Raymundo
Riva Palacio.
La precampaña presidencial de José
Antonio Meade está crujiendo. No está cuajando dentro del PRI de manera fácil,
y no se sabe si el cronograma electoral del presidente Enrique Peña Nieto
estimaba lo que está pasando. La postulación de Andrés Manuel López Obrador por parte del
Partido Encuentro Social, que nació con gen priista de Hidalgo, es una fractura
apenas en el conflicto interno en el PRI. Pero la brecha parece más profunda. Paola Rojas entrevistó el miércoles al
expresidente Carlos Salinas, en Televisa, quien afirmó que el PRI que gobierna
hoy no es el que lo hizo durante 70 años. Y cuando le preguntó por quién iba a
votar, Salinas respondió: “El voto es secreto”.
Estos episodios muestran la
disfuncionalidad del momento priista. La salida del PES se determinó porque el
compromiso con el gobierno para que apoyara al PRI en las elecciones en el
Estado de México –que se contaba en cuatro dígitos de millones de pesos–, nunca
llegó a sus arcas.
La
declaración de Salinas, quien, ante la debilidad de la candidatura presidencial
de Luis Donaldo Colosio por la embestida de Manuel Camacho, que deseaba
sustituirlo, afirmó “no se hagan bolas”, enredando más las cosas con su
silencio. El PRI está dibujando una ruptura, que no se da sólo entre el viejo
régimen y el nuevo, sino dentro del mismo grupo de poder que ganó la sucesión
presidencial.
De entre las sombras está comenzando
a aparecer el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, quien a
decir de personas informadas de lo que sucede hacia el interior de la casa
presidencial, ha comenzado a tomar decisiones y a operar en algunos temas
dentro de la campaña presidencial de Meade. Videgaray no se ve abiertamente,
pero su mano es a la que se le adjudica la decisión final del presidente Peña
Nieto para que trasladara a Eruviel Ávila de la presidencia del PRI en la
Ciudad de México a la campaña de Meade, y que su relevo fuera el exgobernador
de Hidalgo, Francisco Olvera, distanciado de su antecesor, el secretario de
Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, como delegado especial del Comité
Ejecutivo Nacional del partido en la capital federal.
Las primeras acciones notorias de
Videgaray en la campaña sugieren que la coordinación de la misma, encargada por
Peña Nieto al exsecretario de Educación, Aurelio Nuño, no está funcionando
integralmente. Nuño,
quien asumió el control de la campaña junto con el líder nacional del PRI,
Enrique Ochoa, llegó al equipo de Meade y lo sacudió de meadistas. Ciertamente,
el equipo que formaba alrededor de Videgaray al inicio del sexenio se ha ido
fragmentando. Dentro del equipo del
precandidato hay voces que le han pedido que rompa con Videgaray y se quite ese
lastre. Meade no lo ha hecho, ni da señales de que lo hará. La presencia de
Videgaray, aunque limitada, afecta a Nuño, que pese a ser amigo del
precandidato, no pertenece a su círculo de confianza.
La precampaña apenas cumplió una
semana y está tropezando. No se conoce realmente cuál es el ánimo de Nuño para
apoyar ciegamente a Meade, o si exista algún resentimiento. El mes previo al
destape, el presidente Peña Nieto dio muchas muestras e hizo gestos que lo
hicieron pensar, al igual que a sus colaboradores, que la decisión se
inclinaría por el secretario de Educación. Su inclusión al frente de la campaña lo convirtió en
una pieza fundamental para la estrategia. Por un lado, como enlace con Peña
Nieto, el verdadero jefe de campaña –como lo fue en el Estado de México, donde
se metió directamente al diseño y manejo estratégico–, y por el otro como el
Plan B, que desde el asesinato de Luis Donaldo Colosio, cuando Salinas no pudo
hacer candidato a Pedro Aspe por las restricciones constitucionales, se ha
dispuesto un relevo en dado caso –nadie lo dice abiertamente– de que fuera
necesaria la sustitución por una causa de fuerza mayor.
Las señales
son que, pese a la cercanía de Nuño con Peña Nieto y la enorme confianza que le
tiene como operador político, el presidente ha dejado ver que requiere de mayor
experiencia para reencauzar la campaña de Meade. Videgaray, que manejó su
campaña presidencial en 2012 y la de Ávila como candidato a gobernador en el
Estado de México, es la solución inmediata para enderezar un barco antes de que
se pierda y naufrague. La presencia de Videgaray, aún en las sombras, no es un
factor cohesionador.
El canciller –no se sabe cuánto
tiempo dedicará a la campaña– está enfrentado con Osorio Chong, uno de los
perdedores en la sucesión presidencial, y con Claudia Ruiz Massieu, la
secretaria general del PRI, con quien se enemistó hace casi un año, y que no ha
podido trabajar con comodidad en el partido, donde ha tenido varios frentazos.
Más aún, tiene cuentas pendientes con el expresidente Salinas, con quien se ha
enfrentado varias veces a lo largo de este sexenio. Videgaray
es un elemento disruptor en la campaña de Meade. Pero el precandidato también
lo es. El choque que se perfila es contra el PRI, a nivel jerarcas, en su
totalidad. El único que puede conciliar, apaciguar, contener o reprimir es Peña
Nieto, quien tendrá que hacer una campaña paralela para evitar que el PRI, como
en 2006, abandone a su candidato.
Nota: Esta
columna suspenderá su publicación hasta el próximo 2 de enero.
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