viernes, 22 de diciembre de 2017

La verdad no difama.

Dolia Estévez.

El retroceso político que significó 2017 detonó una nueva edad de oro en el periodismo. A pesar o debido a las agresiones de Donald Trump, los medios estadounidenses fortalecieron su papel de contrapeso exógeno a los excesos del poder de gobernantes y poderosos. Reporteros de The New York Times y The Washington Post se embarcaron en una sana competencia de primicias que la publicación Columbia Journalism Review describió como “la última gran guerra mediática”. Gracias a esos diarios, la opinión pública sabe que Trump ha dicho más mentiras que cualquiera de sus antecesores. También conoce sus abusos de poder y prepotencia, y su amasiato con los rusos que tiene el potencial de llevar a su destitución.

No por nada Trump le declaró guerra sin cuartel a los medios. Con la excepción de la cadena televisiva Fox, los acusa de propagar “fake news”. A un mes de su toma de posesión, catalogó al NYT, la CNN, NBC, ABC y CBS, de “enemigos del pueblo estadounidense” y tildó a sus reporteros de “deshonestos”. Trump ha presionado al FBI para que encuentre la manera de encarcelar a reporteros que publican información clasificada que lo exhibe. Ha amenazado con cancelar licencias de transmisión a cadenas televisiva. Y no se ha medido en lanzar ataques personales contra influyentes periodistas, particularmente mujeres. En su cuenta de Twitter se burló de la conductora de televisión Mika Brzezinski por supuestamente haberse hecho cirugía plástica.

Joel Simon, presidente del Comité para la Defensa de Periodistas de Nueva York, dijo al The Washington Post que la sistemática retórica contra los medios tiene el efecto de mermar la influencia y credibilidad de Estados Unidos en materia de libertad de prensa. Cuando el Departamento de Estado defiende la libertad de prensa en México y la embajadora estadounidense Roberta Jacobson lamenta vía Twitter los asesinatos de periodistas mexicanos, son palabras bienintencionadas pero insubstanciales.

Hasta la llegada de Trump, la libertad del periodismo para ejercer su misión de denunciar la corrupción y de servir de contrapeso era ejemplo para el mundo y envidia en las salas de redacción de otros países. Los presidentes estadounidenses, con la excepción de Richard Nixon, defendieron y protegieron al llamado cuarto Estado. La relación gobierno-prensa no ha estado exenta de fricciones, pero hasta hoy sólo Nixon había llevado el antagonismo al punto del cuasi rompimiento.

El desprecio de Trump por los medios ha dado luz verde a los gobiernos totalitarios de China, Rusia y Venezuela, o de falsas democracias como Turquía y México. Son países donde han aumentado los asesinatos, encarcelamientos, el hostigamiento y la censura. México destaca entre ellos.

La semana pasada, la Cámara de Diputados aprobó cambios al Código Civil Federal que convierten en delito publicar una verdad si se considera que “desprestigia” a alguien. Una verdadera monstruosidad. Bien les haría a los ignorantes legisladores leer el fallo del juez a cargo de la fracasada demanda por “difamación” que entabló Alejandra Sota contra mí en Estados Unidos. El magistrado estadounidense rechazó categóricamente el alegato al argumentar que lo que publiqué sobre la “estratega” de José Meade eran hechos verdaderos, por lo que no había difamación. De existir en Estados Unidos una nefasta ley como la mexicana, las salas de redacción de The New York Times y The Washington Post estarían vacías y las cárceles repletas de reporteros. Como decía Gandhi: más vale ser vencido diciendo la verdad, que triunfar por la mentira.

El año también termina como uno de los más sangrientos contra la prensa. Doce periodistas mexicanos han sido asesinados en lo que va de 2017. La indignación internacional que provocó la brutal ejecución de Javier Valdez, director de Rio Doce en Culiacán, se topó con el muro de la desidia del gobierno de Enrique Peña Nieto. El expediente del asesinato languidece en los intangibles archivos de la impunidad mexicana. Los ataques de Trump contra los medios son inquietantes, pero el verdadero peligro al periodismo proviene de los gobiernos, empezando con el de México, que son cómplices por comisión u omisión en los asesinatos de reporteros.

Las historias más emblemáticas del periodismo estadounidense han sido llevadas a la pantalla grande. Menciono cinco de mi particular gusto: Citizen Kane, Network, All the President’s Men, Good Night, and Good Luck, y Spotlight. A esa lista hay que sumar The Post que se estrena esta semana. Dirigida por Steven Spielberg, el film trata sobre la publicación de los documentos secretos del Pentágono que desenmascararon 30 años de mentiras sobre la guerra de Vietnam. Al publicarlos, The Washington Post no sólo arriesgó su clausura sino el encarcelamiento de sus directivos, incluida Katherine Graham (protagonizada por Meryl Streep), la indomable editora del diario cuya sagacidad y valentía cambió la historia de Estados Unidos. En tiempos paradigmáticos en la lucha por la equidad de género, la película también nos recuerda que, pese a los avances de las últimas décadas, las mujeres seguimos siendo minoría en las salas de redacción y prácticamente inexistentes en las direcciones de los diarios. El estreno de The Post no podía llegar en momento más oportuno. Altamente recomendable para estos días de lectura, reflexión y sosiego.


El periodismo será el alma de la democracia, pero el alma del periodismo son ustedes, nuestros lectores. Gracias por acompañarnos. Nos vemos en 2018.

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