viernes, 22 de diciembre de 2017

2018, el dilema de Meade (y IV)

Raymundo Riva Palacio.

La precampaña presidencial de José Antonio Meade está crujiendo. No está cuajando dentro del PRI de manera fácil, y no se sabe si el cronograma electoral del presidente Enrique Peña Nieto estimaba lo que está pasando. La postulación de Andrés Manuel López Obrador por parte del Partido Encuentro Social, que nació con gen priista de Hidalgo, es una fractura apenas en el conflicto interno en el PRI. Pero la brecha parece más profunda. Paola Rojas entrevistó el miércoles al expresidente Carlos Salinas, en Televisa, quien afirmó que el PRI que gobierna hoy no es el que lo hizo durante 70 años. Y cuando le preguntó por quién iba a votar, Salinas respondió: “El voto es secreto”.

Estos episodios muestran la disfuncionalidad del momento priista. La salida del PES se determinó porque el compromiso con el gobierno para que apoyara al PRI en las elecciones en el Estado de México –que se contaba en cuatro dígitos de millones de pesos–, nunca llegó a sus arcas.

La declaración de Salinas, quien, ante la debilidad de la candidatura presidencial de Luis Donaldo Colosio por la embestida de Manuel Camacho, que deseaba sustituirlo, afirmó “no se hagan bolas”, enredando más las cosas con su silencio. El PRI está dibujando una ruptura, que no se da sólo entre el viejo régimen y el nuevo, sino dentro del mismo grupo de poder que ganó la sucesión presidencial.

De entre las sombras está comenzando a aparecer el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, quien a decir de personas informadas de lo que sucede hacia el interior de la casa presidencial, ha comenzado a tomar decisiones y a operar en algunos temas dentro de la campaña presidencial de Meade. Videgaray no se ve abiertamente, pero su mano es a la que se le adjudica la decisión final del presidente Peña Nieto para que trasladara a Eruviel Ávila de la presidencia del PRI en la Ciudad de México a la campaña de Meade, y que su relevo fuera el exgobernador de Hidalgo, Francisco Olvera, distanciado de su antecesor, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, como delegado especial del Comité Ejecutivo Nacional del partido en la capital federal.

Las primeras acciones notorias de Videgaray en la campaña sugieren que la coordinación de la misma, encargada por Peña Nieto al exsecretario de Educación, Aurelio Nuño, no está funcionando integralmente. Nuño, quien asumió el control de la campaña junto con el líder nacional del PRI, Enrique Ochoa, llegó al equipo de Meade y lo sacudió de meadistas. Ciertamente, el equipo que formaba alrededor de Videgaray al inicio del sexenio se ha ido fragmentando. Dentro del equipo del precandidato hay voces que le han pedido que rompa con Videgaray y se quite ese lastre. Meade no lo ha hecho, ni da señales de que lo hará. La presencia de Videgaray, aunque limitada, afecta a Nuño, que pese a ser amigo del precandidato, no pertenece a su círculo de confianza.

La precampaña apenas cumplió una semana y está tropezando. No se conoce realmente cuál es el ánimo de Nuño para apoyar ciegamente a Meade, o si exista algún resentimiento. El mes previo al destape, el presidente Peña Nieto dio muchas muestras e hizo gestos que lo hicieron pensar, al igual que a sus colaboradores, que la decisión se inclinaría por el secretario de Educación. Su inclusión al frente de la campaña lo convirtió en una pieza fundamental para la estrategia. Por un lado, como enlace con Peña Nieto, el verdadero jefe de campaña –como lo fue en el Estado de México, donde se metió directamente al diseño y manejo estratégico–, y por el otro como el Plan B, que desde el asesinato de Luis Donaldo Colosio, cuando Salinas no pudo hacer candidato a Pedro Aspe por las restricciones constitucionales, se ha dispuesto un relevo en dado caso –nadie lo dice abiertamente– de que fuera necesaria la sustitución por una causa de fuerza mayor.

Las señales son que, pese a la cercanía de Nuño con Peña Nieto y la enorme confianza que le tiene como operador político, el presidente ha dejado ver que requiere de mayor experiencia para reencauzar la campaña de Meade. Videgaray, que manejó su campaña presidencial en 2012 y la de Ávila como candidato a gobernador en el Estado de México, es la solución inmediata para enderezar un barco antes de que se pierda y naufrague. La presencia de Videgaray, aún en las sombras, no es un factor cohesionador.

El canciller –no se sabe cuánto tiempo dedicará a la campaña– está enfrentado con Osorio Chong, uno de los perdedores en la sucesión presidencial, y con Claudia Ruiz Massieu, la secretaria general del PRI, con quien se enemistó hace casi un año, y que no ha podido trabajar con comodidad en el partido, donde ha tenido varios frentazos. Más aún, tiene cuentas pendientes con el expresidente Salinas, con quien se ha enfrentado varias veces a lo largo de este sexenio. Videgaray es un elemento disruptor en la campaña de Meade. Pero el precandidato también lo es. El choque que se perfila es contra el PRI, a nivel jerarcas, en su totalidad. El único que puede conciliar, apaciguar, contener o reprimir es Peña Nieto, quien tendrá que hacer una campaña paralela para evitar que el PRI, como en 2006, abandone a su candidato.


Nota: Esta columna suspenderá su publicación hasta el próximo 2 de enero.

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