Gustavo De
la Rosa.
En reunión
con el Consejo Coordinador Empresarial surgió el tema de la construcción del
nuevo aeropuerto de la Ciudad de México y, usando como arma su sentido común y
sin terminología rebuscada, AMLO logró frenarla y que el CCE determinará
establecer una mesa técnica de revisión de pertinencia de la obra
multimillonaria.
Así llamó la atención sobre un tema
que desnuda la corrupta manera de hacer negocios entre constructores y
Gobierno, ya que muchos mexicanos no teníamos la información básica de lo que
significa la obra. A raíz de esta polémica han surgido algunos datos clave que
debemos subrayar.
El costo de
la obra es de 200 mil millones de pesos, pagados fundamentalmente por la
Hacienda pública; está cantidad
representa el gasto de una ciudad como Juárez durante 75 años.
Dicen que su
construcción es indispensable porque el aeropuerto actual está saturado y,
aunque esto es cierto, la solución
propuesta incluye además destruirlo, lo cual costará otra millonada y les juro
que ya están planeando cómo sacarle ganancia a la demolición y al terreno que
quede baldío.
Es una tontería destruir el
aeropuerto actual, ¿cómo se les ocurre derrumbar una instalación tan bien
hecha, con dos terminales y una arquitectura de alto valor artístico, para
construir otro de un costo impagable para este país? Con menos frecuencia de lo que
quisiera viajo a la Ciudad de México, y me
asombra su tamaño y belleza, y su operatividad; está saturado pero despacha y
recibe los vuelos, con uno saliendo cada dos minutos.
Si se deben desahogar 25 % de los
vuelos de las instalaciones actuales, construyan una extensión capaz de manejar
33 % de ellos y dejen que el aeropuerto actual siga funcionando; es una
tontería querer construir un nuevo aeropuerto para manejar el 100 % de los
vuelos que sólo se acabaría saturando otra vez.
El
aeropuerto Orly de París fue inaugurado en 1932 y después se le sumó a la
ciudad el Charles De Gaulle en 1974; en Nueva York se construyó el aeropuerto
Kennedy en 1948, pero se siguen usando los de La Guardia, de 1939, y el Newark,
de 1928; en Washington el viejo aeropuerto Ronald Reagan, construido en 1941, y
el Washington-Dulles, de 1962, operan de
forma paralela; sólo los Gobernantes
mexicanos pueden pensar en destruir un aeropuerto de nivel mundial como el
actual. Siguiendo esa lógica, al
hacer la Estela de Luz seguramente pensaron en demoler el Ángel de la
Independencia y venderlo como fierro viejo para sacar ganancia.
También este tema desnudó a Meade y a Anaya, ambos
de acuerdo con seguir la construcción de esta obra, porque los intereses que
defienden son los de los inversionistas, no los de los mexicanos que podrían
beneficiarse con un Presupuesto de Egresos mejor equilibrado.
Debemos
defender nuestro aeropuerto internacional.
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