viernes, 30 de marzo de 2018

Porque no todos somos iguales


Diego Petersen Farah.

La palabra desaparecido es uno de los más siniestras de nuestro idioma, no por su significado, que es simplemente una persona de la que se desconoce su paradero y que no se sabe si vive o muere, sino porque recuerda a las peores épocas de los regímenes políticos de España y Latinoamérica. En Argentina, Chile y Brasil la palabra estuvo, tristemente, presente a lo largo de las dictaduras militares de estos países. En Centroamérica ligado a los periodos de guerrilla y gobiernos represores, militares o no. En México fue durante los años de la llamada guerra sucia, cuando el gobierno persiguió, usando recursos fuera de sus atribuciones, a los jóvenes vinculados a los grupos guerrilleros de los años setenta y ochenta.

La palabra regresa ahora asociada ya no a la persecución de jóvenes enemigos del sistema sino otras dos vías: las fuerzas del Estado sean policías (municipales, estatales o federales) o fuerzas armadas (ejército y marina) o por grupos de crimen organizado que tienen control territorial. En no pocos casos de trata de una mezcla de ambos, policías trabajando al servicio del crimen, pero para efectos legales y de comprensión es importante distinguirlos: cuando las fuerzas del Estado actúan en contra de los ciudadanos a los que deben proteger el crimen es contra toda la sociedad.

Las desapariciones del México actual tienen que ver fundamentalmente con dos cosas: Uno es el tráfico de personas, que es el caso de muchas de las jóvenes que son literalmente robadas para esclavizarlas sexualmente y de los chavos que son llevados a trabajos forzados en el crimen organizado, y otro la aniquilación de quien es considerado enemigo, sea de un grupo de crimen o sea de las fuerzas el Estado, aquel que sin estar necesariamente vinculado a un grupo opositor, simplemente resulta un estorbo para quien de facto tiene el poder para desaparecer a alguien.

Las desapariciones son en este sentido una tragedia personal, de la familia que sufre la peor de las angustias, un duelo eternizado, y una tragedia social, pues detrás de cada una de ellas lo que hay es un pedazo del Estado que se desmorona, sea por putrefacción interna, o por incapacidad adquirida, por la esclerosis del sistema. De ahí que la reacción no solo de las autoridades sino de muchos ciudadanos a negar el problema, a criminalizar a las víctimas, porque no se quiere ver, no se quiere aceptar, lo que significa realmente este fenómeno.

En su canción “Desaparecidos”, Rubén Blades plantea de manera magistral la tragedia social de las desapariciones, y cuando se plantea la pregunta “¿Y por qué es que se desaparecen?” la respuesta es simplemente “porque no todos somos iguales”.

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