Alejandro
Páez Varela.
Es posible que, en la caída, el presidente
decida quitarse el paracaídas. No sería nada raro. Ha demostrado imprudencia y
poco control de las tentaciones de grupo. Ha decidido mantener a los corruptos
de su partido en la impunidad, aunque le cueste a él, en lo personal.
Quizás decida, en su último tramo,
seguir razonando México como Edomex: que es posible violentar la voluntad
popular y cometer un gran fraude. Literalmente, para Enrique Peña Nieto será
dejarse ir en caída libre mientras el avión arde.
La última
razón por la que Andrés Manuel López Obrador habla de “justicia, no venganza”,
es enviar la señal de que no usará la Presidencia, si gana, para cobrarse las
que le deben. Pero si le tratan de jugar chueco, ha dicho, entonces se la ven
con “el tigre”.
Es el tigre que esperará al presidente,
abajo, si mete las manos en la elección. Serán el golpe de la caída, me temo, y
el revolcón del tigre.
No existe un político mexicano en el
que se haya invertido tanto dinero como en López Obrador. Una fortuna
incalculable y los mejores mercadólogos de América Latina han luchado contra él
durante 18 años. Pero, de acuerdo con las encuestas, el viejo testarudo y terco
se impuso. O, peor para todos sus opositores, no fue dinero mal gastado: parece
que le han hecho un favor todos estos años.
Quizás habría sido mejor para el
establishment no haber jugado sucio a López Obrador en 2006. Habría sido presidente
entonces, pero con un triunfo apretado y con muchos mexicanos dudosos de él y,
por lo tanto, con posibilidades de perder.
Ahora AMLO no sólo está por asegurar
la Presidencia de México sino también la mayoría en el Congreso, de acuerdo con
los sondeos de opinión. Ahora tiene un partido político propio, y la sartén por
el mango: llegará acompañado de millones de mexicanos convencidos de que
vencieron a su “verdadero enemigo”: una élite corrupta conformada por PRI, PAN,
PRD y un grupo de empresarios beneficiados desde el poder.
Si los
números no mienten, el PRI se convertirá
en una fuerza marginal. El PAN entrará en una guerra interna y el PRD, el
antiguo partido de AMLO, casi desaparecerá. Y el peor papel, creo, es el de la
élite empresarial, que ha quedado desnuda, vencida, a expensas de lo que decida
su mayor adversario en décadas.
Como digo, López Obrador parece haber ganado tiempo.
Llegará al poder como un político más moderado y fortalecido, con el
aprendizaje de dos derrotas mayúsculas y, parece, aleccionadoras.
“Tampoco son idiotas, no van a tratar
de robarse 20 puntos o a Anaya o a López Obrador”, dijo Jorge G. Castañeda a la
periodista Ilse García el domingo pasado sobre un posible robo de la elección.
Sí, esperemos que no sean idiotas.
En las
últimas semanas, la campaña de José Antonio Meade ha estado inyectando la idea
de una “elección cerrada” entre el PRI y Morena. No existe un fundamento racional para tal afirmación: las
encuestas hablan de otra cosa. Pero en la medida en la que siembra la idea, en
esa medida están preparando el terreno. Esa es mi lectura. Al hablar de una “elección cerrada” hablan, en realidad, de una
“elección sucia”.
Los números me dicen que el PRI no
ganará ninguna de las 9 gubernaturas en juego, y su fuerza en el Congreso se
reducirá a una tercera parte, si no es que a menos. En la presidencial, aunque insiste
en que van en segundo lugar, Meade quedará en tercero. Ese es mi cálculo.
No hay vocación democrática en Peña:
su ADN es oscuro; entonces no me extrañaría que intentaran un manotazo
antidemocrático (que sería casi como un autogolpe de Estado); en la
desesperación, el presidente podría sacar de la bolsa una navaja para cortarse
el paracaídas. No debería ser opción para Peña Nieto hacerlo. Pero es posible
que la inercia mueva a ciertos grupos priistas –que se resisten a dejar de
mamar del Gobierno– los lleve a intentar un fraude.
“Yo creo que lo van a operar, es una
manera de ser y no puede cambiar. Les da más o menos 5, 6 por ciento, pero
seguimos trabajando para que a pesar de eso podamos salir avante”, dijo Tatiana Clouthier en una
entrevista con La Jornada.
Sería, para
Peña, deshacerse del paracaídas. Yo que él no lo haría. Debe demasiado.
Un bono
democrático tan grande permitirá a Andrés Manuel ganar con amplio margen, pero también lo meterá en un aprieto.
A partir del 2 de julio, los
mexicanos le exigirán que cumpla con 12 años de promesas. AMLO ha ofrecido un
país distinto al que recibe, pero no la tiene fácil: está la hiedra de la
violencia; está la mediocridad de la economía. Y está su promesa de acabar con
la corrupción y al mismo tiempo gobernar con los políticos que ha sumado, casi
de manera desesperada, de todos lados. Y muchos de ellos no tienen la mejor
fama.
El candidato de Morena ha dicho que
si le hacían fraude se iría a su rancho, pero no “detendría al tigre”, en
referencia al descontento popular que se generaría.
Pero el tigre estará allí cuando se
despierte presidente. Porque, como se dice comúnmente, se ha ganado la rifa del
tigre.
El tigre es la violencia, la
desigualdad, la corrupción. Es la inercia de un país sometido durante muchos
años a dinámicas económicas que generan pobreza y desigualdad.
Gane o pierda, el tigre estará allí.
Y es un tigre que durante todos estos años ha ganado fortaleza.
Peña haría bien en jugar limpio,
dejarse puesto el paracaídas y entender que su tiempo terminó. Que fueron seis
años muy rudos para México y que él mismo se encargó de soltarnos a un tigre.
Que es necesario que alguien se encargue de amarrarlo y que la gente, parece,
ha decidido que sea López Obrador.
Que él y su partido hicieron ya
demasiado daño a esta Nación, y que un manotazo, a
estas alturas, le saldrá más caro de lo que podría imaginar.
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