Dolia
Estévez.
El retroceso
político que significó 2017 detonó una nueva edad de oro en el periodismo. A
pesar o debido a las agresiones de Donald Trump, los medios estadounidenses
fortalecieron su papel de contrapeso exógeno a los excesos del poder de
gobernantes y poderosos. Reporteros de The New York Times y The Washington Post
se embarcaron en una sana competencia de primicias que la publicación Columbia
Journalism Review describió como “la última gran guerra mediática”. Gracias a
esos diarios, la opinión pública sabe que Trump ha dicho más mentiras que
cualquiera de sus antecesores. También conoce sus abusos de poder y
prepotencia, y su amasiato con los rusos que tiene el potencial de llevar a su
destitución.
No por nada
Trump le declaró guerra sin cuartel a los medios. Con la excepción de la cadena
televisiva Fox, los acusa de propagar “fake news”. A un mes de su toma de
posesión, catalogó al NYT, la CNN, NBC, ABC y CBS, de “enemigos del pueblo estadounidense”
y tildó a sus reporteros de “deshonestos”. Trump ha presionado al FBI para que
encuentre la manera de encarcelar a reporteros que publican información
clasificada que lo exhibe. Ha amenazado con cancelar licencias de transmisión a
cadenas televisiva. Y no se ha medido en lanzar ataques personales contra
influyentes periodistas, particularmente mujeres. En su cuenta de Twitter se
burló de la conductora de televisión Mika Brzezinski por supuestamente haberse
hecho cirugía plástica.
Joel Simon,
presidente del Comité para la Defensa de Periodistas de Nueva York, dijo al The
Washington Post que la sistemática retórica contra los medios tiene el efecto
de mermar la influencia y credibilidad de Estados Unidos en materia de libertad
de prensa. Cuando el Departamento de Estado defiende la libertad de prensa en
México y la embajadora estadounidense Roberta Jacobson lamenta vía Twitter los
asesinatos de periodistas mexicanos, son palabras bienintencionadas pero
insubstanciales.
Hasta la
llegada de Trump, la libertad del periodismo para ejercer su misión de
denunciar la corrupción y de servir de contrapeso era ejemplo para el mundo y
envidia en las salas de redacción de otros países. Los presidentes
estadounidenses, con la excepción de Richard Nixon, defendieron y protegieron
al llamado cuarto Estado. La relación gobierno-prensa no ha estado exenta de
fricciones, pero hasta hoy sólo Nixon había llevado el antagonismo al punto del
cuasi rompimiento.
El desprecio de Trump por los medios
ha dado luz verde a los gobiernos totalitarios de China, Rusia y Venezuela, o
de falsas democracias como Turquía y México. Son países donde han aumentado los
asesinatos, encarcelamientos, el hostigamiento y la censura. México destaca
entre ellos.
La semana pasada, la Cámara de Diputados
aprobó cambios al Código Civil Federal que convierten en delito publicar una
verdad si se considera que “desprestigia” a alguien. Una verdadera
monstruosidad. Bien les haría a los ignorantes legisladores leer el fallo del
juez a cargo de la fracasada demanda por “difamación” que entabló Alejandra
Sota contra mí en Estados Unidos. El magistrado estadounidense rechazó
categóricamente el alegato al argumentar que lo que publiqué sobre la
“estratega” de José Meade eran hechos verdaderos, por lo que no había
difamación. De existir en Estados Unidos una nefasta ley como la mexicana, las
salas de redacción de The New York Times y The Washington Post estarían vacías
y las cárceles repletas de reporteros. Como decía Gandhi: más vale ser vencido
diciendo la verdad, que triunfar por la mentira.
El año también termina como uno de
los más sangrientos contra la prensa. Doce periodistas mexicanos han sido
asesinados en lo que va de 2017. La indignación internacional que provocó la
brutal ejecución de Javier Valdez, director de Rio Doce en Culiacán, se topó
con el muro de la desidia del gobierno de Enrique Peña Nieto. El expediente del
asesinato languidece en los intangibles archivos de la impunidad mexicana. Los
ataques de Trump contra los medios son inquietantes, pero el verdadero peligro
al periodismo proviene de los gobiernos, empezando con el de México, que son
cómplices por comisión u omisión en los asesinatos de reporteros.
Las
historias más emblemáticas del periodismo estadounidense han sido llevadas a la
pantalla grande. Menciono cinco de mi particular gusto: Citizen
Kane, Network, All the President’s Men, Good Night, and Good Luck, y Spotlight.
A esa lista hay que
sumar The Post que se estrena esta semana. Dirigida por Steven Spielberg, el
film trata sobre la publicación de los documentos secretos del Pentágono que
desenmascararon 30 años de mentiras sobre la guerra de Vietnam. Al publicarlos,
The Washington Post no sólo arriesgó su clausura sino el encarcelamiento de sus
directivos, incluida Katherine Graham (protagonizada por Meryl Streep), la
indomable editora del diario cuya sagacidad y valentía cambió la historia de
Estados Unidos. En tiempos paradigmáticos en la lucha por la equidad de género,
la película también nos recuerda que, pese a los avances de las últimas
décadas, las mujeres seguimos siendo minoría en las salas de redacción y
prácticamente inexistentes en las direcciones de los diarios. El estreno de The
Post no podía llegar en momento más oportuno. Altamente recomendable para estos
días de lectura, reflexión y sosiego.
El
periodismo será el alma de la democracia, pero el alma del periodismo son
ustedes, nuestros lectores. Gracias por acompañarnos. Nos vemos en 2018.
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