Diego
Petersen Farah.
La palabra desaparecido es uno de los
más siniestras de nuestro idioma, no por su significado, que es simplemente una
persona de la que se desconoce su paradero y que no se sabe si vive o muere, sino porque recuerda a las peores
épocas de los regímenes políticos de España y Latinoamérica. En Argentina,
Chile y Brasil la palabra estuvo, tristemente, presente a lo largo de las
dictaduras militares de estos países. En Centroamérica ligado a los periodos de
guerrilla y gobiernos represores, militares o no. En México fue durante los años de la llamada guerra sucia, cuando el
gobierno persiguió, usando recursos fuera de sus atribuciones, a los jóvenes
vinculados a los grupos guerrilleros de los años setenta y ochenta.
La palabra regresa ahora asociada ya
no a la persecución de jóvenes enemigos del sistema sino otras dos vías: las
fuerzas del Estado sean policías (municipales, estatales o federales) o fuerzas
armadas (ejército y marina) o por grupos de crimen organizado que tienen
control territorial. En no pocos casos de trata de una mezcla de ambos,
policías trabajando al servicio del crimen, pero para efectos legales y de
comprensión es importante distinguirlos: cuando las fuerzas del Estado actúan
en contra de los ciudadanos a los que deben proteger el crimen es contra toda
la sociedad.
Las
desapariciones del México actual tienen que ver fundamentalmente con dos cosas:
Uno es el tráfico de personas, que es el
caso de muchas de las jóvenes que son literalmente robadas para esclavizarlas
sexualmente y de los chavos que son llevados a trabajos forzados en el crimen
organizado, y otro la aniquilación de quien es considerado enemigo, sea de un
grupo de crimen o sea de las fuerzas el Estado, aquel que sin estar necesariamente
vinculado a un grupo opositor, simplemente resulta un estorbo para quien de
facto tiene el poder para desaparecer a alguien.
Las desapariciones son en este
sentido una tragedia personal, de la familia que sufre la peor de las
angustias, un duelo eternizado, y una tragedia social, pues detrás de cada una
de ellas lo que hay es un pedazo del Estado que se desmorona, sea por
putrefacción interna, o por incapacidad adquirida, por la esclerosis del
sistema. De ahí que
la reacción no solo de las autoridades sino de muchos ciudadanos a negar el
problema, a criminalizar a las víctimas, porque no se quiere ver, no se quiere
aceptar, lo que significa realmente este fenómeno.
En su canción “Desaparecidos”, Rubén
Blades plantea de manera magistral la tragedia social de las desapariciones, y
cuando se plantea la pregunta “¿Y por qué es que se desaparecen?” la respuesta
es simplemente “porque no todos somos iguales”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario.