Gabriel Sosa
Plata.
¡Arrancan!
Los primeros spots de las campañas políticas de tres de los candidatos a la
presidencia ya están disponibles en internet y redes sociales. No hubo que
esperar a la fecha de inicio legal de las campañas políticas, el próximo
viernes, para verlos porque el mismo Instituto Nacional Electoral (INE) los
subió a su sitio web y de ahí fueron tomados por usuarios y medios digitales.
¿Sorpresas o
novedades en su contenido? Pocas, porque prevalecen planteamientos que ya
conocemos de los candidatos o se explotan las mismas propuestas. Es
comprensible. Es el arranque formal de las campañas políticas y quienes diseñan
sus estrategias de comunicación han preferido ser por ahora cautelosos. Ya
habrá tiempo, supongo, para un debate (o confrontación) más abierto, con base
en la información periodística de coyuntura y los resultados de las nuevas
encuestas.
No obstante,
los spots algo ya nos dicen de la estrategia discursiva o persuasiva para
atraer a los votantes, sobre todo los indecisos, que son el objetivo
prioritario.
Ricardo
Anaya se presenta como alguien jovial, que le pregunta a su audiencia qué
cambio quiere: “¿el de Andrés Manuel? a mi parecer con una visión ya anticuada
de México y el mundo, ¿o el del Frente?”, dice.
Luego afirma
que ofrecerá una nueva manera de gobernar “y un verdadero plan que utilice
todos los recursos y tecnologías para resolver nuestros problemas de hoy y
llevar a México a un futuro mejor”. Esta frase es apoyada con imágenes de
nuestro planeta, de escaneo de un cuerpo humano, de la proyección digital de
unos pulmones (supongo), etc.
El
determinismo tecnológico en toda su expresión. Como si la tecnología por sí
misma fuera la solución a los grandes problemas que vive nuestro país. Anaya
trata de vendernos espejitos y foquitos en un país agobiado por la pobreza, la
inseguridad, el desempleo, la falta de competencia en muchos sectores, pero la
tecnología lo resolverá todo. Es lo que uno entiende de su mensaje. Supongo que
desea ser empático con las personas jóvenes de las grandes ciudades, más
cercanas a las innovaciones tecnológicas, no con los adultos, con aquellos
convencidos de que “todo pasado fue mejor”.
En otro
spot, Ricardo Anaya no aparece, pero sí quienes lo apoyan, para demostrar que
hay unidad en torno de su persona y que cuenta con el respaldo de su partido y
el PRD. El mensaje parece más dirigido al PAN y los “rebeldes”. Se apoya en
figuras como el jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera,
Luis Donaldo Colosio Rojas, Xóchitl Gálvez, Jorge G. Castañeda y “el jefe”
Diego Fernández de Cevallos, entre otros.
En otra
trinchera, Andrés Manuel López Obrador responde a quienes lo señalan de
regresar al pasado con sus propuestas. “Nosotros nos inspiramos en lo mejor de
nuestra historia nacional”, pero aclara: “Ni chavismo, ni trumpismo. Sí
juarismo, maderismo, cardenismo, mexicanismo”, dice en uno de sus spots.
Reitera que
la sociedad no debe asustarse del cambio. México no será como Venezuela, dice.
“Que no te asusten, ten confianza. Yo no te voy a fallar”, expresa López
Obrador, con el objetivo de aminorar la percepción de que es una persona
violenta. Recuérdese que esa imagen de violento fue muy bien construida, a
través de una costosa campaña en radio y televisión por el PAN y la iniciativa
privada en las elecciones de 2006 y López Obrador contribuyó en ello con
expresiones al presidente como “cállate chachalaca”.
Este spot de
López Obrador es austero, con poca producción, a diferencia de los mensajes de
sus contrincantes políticos. Habrá a quien le parezca de baja calidad, pero
quizás el candidato pretende verse cercano a sus audiencias y alejado del
glamour de los efectos especiales, el maquillaje y otros distractores. Trata de
ser congruente con su discurso de austeridad.
En otro
spot, López Obrador reitera que no se subirá al avión presidencial, que costó 7
mil 500 millones de pesos, y que lo venderá. A estas alturas, dicha promesa no
dice mucho, es trillada, pero es probable que López Obrador y sus estrategas de
comunicación consideren que vale la pena recuperarla para mantener el voto
amarrado, que es el que debe conservarse, pero poco o nada dice a los indecisos.
A su vez,
José Antonio Meade busca presentarse en uno de los spots como una persona
honesta, que combatirá la corrupción. “¿Qué gobierno quiero? Uno que esté
encabezado por gente decente”, dice. Y agrega: “Yo he combatido la corrupción
toda mi vida. Por mi trabajo, muchos políticos corruptos hoy están en la
cárcel. Tú sabes quiénes son”.
Más adelante
dice que nunca ha vivido por arriba de sus ingresos, ataca indirectamente a
Anaya por aquello de que “se puede ser servidor público sin lavar dinero” y a
López Obrador por su rancho (¿el denominado “La chingada”?), pero sus palabras
contrastan con la realidad de un partido en el gobierno con innumerables casos
de corrupción y que ahora lo está postulando.
Afirma que
por su trabajo “muchos políticos corruptos hoy están en la cárcel”. ¿Muchos?
¿por su trabajo? ¿en serio? ¿cuáles? Y luego asegura: “tú sabes quiénes son”. Y
el ciudadano poco o muy informado contestaría: “no sé quiénes son, disculpe mi
ignorancia”. Acaso si viene sólo a la mente Duarte, el de Veracruz, y nada más,
pero ¿Meade lo hizo posible? Además, hay muchos políticos corruptos más,
libres, impunes, que desde el gobierno federal (del que formó parte Meade) no
tocó, pese a existir denuncias documentadas en su contra por el desvío de
decenas y cientos de millones de pesos de las arcas públicas.
Quizás la
novedad está en otro de los spots. Ahora ya sabemos que de ganar la
presidencia, el programa social que impulsaría Meade se llamará Avanzar
Contigo, en el que “tú pones las ganas y nosotros el apoyo”. En el spot, bien
producido, se cuentan tres historias de apoyos de becas, de crédito para
negocios y créditos hipotecarios. Tampoco nada nuevo, son programas que ya
existen, pero servirían como gancho electoral, para continuar explotando al
Estado benefactor. Por eso, el periodista Samuel Prieto lo compara en imagen y
concepto con el Programa Nacional de Solidaridad, de Carlos Salinas.
IMAGEN Y
EMOCIÓN
Los spots,
como los discursos políticos, apuestan más a las emociones, a la imagen y las
frases contundentes y breves. No son la vía más adecuada para informarse
ampliamente de las propuestas de gobierno ni tampoco son determinantes en los
resultados elecciones, como se ha demostrado en innumerables estudios
académicos, pero sí pueden incidir en las percepciones negativas o positivas
hacia candidatos o partidos políticos o en su caso colocar temas en la agenda
de los medios de comunicación ante su profusa difusión en radio y televisión.
Son también instrumentos para que la ciudadanía identifique a candidatas y
candidatos que aspiran a otros cargos de elección popular o bien para que se
apoyen a las personas del mismo partido para ganar el Congreso, como lo hace
López Obrador en otro de los spots recientemente liberados.
La
producción y transmisión de estos mensajes son importantes en las campañas
políticas y en ciertos casos, excepcionales, ayudan a fortalecer el derecho a
la información de los electores. Sin embargo, también pueden ser
contraproducentes ante la repetición una y otra vez de un mismo spot en las
estaciones de radio y televisión, como ha ocurrido en México en las últimas
elecciones. Así que en lugar de acercar a partidos y candidatos a la
ciudadanía, los aleja. Todavía hoy martes los nuevos spots de Anaya, López
Obrador y Meade son novedad, pero mañana es muy probable que muchos estemos
hartos de su retransmisión. No olvide que esto apenas empieza.
El spot
político, sobre todo de la televisión, se agota cada vez más como estrategia de
persuasión ante lo poco que aporta al electorado y al debate de los asuntos
nacionales, la endeble o nula credibilidad de los políticos y de la misma
televisión tradicional, frente al crecimiento de las redes sociales y su uso
como fuente de información, pese a Facebook y la manipulación de los datos de
sus usuarios. Los spots políticos televisivos sucumben frente a los gifs, los
videos y recursos sonoros cortos, las “niñas bien”, los memes y otros recursos
comunicacionales utilizados durante las campañas, aunque no dejan de ser
espectáculo político y, como se advierte, objeto de análisis y crítica.
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