestar a los principales sospechosos de aquel asesinato,
quienes también eran miembros de los Zetas, en 12 días después del crimen.
Un ex agente expresó su remordimiento
por la forma en que la agencia manejó el caso del ataque al Holiday Inn. “Se
tendría que haber hecho algo,” dijo. “Lo dije a mi jefe. Todo lo que dijo fue,
“Saquemos a nuestros muchachos de allí.” Pero en lo que concierne a lo que pasó
a aquellas familias, no me dieron ninguna directiva acerca de ellos.”
Otro agente
dijo que, a diferencia de otras agencias
de la ley, la DEA no exige a sus oficinas sobre el terreno llevar a cabo
revisiones internas de investigaciones que resultan en pérdidas de vida. “No
tenemos esto en la DEA,” dijo. “En el tiempo que llevo en la agencia, nunca he
sabido que tuvieran algo así. Y en las ocasiones que lo hemos hecho, no ha ido
bien. Lo que consigues es gente intentando encubrir cosas.”
Trabajando
en México.
A principios de año, unos 14
representantes Demócratas del Congreso expresaron su preocupación por el
programa SIU de la DEA en una carta al Fiscal General Jeff Sessions y al Secretario
de Estado Rex Tillerson. Aquella carta fue provocada por el reportaje de
ProPublica sobre la masacre en Allende, y por un informe del Departamento de Justicia sobre un
operativo liderado por la DEA en Honduras que dejó cuatro civiles muertos. Desde entonces, agentes y ex agentes
dijeron, la DEA ha tomado algunas medidas para fortalecer su supervisión de la
SIU en México y los otros 12 países donde la agencia opera tales unidades. Por
ejemplo, se ha mudado la sede de la SIU en la Ciudad de México más cerca de la
embajada norteamericana para mejorar la capacidad de la DEA para supervisar y
asesorar a los miembros de la unidad.
La semana pasada, la DEA distribuyó
un manual de 54 páginas sobre las SIU. Agentes y ex agentes dijeron que era la
primera vez en los 20 años desde que empezó el programa SIU que la agencia
había establecido normas para manejar las unidades por escrito—incluyendo todo
desde que hacer cuando un miembro de la unidad falla un examen polígrafo hasta
como diseminar información sensible y llevar a cabo operaciones cuando miembros
de la SIU son asesinados.
Algunos agentes y ex agentes
defendieron el programa, advirtiendo que con la corrupción endémica en las
instituciones mexicanas, sería inocente pensar que la DEA podía mantener su SIU
completamente limpia usando pruebas de polígrafo aleatorias y ocasionales
entrenamientos. Y
señalaron que la unidad había ayudado a través de los años a capturar figuras
del narcotráfico que fueron objetivos importantes. Reyes, dijeron, era un
ejemplo de manual de las complejidades enrevesadas de las fuerzas de seguridad
mexicanas.
Ex narcotraficantes quienes acordaron
cooperar con la DEA dijeron a la agencia tan pronto como en el 2011 que Reyes
había actuado como un “cobrador” para los Beltrán Leyva, recaudando millones de
dólares en efectivo para sí mismo y sus jefes en la fuerza policial. El antiguo
comandante de la SIU era conocido por manejar un ostentoso auto deportivo y
poseer un velero con un salario de aproximadamente $120,000. Y su novia, que
también era agente de la SIU, no escondía su gusto por los zapatos y los bolsos
lujosos de marca.
Pero los
agentes dijeron que nunca tuvieron
suficientes pruebas para hacer arrestar a Reyes. Y oficiales de Estados Unidos
estaban preocupados por el daño que podrían causar a otros programas
importantes de seguridad si pidieran a la policía federal mexicana despedir a
un comandante tan prominente.
“Reyes había sido puesto allí por
gente de más arriba por un motivo,” dijo un agente. “No podíamos pedirles
sacarle sin explicar por qué. Y aun si lo hubieran sacado, habrían colocado a
alguien exactamente como él.”
Sin embargo,
Reyes hizo algunas cosas buenas mientras supervisaba la SIU. Más notablemente,
ayudó a capturar a un conocido barón de la droga, Edgar “La Barbie” Valdez
Villareal en 2010—un triunfo mayor. Aunque la hazaña fue contaminada
posteriormente cuando la DEA recibió inteligencia fidedigna que Reyes estaba
actuando en beneficio del cartel Beltrán Leyva, que le había ofrecido un millón
de dólares para sacar a Valdez, su archirrival, de la calle.
“Cuando
trabajas como agente en México, todo lo que puedes hacer es trabajar esquivando
los rumores y las sospechas, especialmente cuando la gerencia no es capaz o no
está dispuesta a efectuar cambios,” dijo un agente en activo. “En algún momento
te dicen vas a tener que trabajar con lo que tienes.”
La caja sin
abrir.
Una caja de
DHL sin abrir contiene todo lo que le queda a Anabitarte de su mejor amigo,
Luis Miguel González. La caja contiene ropa y otros objetos personales que
habían sido dejados en la habitación de González en el Holiday Inn, y el hotel
la había enviado a la compañía de productos ópticos después del secuestro. La
caja había sido olvidada en un cuarto de almacenaje en la oficina de Anabitarte
en la Ciudad de México, hasta que un hombre de mantenimiento se la recordó
recientemente. Irónicamente, una reportera le llamó aquel mismo día para hablar
de lo que había pasado en el Holiday Inn.
Anabitarte
no devolvió la llamada enseguida, reacio a reabrir una profunda herida
emocional y asustado por la idea de que hablar del secuestro podría provocar a
los responsables. Semanas más tarde, aceptó tener una reunión, insistiendo en
hacerlo en un sitio público. Y trajo la caja.
En el garaje
subterráneo debajo de unos grandes almacenes de lujo, Anabitarte sacó la caja
de la parte de atrás de su Land Rover. Sus manos temblaron y sus ojos se
llenaron de lágrimas mientras abría las hojas plegadizas de la caja. Repasó
nerviosamente el contenido, como si se estuviera preguntando si estaba haciendo
la cosa correcta.
Recordó que
González solo tenía 35 años cuando fue secuestrado del Holiday Inn. Estaba disfrutando
un capítulo feliz de su vida en aquel momento, habiendo terminado un mal
matrimonio y comenzado uno bueno. Estaba esperando su primer hijo, y le iba
bien en la empresa óptica.
Él y
Anabitarte habían llegado a ser como hermanos. “Si yo estaba fuera de la ciudad
y mi familia necesitaba cualquier cosa, Luis se encargaba,” dijo. “Y yo hacía
lo mismo por él”.
Esto, al
final, es la razón por la cual Anabitarte aceptó hablar. Se lo debía a su
amigo, dijo, seguir buscando la verdad de lo que había pasado.
“¿Si la DEA sabía lo que estaba
detrás de todo esto,” preguntó, “¿por qué se quedaron callados y dejaron que
tantas familias inocentes sufrieran?”.
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